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Contra la praecisio mundi

10 de Septiembre de 2024
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Contra la praecisio mundi

La expresión latina praecisio mundi, en español, precisión del mundo, tiene una larga historia en la filosofía occidental y ha adquirido renovada notoriedad desde Descartes, intensificada en el siglo XIX con el positivismo. En este texto, sostengo que está adquiriendo una importancia nueva y problemática. Etimológicamente, praecisio deriva del verbo latino praecidere, que significa cortar, mutilar, pero con el tiempo el término adquirió un significado positivo: expresarse brevemente, ser claro, preciso, omitir lo superfluo. En la modernidad occidental, el concepto ha pasado a significar la eliminación de todo lo que se considera oscuro o confuso, desde la metafísica teológica hasta el pensamiento mítico-poético y la comunicación popular vernácula.

La precisión, como expresión de lo riguroso, ha llegado a identificarse con todo lo predecible, medible y cuantificable. Para la ciencia moderna, la precisión es la razón de ser del trabajo científico y, con el positivismo, el concepto de precisión alcanzó su máxima legitimidad. Según Auguste Comte, en la primera versión de su manifiesto positivista, publicado en 1822, lo que era real y no imaginario; útil y no ocioso; cierto y no dudoso; no vago, indeterminado o inexacto, se consideraba preciso y, por tanto, positivo. El salto epistémico se produce cuando la precisión se identifica con la verdad. Lo impreciso no puede ser verdadero. La hegemonía de la ciencia moderna como único conocimiento válido hizo que todo lo que no era verdadero (preciso) para la ciencia fuera considerado desechable, cuando no peligroso. El problema no es el rigor (que es deseable y necesario), sino qué se entiende por rigor y los criterios que lo sustentan[1].

Desde el principio (quizá con Tales de Mileto en el siglo VI a.C.), el concepto de precisión ha sido objeto de controversia. De los sofistas a los románticos, de los debates sobre las ciencias cuantitativas (explicación) y las ciencias cualitativas (comprensión), de la física cuántica a la astronomía, se han impugnado las limitaciones impuestas al concepto de precisión, la sospecha de subjetividad que puede subyacer subrepticiamente en él y, sobre todo, la importancia de lo que puede ser amputado por las tijeras de la precisión. Esta contestación alcanzará un nivel de discusión existencial en un futuro próximo, a medida que la inteligencia artificial y su instrumento predilecto, los algoritmos, se conviertan en la condición de la precisión efectiva en nuestro tiempo. El debate ya ha comenzado y sin duda alcanzará su máximo cuestionamiento en ámbitos como las intervenciones médicas complejas y las armas letales en los escenarios de guerra.

Una reflexión más profunda muestra que la precisión tiene hoy una vigencia que va mucho más allá de estos ámbitos. Es ya uno de los pilares del espíritu de la época. Fiel a la perspectiva epistémica que vengo adoptando, las epistemologías del Sur, me interesa identificar la sociología de las ausencias (en forma de amputaciones) de la que se nutre el concepto de precisión. Sin ánimo de exhaustividad, trataré brevemente dos amputaciones o mutilaciones. Seguirán otras. Me remito a las denominaciones latinas para mostrar de dónde proceden.

Ancoras praecidere/cortar los lazos

El tema de cortar las ataduras es un leitmotiv de toda modernidad eurocéntrica y adquirió con Nietzsche el carácter de un imperativo casi categórico. Cortar las ataduras significa liberar la barca del ser humano moderno para que pueda navegar, arriesgarse, aventurarse e innovar. Literalmente, cortar las amarras es lo que se dice que hicieron los navegantes portugueses, españoles y más tarde otros europeos cuando zarparon en busca del llamado Nuevo Mundo. En la Ciencia Gaia, Nietzsche aboga por abandonar y cortar los puentes con todo lo que se ha dejado atrás, a saber, todas las cargas ontológicas, metafísicas y teológicas con las que se ha constituido la cultura occidental. Y la ruptura fundamental es con Dios: Dios ha muerto y fueron los humanos quienes lo mataron. El vacío nihilista será llenado por el superhombre de Zaratustra. La provocación de Nietzsche se ha desvanecido en el aire, pero otros avatares de Dios parecen vislumbrarse en el horizonte. La inteligencia artificial y los algoritmos están destinados a ser el superhombre de nuestro tiempo. Si le preguntas a ChatGTP qué es Dios, te llevará a la conclusión de que la creencia en Dios ha sido sustituida por la creencia en el algoritmo.

Cortar las ataduras significa amputar la riqueza epistémica, social y cultural del mundo hasta un grado inimaginable, no sólo del mundo no occidental que fue colonizado a partir del siglo XV, sino de todo lo que fue cortado/amputado/mutilado de la cultura y la filosofía occidentales porque no era útil a la causa de la colonización. Se pierde la memoria y la historia de los que no pueden olvidar. Se otorga autoridad incondicional a quienes no quieren recordar. Y si la precisión se ve cada vez más condicionada por la llamada inteligencia artificial, el extractivismo neocolonial en el que se basa (la construcción de big data y los sesgos que habitan en toda construcción algorítmica protegida por patentes), es posible que la praecisio mundi acabe trágicamente en praecisio mortis mundi (precisión del fin del mundo).

