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Las concertinas son necesarias para mantener el orden internacional

05 de Enero de 2025
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Las concertinas son necesarias para mantener el orden internacional

Antes de que la estatua se llene, se inunda la zona con un fuerte ruido de flautas y tambores, de modo que los gritos y lamentos no alcancen los oídos de la multitud" —Plutarco, sobre Moloch (De supersticiones). 

Todo imperio se desarrolla en sus fronteras; estas son como zonas de subducción donde las placas tectónicas chocan, hasta que una queda bajo la otra. Son las fronteras las que deciden el destino del imperio, su imagen y credibilidad. Y ese es el problema en la guerra de Ucrania; Moscú está al alcance de la OTAN, y la lógica de la historia dicta que la expansión hacia el este tiene como meta la antigua Moscovia.   

La historia se repite, pero como una caricatura o inversión de los acontecimientos, de ahí la bufonada de la invasión de Kursk como grotesco simulacro de la célebre batalla ganada por los soviéticos a los nazis.   

Poco importan los inocentes sacrificados en las hogueras, el desgarro de sus gritos y la soledad de su desesperación. Luchan porque obedecen órdenes. Es irrelevante la legitimidad del régimen político que los arrastra al matadero de la confusión imperial.  

Una vez más, la batalla se produce en el granero de Europa, en las estepas del chernozem de una Urania-Chernóbilimaginada por la propaganda angloeuropea.  

Sin embargo, hasta los más fanáticos sospechan sobre este timo. Es incontestable: hay países teledirigidos sin pudor, pero basta con poner la lavadora, y en un santiamén, tenemos a antiguos profesionales del terror convertidos en progresistas liberales al servicio de Siria, o incluso nazis confesos, en defensores libertarios al grito de Slava Ucraini. Las fronteras son puertas giratorias; uno se levanta terrorista y se transforma en un libertador, se acuesta nazi y se incorpora globalista. Y si existiera alguna duda, los imperios transfronterizos imponen estas nomenclaturas con la fuerza de sus medios de comunicación. 

Lejos de considerar estas contradicciones como el declive de las democracias liberales, estas las refuerza, porque se basan en la polarización pública. Es preciso generar partidas y facciones, llevar a los niños y ancianos a las fronteras y consumirlos en una lucha vana allá donde se disputa el poder con las armas, bien sea en el este de Europa o en Oriente Próximo.    

Se dice que todo el enredo de concertinas, con sus costuradas, son para protegernos de los bárbaros, aunque más bien manifiestan las castas ideológicas y su grado de sumisión a la ideología dominante. Las alambradas de espino dividen las castas económicas y raciales. Bastaría con igualar las rentas y dignidades para limitar las concertinas a un mero trámite administrativo. Sin embargo, no hay espejos que sirvan para identificarnos como iguales entre Marruecos y España, México y los EE. UU. o entre ambas Coreas, sino para constatar las diferencias.   

Fíjense en Palestina, la otra frontera imperial: allí los perros devoran los cadáveres de los inocentes abandonados en las calles. Quedan expuestos a la vista de niños sin amparo: ¿alguna nación civilizada se ha prestado al auxilio o, al menos, ha promovido un embargo de armas? No, la civilización anglo-europea regala misiles sofisticados al régimen sionista para destruir a los votantes de Hamas.   

Las brechas transfronterizas son el socavón de la democracia liberal, la expresión de una transparente inmoralidad. Así, con supuesta ingenuidad, lo expresa Fleur Hassan-Nahoum, vicealcaldesa de Jerusalén; "los palestinos no se saben gobernar, podrían ser un Catar, y, sin embargo, Gaza es Beirut".  

De las estepas eslavas y sus graneros a la Palestina ocupada por usurpadores hay un pasito; son aduanas ideológicas prestas al truco o trato, al terror más descorazonador. Si Ucrania representa la corrupción más mundana para Joe Biden y su camarilla, Palestina es el delirio de los que ansían el retorno de su salvador hoy sacrificado/a en una tienda de plástico apátrida. Así son las fronteras: el centro del mundo en disputa, las heridas miserables de ideologías reversibles y crímenes sin castigo.  

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