Llevan más de media hora en el coche y apenas han avanzado seis kilómetros. Odia con todas sus fuerzas sus mañanas. Día tras día, de lunes a viernes, levantarse a las cinco treinta de la madrugada para entrar a las ocho al curre. Por medio, casi todos los días una hora y media de camino para recorrer los treinta y cinco kilómetros que separa su casa de su centro de trabajo.
Ahora, de nuevo, están totalmente parados. Por la radio una simpática mujer de voz dulce, les recuerda que ha amanecido un día lluvioso y que hoy, la situación está aún peor que los días anteriores. Hay retenciones en todas las entradas a la ciudad y más de veinte kilómetros de atasco en la A-6 por la colisión de varios vehículos que ha dejado inutilizados dos de los tres carriles. Esa no es su vía, pero da igual, porque en la que se encuentran, en la vía de circunvalación M-40, todos los días son fiesta y todos los días hay premio.
Mientras suena por los altavoces del coche “Días de Escuela” de Asfalto, su pareja, sentado a su lado, cierra los ojos y repiquetea con los dedos en el muslo de su pantalón la melodía, disfrutándola, degustándola y quizá acordándose de algún tiempo anterior, ella mira por las ventanillas. Reconoce a muchos de los coches y a los ocupantes de cada uno de los vehículos que tiene alrededor. Pero no porque sean amigos o conocidos, sino porque son los mismos de cada día.
Todos los días, la misma cantinela. Despertador, ducha rápida, desayuno mientras se acaban de vestir y a las 06:30, camino y paciencia en el atasco. Ella, trabaja en cadena de una fábrica de automóviles de un polígono industrial. Él, lleva la contabilidad y las facturas de una empresa pequeña de transportes situada en el mismo polígono. Hasta hace unos años, la empresa automovilística ponía autobuses para sus trabajadores que salían desde varios puntos de la ciudad. Con la pandemia, y los ERTES, dejaron de funcionar y el Comité de Empresa no ha hecho nada para recuperar un derecho que la empresa ha decidido suprimir de forma unilateral. Él ha estado los últimos dos años, primero teletrabajando y después combinando trabajo presencial uno o dos días a la semana y el resto a distancia. Nunca hubo ningún problema de rendimiento. El trabajo salía perfectamente. Ahora lleva casi un mes que tiene que ir presencialmente todos los días.
Sus conocidos, cuando hablan de la situación, les dicen que no saben cómo pueden aguantar el atasco diario y continuo de hora y media. Pero no hay otra opción. El transporte público es inviable. Tardarían media hora más y encima tendrían que andar casi un kilómetro desde la parada del único autobús interurbano que pasa cerca. Y con tan poca asiduidad que si lo pierdes, a la vuelta, otra hora de espera. La empresa dónde ella trabaja tiene más de quinientos trabajadores. En el polígono habrá más de 10.000. Sin embargo, ni la Comunidad, ni el ayuntamiento han pensado en poner transporte público decente. Durante un tiempo, antes de la pandemia, ella que es la que más tiempo lleva yendo a ese polígono, salía de casa a las seis y diez de la mañana. Y a las siete menos veinte, estaba aparcada como un clavo frente a la fábrica. Mientras esperaba que dieran las ocho, intentaba dormir en el coche. En invierno con el motor encendido al relentí para que funcionara la calefacción. Y en el mes de julio, lo mismo pero para que funcionara el aire acondicionado.
Durante la pandemia, no había problema. Él estaba en casa y ella cuando trabajaba, iba y volvía sin contrariedad. No había atascos. Ahora que el jefe de él, se ha puesto cabezón y ha obligado a todos a comparecer todos los días en la oficina, no pueden salir antes de las seis y media, porque la vecina que levanta a su hija Minaya y la lleva al colegio, no puede hacerse cargo de ella, antes de las seis y veinticinco. Los días que se retrasa diez minutos, les supone llegar tarde al trabajo.
Tal y como está ahora mismo la gasolina (compraron coche nuevo hace dos años, de gasolina porque les dijeron que los de gasoil iban a desaparecer), han gastado en el último mes 420 euros en llenar los depósitos. Se están planteando incluso, si sigue subiendo, dejar de trabajar, porque entre la gasolina y la vecina, no les va a compensar tener trabajo.
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Corazón caliente, estómagos fríos
Las emociones, son tan volátiles como la laca y tan peligrosas como el azufre mezclado con clorato potásico. Numerosos estudios indican que son las emociones las que dirigen principalmente las actuaciones del ser humano y no los datos. La emoción, si no está cribada o filtrada por la razón es una ruleta rusa que puede dar lugar a una percepción distorsionada de la realidad. El miedo, según el psicólogo Rob Yeung es una de las emociones más poderosas. De ahí que sea utilizada frecuentemente por los medios de comunicación como arma eficaz en la estrategia política.
¿Cómo es posible que un tipo cuyo historial laboral es casi nulo, un listo de los de su calaña, que tenía una empresa que en 2018 puso en concurso de acreedores, y que no pagó a ninguno de sus trabajadores, sea capaz de poner en jaque a un gobierno que se dedica a aporrear trabajadores en huelga y, que sin embargo, se sienta en la mesa a negociar con gentes sin representación, cuyo único currículum es la estrategia de elevarlos a categoría de líderes por los medios de manipulación, adoctrinamiento y ensalzamiento del fascismo? ¿Cómo es posible que la única cadena de alimentación con estanterías vacías sea esa cuyo dueño simpatiza con la extrema derecha? ¿Cómo es posible que una foto de un supermercado sin productos pueda más que cincuenta con estanterías repletas?