Linguam praecidere/cortar la lengua

No me refiero aquí al uso literal de cortar la lengua como forma de castigo para ciertos tipos de crímenes en el mundo antiguo. Metafóricamente, cortar la lengua ha tenido múltiples significados, como prohibir el uso de ciertas palabras o lenguas (blasfemia), o exigir la precisión de los términos como expresión de la precisión del pensamiento (filosofía, ciencia) o de la autoridad de quienes se pronuncian (oráculos, fatwas, encíclicas, códigos). La búsqueda de precisión o corrección en el lenguaje implica siempre la amputación o mutilación de lo que se excluye y el ejercicio de control sobre lo que se incluye. Según el tipo de poder en el que se basa este control, la amputación ha sido a veces odiosa, a veces virtuosa. La Inquisición (la quema de libros y a menudo de sus autores) y todos los regímenes políticos dictatoriales que impusieron la censura y prohibieron la disidencia fueron, y siguen siendo, las formas más odiosas de amputación del lenguaje en nombre de la ortodoxia y el dogmatismo.

Con el advenimiento de la ciencia moderna, la amputación del lenguaje -de la que Galileo había sido pionero al proclamar la superioridad del lenguaje matemático y geométrico- se convirtió en la única forma de alcanzar la virtuosa precisión del lenguaje, identificado como la única expresión de la verdad. El positivismo llevó esta legitimación al extremo. Siempre se denunciaron los costes de mutilar el lenguaje en nombre de la precisión, tanto porque los criterios de precisión eran disfraces de la imprecisión (Schopenhauer) como porque las dimensiones mítico-poéticas, estéticas y religiosas quedaban relegadas al mundo desechable de la confusión y la oscuridad, como habían señalado muchos filósofos y poetas.

Pero estas denuncias pasaron por alto muchas otras formas de mutilación que condujeron a una comprensión empobrecida del mundo. En primer lugar, la oralidad se convirtió en un vehículo lingüístico inherentemente impreciso y, por tanto, desechable. En los pueblos colonizados por los europeos, la cultura oral dominó y siguió dominando durante mucho tiempo. Precisamente por ser oral, fue objeto de lo que yo llamo epistemicidio, la destrucción del conocimiento transmitido oralmente de generación en generación. La precisión del conocimiento científico no tenía por qué conducir necesariamente a esta destrucción. Bastaba con que la ciencia fuera considerada un conocimiento válido, pero no el único conocimiento válido. Sobre esta base, sería posible valorar críticamente los diferentes saberes (sus posibilidades y sus límites), reconocer los diferentes conceptos de rigor, buscar diálogos entre ellos para aumentar el interconocimiento intercultural del mundo -lo que he llamado la ecología de los saberes. Pero no ha sido así. Por el contrario, con el positivismo se consagró plenamente el monocultivo de la ciencia y la precisión científica se convirtió en el único criterio de verdad.

Sin embargo, como todos los sistemas de conocimiento son incompletos y no pueden responder a todas las preguntas, la ciencia, como único conocimiento válido, se convirtió a la vez en un sistema de conocimiento y en un sistema de ignorancia. Puesto que la ciencia sólo puede responder a preguntas formuladas científicamente, la ignorancia reside en las preguntas que no pueden formularse científicamente. ¿Por qué estamos en el mundo? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Vivieron nuestros antepasados con nosotros? ¿Por qué, siendo finitos, los seres humanos son los únicos que piensan en el infinito? ¿Lo son? ¿Cuál es la diferencia entre escuchar y escuchar profundamente? ¿Entre ver y ver lo invisible? ¿Por qué un buen poema nos conmueve más profundamente que cualquier artículo científico? ¿Qué es la espiritualidad? ¿La verdad de una experiencia mística se reduce al estado psicológico que manifiesta?

La mutilación del lenguaje en nombre de la ciencia ha traído consigo algunas perversidades que merecen atención. Enumeraré dos. En primer lugar, el rigor científico ha creado una cultura de patrullaje lingüístico que se vuelve contra la propia ciencia (y su verdad) cuando no la suscribe. Ejemplos de ello son la proliferación de las fakenews, la corrección política y la cultura de la cancelación. En segundo lugar, el patrullaje de lo científicamente correcto por revisores anónimos (de conocimiento e ignorancia desconocidos) y basado en criterios cuantitativos de rankings e impacto está destruyendo la curiosidad y la creatividad científicas. La ciencia revolucionaria, en términos de Thomas Kuhn, se ha vuelto inviable. Por estas razones, las preguntas formuladas científicamente siguen siendo importantes, pero cada vez interesan a menos gente, son cada vez más triviales, están orientadas por intereses que escapan a los propios científicos y no tienen nada que ver con la mejora de la vida humana y no humana, que era el objetivo original de la ciencia.

 

[1] En la década de 1980, el filósofo existencialista Wolfgang Janke escribió un breve texto titulado "Postontologie" en el que presentaba el primer análisis crítico de la praecisio mundi. Este texto se publicó en español por iniciativa del filósofo colombiano Guillermo Hoyos Vásquez bajo el título Mito y Poesía en la crisis en la modernidad/postmodernidad: postontología. Buenos Aires: La Marca, 1995. Janke retomó el tema en Kritik der präzisierten Welt, 1999 y, finalmente, en Fragen die uns angehen, 2016. La iniciativa de Guillermo Hoyos, un filósofo hoy injustamente olvidado, ha sido recordada recientemente por Yuri Jack Gómez-Morales "La praecisio mundi. La medida de la ciencia y el recorte de la Universidad como proyecto cultural". Ideas y Valores 70, Supp. nº 7 (2021): 111-121.

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