Se han empeñado en conquistar el universo. Parece cosa de locos. Pero no son locos. No más locos de lo que lo fueron Hitler, o cualquiera otro de los grandes dictadores que han gobernado en el planeta. Tenemos un mundo a merced de sus ambiciones económicas y políticas.
Los grandes y modernos dictadores de la economía y la política nos condenan a la extinción programada, se entregan al agotamiento del planeta. Y en lugar de aplicarse a salvar a los seres humanos junto al resto de las especies, se entregan al perverso sueño de conquistar Marte desarrollando al máximo las capacidades naturales de los seres humanos.
Ya no se trata tan sólo del desarrollo de la inteligencia artificial, de las máquinas autónomas, del big data, las tecnologías digitales, o el blockchain. Se trata de la mejora biológica de nuestra especie para hacer posible su viaje por el universo. Mejorar nuestro conocimiento, nuestra inteligencia, nuestros cuerpos, convertirnos en casi inmortales. La eterna y fatídica aspiración de los vivos que se niegan a aceptar la muerte.
El posthumanismo en boga pretende convertirnos en seres sin límites capaces de abordar la destrucción del universo, como dejaremos destruida la Tierra. Los nuevos dioses del panteón posthumanista quieren ser el resultado del mayor conocimiento de nuestro universo, el exponencial crecimiento de la inteligencia artificial y la fusión de biología y tecnología.
Numerosos teóricos, pensadores, ensayistas, se han entregado a la nueva religión de las máquinas inteligentes que nos pondrán en el disparadero de la conquista del universo. Posthumanismo, transhumanismo, tecnocentrismo, configuran la nueva visión del ser humano y el sueño de una eternidad que nos permita conquistar el cosmos.
Hasta ahora el papel de las revoluciones tecnológicas no tiene una sola interpretación. Hay quienes han fiado todo al inmenso potencial de los avances tecnológicos. También hay quienes, por el contra, ponen de relieve la destrucción de la vida, los daños en la humanidad, que producen los pretendidos avances.
Considerar el desarrollo tecnológico en relación con la degradación de la vida no es necesariamente cierto. En muchas ocasiones ese desarrollo tecnológico, bien utilizado, permite mejoras y avances en las condiciones de vida. Sin ser optimistas ciegos, debemos poner en valor la capacidad de los seres humanos para elegir lo bueno, el bien común, el bien del planeta.
Eso sólo es posible si asumimos nuestras responsabilidades colectivas y con el planeta. Si elegimos comportamientos que permitan la mejora de la vida y de la convivencia. El problema actual es que estas decisiones chocan con el concepto de libertad absoluta que propugnan algunos responsables políticos y económicos a lo largo del planeta. Desde Trump en lo macro, hasta Ayuso en lo micro.
Está de moda predicar que no eres un fascista, ni un totalitario, porque te consideras progresista liberal. Progresista si el progreso se produce a tu favor y liberal si eliges siempre lo mejor para ti sin tomar en cuenta a nadie más. Es la triste realidad a la que nos condenan estos politicastros de moda.
No somos los únicos en el planeta. No podemos tolerar desarrollos económicos, tecnológicos, sociales, que no tengan en cuenta que nuestra libertad no es absoluta, nuestros derechos no son infinitos. La decadencia y degeneración de la especie humana se produce cuando olvidamos que no podemos conseguir todo lo que queremos. Que tenemos límites individuales y colectivos y debemos tomarlos en cuenta.
El progreso tecnológico es importante, pero no debemos olvidar el mito de Prometeo. No podemos entregarnos a los sueños del doctor Frankenstein. Nuestra libertad no nos habilita para generar monstruos, crear desigualdad, actuar injustamente, o para hacer el mal.
No somos autosuficientes. Nos necesitamos unos a otros. La tecnología debe ser utilizada para salvar la vida, todas las vidas y no sólo la de unos pocos engreídos autosuficientes que consideran que pueden prescindir del resto y que toda decisión debería ser adoptada por máquinas que nos conocen ya mejor que nosotros mismos.
Hay, en estos momentos, quienes consideran que debemos vivir al servicio de los poderes tecnológicos. Por este camino comenzamos a tolerar desmanes que producen muertes humanas y destrucción de espacios naturales en nombre de los avances tecnológicos.
En el camino recorrido desde la globalización que nos impusieron, para llegar a este mejoramiento desnortado de los seres humanos, nos han ido negando la oportunidad de vivir mejor en un planeta vivo. Y, sin embargo, somos inteligentes. Podemos utilizar bien las tecnologías. Podemos entender la libertad como el ejercicio de nuestras responsabilidades y no fiarlo todo al beneficio económico, la eficacia, la eficiencia, el utilitarismo consumista.
Así debería ser, pero así es cada vez menos, en un mundo en manos de poderes de corruptos violentos y chulescos, degradados, degenerados. No es el futuro que debemos contribuir a traer, pero es el que nos imponen cada día con más fuerza.
Es la hora de la acción para recuperar el gobierno de nuestro destino.