Durante la época de las pandemias COVID, el médico investigador Boris Pérez meditaba sobre el comportamiento de los animales en particular, pero de los seres vivos en general. La supervivencia es un objetivo natural para todas las especies. Para lograrlo, Boris pensaba que hay dos principios básicos. El primero es la dispersión. Quedarse en el mismo lugar termina por agotar los recursos, por eso, las especies que más lejos se dispersen, mejores opciones tendrán de sobrevivir.
El otro factor es la adaptación. Las especies, para su defensa, se adaptan al entorno. Es algo que Darwin identificó. La adaptación sabemos que lleva su tiempo, pero también sabemos que cuanto más simple es el ser vivo, con más facilidad puede evolucionar y adaptarse.
En el fondo, comentó Boris, es precisamente lo que ha hecho el COVID para sobrevivir. Primero se ha dispersado extendiéndose por todo el mundo con gran rapidez, y después ha evolucionado de forma inteligente.
Si se hubiera mantenido en su letalidad inicial, o bien la ciencia hubiera dado con una cura definitiva, o bien el COVID podría quedarse sin personas a las que contagiar. Una evolución a una forma menos letal hasta convertirse en una variedad de gripe o de resfriado común, sí que garantizaría su supervivencia como virus.
Concluía Boris pensando en el comportamiento del ser humano. En el primer cuarto del siglo XXI consiguió una dispersión sin precedentes, extendiéndose por la Luna y Marte, y explorando cuanto podía del sistema solar y más allá. Pero aún no se ha tomado en serio lo letal que es la humanidad para el planeta Tierra consumiendo recursos (cambio climático, deforestación, calentamiento global, etc.) y que debe, de forma urgente, disminuir esa letalidad para sobrevivir. La humanidad es la parte principal del problema, y solo la humanidad puede ser la parte principal de la solución.