La Generalitat de Cataluña ordenó hace poco el cierre de bares y restaurantes. En un principio, se indicó que solamente sería por quince días, aunque en seguida se lanzaron globos sonda con la probabilidad que se alargue algunos más. Escucho un profesional del ramo por la radio, que hace una reflexión interesante. Se nota que habla con pies de plomo, sopesa cada frase con temor a meter la pata (la derecha, tan ultra ella, ha conseguido extender a toda la población que, cualquier crítica, por sana que sea, puede reinterpretarse y ser llevada al redil de PP, Vox y C’s). Por un lado, esta persona no está muy segura que sea justa la decisión del cierre, pues se ha encargado (y ha asumido los costes) de cumplir las normas sanitarias a rajatabla. Incluso inquiere comportarse adecuadamente a los clientes que las infringen. No obstante, entiende que, si tal decisión es por el bien de una mejora pública, tiene que cerrar (y lo hace). Ahora bien, pregunta, si deja de tener ingresos, pero mantiene los gastos por el bien común, ¿por qué ese bien común lo abandona a su suerte?
El sector profesional del que escribe, en concreto el ámbito de las convenciones y congresos de empresa, y obviamente relacionado con concentraciones de personas, está desaparecido desde el pasado mes de marzo. No tiene la suerte, parejo a otros muchos sectores, de disfrutar de una visibilidad extensa y diversa como el sector de bares y restauración. Siete meses lleva el sector (y todo indica que se superará el año), en que agencias, operadores, guías, técnicos de sonido e imagen, diseñadores, azafatas, floristerías, imprentas, servicios de catering o seguridad o limpieza, transportes y un larguísimo etcétera que se ramifica por doquier, han visto desaparecer, de sopetón, sus fuentes de ingresos. Todo, por el bien común. Y así debe ser.
Aparte de alguna muy pequeña ayuda a fondo perdido de la Generalitat (para los que corrieron y llegaron los primeros en Cataluña) y algunas cuotas de la Seguridad Social y un pequeño “paro” a intervalos, miles y miles de personas han sido abandonadas a su suerte. La mayoría, autónomos. Nada más excepto la posibilidad, para algunos, que el Estado te avale una Línea ICO, que no deja de ser endeudamiento y beneficio para los bancos. Nada más. Abandonados, pues esas cantidades, por ejemplo para las Pymes, a lo sumo cubren los gastos que se continúan teniendo.
Uno pone el ejemplo de su sector por una sencilla razón: no tanto porque pertenezca a él, sino porque conoce a personas (no lo olvidemos) que dependen de él (teniendo presente que hay más sectores que uno desconoce con muchísimas más personas). De estas personas (miles) uno ya sabe que las hay que no pueden pagar el alquiler, que han dejado Barcelona para regresar al pueblo de los padres con el rabo entre las piernas y el corazón en la mano. Personas, algunas, cuyos hijos este año no tendrán extraescolares (no es una frivolidad), o que empiezan a dudar entre pagar la hipoteca o la comida, que buscan por internet qué es eso del “Banc dels Aliments” (cuya demanda de ayuda ha subido un enorme porcentaje). Es cierto, hay la moratoria de hipotecas, pero lo que se puede ahorrar uno depende mucho de qué tipo (fija o variable) y de qué antigüedad tiene, por eso de qué cifra son intereses y cuál cantidad amortizable: algunos se ahorran bastante, otros casi nada. Tal vez deberían haber congelado los pagos en función de demostrar qué porcentaje de ingresos ha desaparecido por el bien común. ¿No ayudó hace unos años, la sociedad, a los bancos? Y fue a fondo perdido. ¿No deberían corresponder los bancos?
Hay más sectores afectados, claro, y también hay personas que ya lo pasaban mal antes de la pandemia, que no tenían trabajo, pero sí esperanzas de ir a mejor. Ahora, la esperanza es poca. Toda esta ciudadanía, que no tiene acceso a Ertes o a las pocas ayudas, está abandonada por el bien común. No exigen ni piden limosna (todavía), y empiezan a preguntarse si es justo renunciar a toda su vida por el bien de todos y que te ignoren.
España no es un país rico, aunque durante muchos años se ha pretendido ofrecer la visión de que sí lo es. En catalán, a esto se le llama “estirar més el braç que la màniga”, y tiene mucho más que ver con el independentismo que la insolidaridad que se vende. Pero bien, ahora empieza a descubrirse la frivolidad de tanta tele cutre, la idiotez de celebrar que según qué españoles estén entre los más ricos de Europa, que según qué empresas o financieras tengan tantos beneficios y apenas paguen el Impuesto de Sociedades. Ahora, de sopetón, se empieza a sentir en las carnes que España no es rica, sino que lo son unos pocos... pero que, a la hora de la verdad, esto poco tiene que ver con la realidad de la mayoría del país. Porque hay muchas realidades, y si la suya es de las que la Covid le supone una molestia, pero no le impide comer o pagar la luz, vive en un ámbito que no es el de todos. ¿Podría vivir, usted, 8 meses casi sin ingresos? ¿Y 10 o 12? Miles de ciudadanos, de diferentes sectores, están obligados a ello... por el bien de todos, recordémoslo, y no por pereza o indolencia.