El miedo y el descrédito son las principales emociones con las que juegan esos medios de manipulación informativa para llevar a la gente al redil que más les interesa. Durante más de cuarenta años estuvieron describiendo a los comunistas como peligrosas hordas que te iban a quitar tus pertenencias y a comerse a tus hijos. (¡Quién iba a decir que quién te iban a quitar las casas eran los capitalistas!¡Quién te iba a decir que quien trafica con niños iban a ser también los ricos sin escrúpulos!) Durante otros tantos años, estuvieron diciéndonos que la libertad y la democracia dependían de una institución que ostentaba un señor que ha acabado exiliado en Dubái y protegido por la fiscalía y los servicios jurídicos del Congreso para evitar que acabara procesado como un vulgar chorizo. Durante el último lustro, ha sido un recurso utilizado por el PSOE y sus adláteres con un discurso alarmista de miedo, «votadme, que si no vendrán los fascistas». Y ahora, se utiliza el miedo a un país, Rusia, que hace ahora dos años prestaba ayuda humanitaria contra el COVID en una Italia devastada, ante la inacción de la Unión Europea, para justificar una guerra que el imperio ha montado para retrasar su caída como potencia y que, sin embargo, nos quieren meter con calzador que es una guerra a favor de la democracia (en un país que acaba de ilegalizar a 11 partidos, entre ellos el principal de la oposición) con un sermón propio de la religión y la fe, que consiste en convencer al personal de que la geopolítica es un campo complicado en el que sólo pueden introducirse quién está preparado para ello (como el entendimiento de la concepción entre una paloma y una mujer por la fe).
La esperanza, el positivismo exacerbado y las ganas intensas porque todo salga bien, lleva a la gente una y otra vez a creer a un partido político que ha demostrado ser un fraude en los últimos 48 años, desde aquel fatídico 1974 en el que un franquista infiltrado, junto con algún incauto (Pablo Castellanos) y varios tontos útiles, forzaron un congreso inesperado en los alrededores de París para arrebatarle la formación a uno de los últimos republicanos exiliados de ese partido, Rodolfo Llopis. Con el precio de los combustibles impagables para la mayor parte de los trabajadores de este país, con un petróleo como fuente de energía que está tocando fin, en lugar de apostar por la racionalización, el teletrabajo como forma habitual para todos aquellos puestos administrativos que lo permitan, el refuerzo de los servicios y transportes públicos o el transporte de mercancías por vía férrea, se opta por subvencionar el combustible a un sector en el que el porcentaje de evasores fiscales, es elevado. Según Hacienda, en 2019, más de dos millones de autónomos, dos tercios del total, declaraban ingresos fiscales por debajo del importe del salario mínimo y gran parte de los empresarios del sector del transporte declaran ingresos inferiores a sus empleados. ¿Cómo se puede subvencionar a quién hace lo imposible por defraudar, si por cada uno de ellos, nos toca acoquinar a los demás una media de 2.000 euros más de impuestos al año? (El sindicato de Técnicos de Hacienda, estima el fraude fiscal en 91.600 millones de euros/año).
La ilusión y el optimismo, que provocan simpatías hacia el gobierno chileno del derrocado Salvador Allende, son utilizadas para intentar arrimar el ascua a la sardina que más les interesa. Porque si es cierto que el sindicato vertical, que se hace llamar plataforma de transportistas, único que sigue en huelga, tiene como fin la caída del gobierno, no es menos cierto que sólo se representan a ellos mismos y que este gobierno se parece bastante más al del Pinochet de los ochenta que al del depuesto Allende.
La misma esperanza es la que ha llevado a gente a la que le tengo aprecio a alegrarse por algo que nadie sabe en qué consiste. Nos despertábamos el sábado con un pretendido triunfo de Prety Sánchez sobre la Unión Europea. Un acuerdo que por más que he preguntado nadie sabe contestarme en que se traduce realmente. Un acuerdo que, según estos vendehumos va a permitir “TEMPORALMENTE” y de forma imprecisa, una rebaja en el precio del gas que, supuestamente tendrá consecuencias en el precio final del recibo eléctrico. He preguntado a diferentes personas por Twitter y la única que ha intentado explicarlo me ha contado una de indios, de la evolución del precio de la electricidad en los últimos tiempos y del supuesto impedimento de la UE para regular la tarifa. Lo único cierto es que el gas que se consume en España ahora, como consecuencia de esta guerra en la que nos han metido sin preguntar, mayoritariamente es vendido por los americanos que lo traen en barcos licuado a cuatro veces el precio del gas argelino. Lo único cierto es que el gas, poco tiene que ver con la estafa de un recibo eléctrico cuyo kilovatio/hora se cobra al precio más caro de todos los generados independientemente de que de los 200 kilovatios que se consuman en una casa, sólo uno se haya generado por ese gas.
Parece pues evidente que, nuevamente este maestro de la verborrea, este vendehumos pagafantas, este partido fake del socialismo, nos la ha vuelto a meter doblada.
Luego, mientras le hacen el juego a los fascistas, mientras maltratan a los ciudadanos como lo harán los fascistas, te echarán la culpa a tí de que los del moco verde acaben en la Moncloa.
Como ya pronosticaba Antonio Aretxabalaen este artículo de 2017, “Más peligroso será el enorme descontento y frustración social, caldo de cultivo para legitimar la vuelta de regímenes de extrema derecha en la falsa promesa de volver a un pasado lleno de optimismo, aunque ello conlleve la privación de lo más básico". Estamos en los inicios de esa génesis.