La comunión político social que supuso el nacimiento de la “nueva política” ha provocado un trastorno de la realidad: nos miramos al espejo y ni somos tan nuevos ni somos tan políticos.La salida por la izquierda merece toda la atención, por ser la única que pondría coto a la paulatina deshumanización de lo público, pero exige aún de más contundencia rechazando dolorosas dicotomías.La implosión del escenario electoral desde el centro y hasta la izquierda que se produjo entre 2013 y 2014 se larvó durante largo tiempo al albur de una creciente indignación ciudadana por los efectos de la crisis económica, efectos fundamentalmente sociales y fundamentalmente sufridos por los sectores sociales con menos recursos y capacidad para resistir determinados impactos. Se fundió con la expresión de una demanda de transparencia y democracia en la participación de lo público y con una desafección evidente con respecto a aquellas instituciones y representantes que se intuía estaban en la causa de aquellos efectos y que se negaban a rendirse ante estas demandas.El nacimiento de la extrañamente llamada “nueva política” (no se defendían más que aspiraciones básicas ya ampliamente defendidas por la izquierda) supuso la cristalización de esa comunión de aspiraciones que emanaron, con matices importantes, desde la base. Esto ya es sabido.¿Y después qué? Tengo la impresión de que la celebración de aquella primera comunión político-social nos ha provocado una resaca de nivel que evidenciamos mejor que nunca al mirarnos a nosotros mismos y analizar la evolución de nuestros procesos, debates y resultados. La izquierda es más fuerte que en tiempos, pero la derecha gobierna hoy mas cómodamente que hace un año, con otro actor en el centro que puede servir convenientemente de maleta tanto a un PSOE recurrentemente derechizado e imposibilitado para dialogar con la izquierda, como a un PP que sorprendentemente entiende mejor el signo de los tiempos y por momentos muestra sus caras más dialogantes, sensibles socialmente y cínicas caricias hacia la necesidad de lo nuevo.El panorama descrito no es alentador, pero existen corrientes subterráneas en la sociedad española que permiten alentarnos en la solución: nadie cree que todo vuelva a ser lo mismo a como era antes de 2013 ni que podamos establecer un marco de relaciones de poder con las mismas características y formas. Pero es obvio que debemos reconocer en primer lugar la alta capacidad del conservadurismo sistémico para regenerarse (al menos pública y electoralmente), y en segundo lugar cierta incapacidad propia para acabar con quistes eternos en la izquierda: buena o mala, nueva o vieja, callejera o institucional, domesticada o asalvajada, unitarios o disgregadores… Apocalípticos o integrados.Ciertamente es hartazgo lo que sufrimos aquellos que, con fórmulas, propuestas y actitud aglutinadoras, asistimos continuamente a la “definición” del otro en base a esas dolorosas dicotomías (cuyo establecimiento, en la práctica, inhabilita para vencer), al elogio de la diferencia como motivo de irreconciliable desencuentro (y no de riqueza y amplitud de los espacios que compartimos) y a la criminalización pública del diverso, del distinto, cuando habríamos de mimarlo y darle cariño.Que un órgano decapite a todo un Secretario General, como ha ejecutado el PSOE, es inaudito. Las limpias de los disidentes o campañas de difamación pública en PODEMOS han sido desagradables. Pero nada que algunos no hayamos sufrido ya con especial saña y virulencia dentro de IU. Esto, desde la aspiración democrática a crear espacios que sean verdaderamente atractivos, es incompatible con la izquierda, bajo mi punto de vista.O creamos esas condiciones o no habrá cambio desde la izquierda que tumbe a la derecha; o coo-petimos apelando a todos los que quieran empujar, porque no sobra nadie en la izquierda, en lugar de competir, o esa derecha soft, cuando no la ultraderecha, se hará cada vez más fuerte entre capas enteras de la población que tradicionalmente han sido afines a la izquierda, como en el resto de Europa. O bajamos de la parra y del izquierdismo dicotómico de salón hasta lo concreto (la acción social, el contacto con las gentes no organizadas, la creación de esas plataformas que unifiquen, la sensibilización de nuestro lenguaje, la solvencia de nuestras propuestas), o estaremos condenados a seguir esperando el turno eterno de la alternativa completa que nunca lo es del todo.
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