España no es un país rico. El gobierno no tiene dinero para compensar los miles de personas abandonadas a su suerte, y no se atreve a decirlo. Pero sí lo tuvo para rescatar a los bancos, a fondo perdido. Si la factura que pagamos es este abandono, que lo diga, pero que no haga como si nada, como si no existieran esos miles de personas para que sus vecinos no se enteren. Pero no van a decir nada, porque son cómplices de tal desahucio los dos partidos políticos mayoritarios y todos los secuaces del establishment neoliberal. Por mucho que se peleen, esto los une; y ya saben que pocas cosas unen más que ocultar las vilezas comunes. Tal vez el estado debería endeudarse, porque luego no quedará tejido para recomponer la economía.
Uno ha estado (por trabajo) varias veces en Argentina. Una de ellas coincidió en pleno “corralito”. Lo que vi es describible, pero me centraré solamente en un aspecto: clase media sin efectivo ni crédito para comprar comida o pagar la luz, pidiendo u ofreciendo patrimonio (cosas personales) en plena calle a precio de saldo... mientras hay restaurantes de lujo abarrotados en Buenos Aires. Siempre hay a quien no le afecta, incluso quien se enriquece (no es difícil comprobar que parte de las clases ricas se enriquecen más con las crisis). No obstante, ahora y aquí, se trata de una cuestión de salud por el bien común. Te impiden ganarte la vida por esta razón. Te impiden hacer tu trabajo porque conlleva un riesgo (imprevisto y esperemos que puntual) para el resto de la sociedad.
Un servidor es de los que se reía a carcajadas (para no llorar, y consta escrito) cuando se decía que el confinamiento “nos iba a cambiar”. Aquí no cambia nada que pueda afectar a los de arriba, cosa que significa que nada se mueve. Tampoco cambia nada que implique el riesgo individual del que protesta, por abajo que esté, cosa que es un éxito de esos de arriba. Se esconde el problema (un Estado en bancarrota porque vendió el esfuerzo público al beneficio privado, y miles de ciudadanos abandonados) para que la mayoría de la sociedad no se entere y no reaccione.
No es una cuestión de derechas o de izquierdas... si ustedes son de los que piensan que el PSOE es izquierda socialista, que defiende a los más necesitados como parte del todos. Ahora pagamos (de momento, esos miles abandonados) las políticas neoliberales del PP y del PSOE (o de CiU en Cataluña). De acuerdo, no son lo mismo, pero es un poco como el bipartidismo en USA: al fin y al cabo, si limpiamos los exabruptos, ambos partidos sirven al mismo patrón: Don Dinero. Y Don Dinero entiende de negocio, de beneficios, y no de servicios para la sociedad. Así nos ha quedado el Sistema Sanitario. Que no, que España no es un país rico, pero ha actuado como tal permitiendo el descalabro de la sanidad pública, como si la privada estuviera al alcance de todos y fuera lo mismo: y no lo es, es un negocio. (Lo mismo para la educación, pero es otro tema). Ahora, pero también antes, se demuestra la tamaña hipocresía y el cinismo de aplaudir a los sanitarios desde los balcones. Debería darnos vergüenza cada uno de esos aplausos que, como es de esperar, solamente regresarán si nos morimos a paladas.
España no es un país rico, y un país que no es rico, en casos como el actual, solamente puede sobrevivir mediante la distribución de la riqueza y la solidaridad, esos grandes enemigos de las políticas neoliberales. Lo neoliberal es ese “sálvese quien pueda” proclamado por los que tienen la seguridad de poder salvarse, y aplaudido por las orejas por todos aquellos que se creen la patraña que se salvarán. Lo neoliberal es, simplemente, la sonrisa de aquél que apoya sus pies sobre la cabeza de otro mientras el agua sube. Cosa que la sociedad está visto que acepta mientras hay poca agua... y que parece ser que se resigna a tragársela cuando empieza a subir. Un mundo un poco extraño.
Pero, ante todo ello, un último apunte: cada poco tiempo (semanas o meses) se habla de que “casi” ya se tiene la vacuna en tal o cual país. Ahora Rusia ya hace las últimas pruebas, ahora Reino Unido ya “casi” lo ha conseguido. Hace pocos días, el muy honorable Ministro de Sanidad, Salvador Illa (sin conocimientos médicos, para qué, y en carrera política desde 1987, es decir, como la mayoría de nuestros políticos, sin apenas contacto con el mundo laboral), decía en una radio catalana que ya casi, que, por Navidades, tenemos la vacuna, que seguro. Y hay un aspecto verídico a tener en cuenta para tal optimismo: jamás hubo tantos laboratorios ni recursos dedicados a ello. Tal vez, la malaria ya sería historia con tal dedicación y empeño. Pero busquen un familiar o conocido del mundo científico y verán que la ciencia es clara: tal entrega no asegura nada. Tal vez mañana, o tal vez de aquí dos años. Agréguenle que hay que testear, probar y esperar esos efectos secundarios que a veces se esconden, los malnacidos. Sin contar el imprevisto que el virus sufra una mutación importante por el camino.
Les haría una pregunta: <<¿alguien, en las altas esferas, ha previsto cómo convivir y lidiar con esto si dura dos o tres años más?>>. ¿O, simplemente, se reza, se huye, se sueña que Papá Noel o los Reyes Magos o el Tió nos traigan la vacuna? ¿Y si el virus muta y la tasa de mortalidad se multiplica por la cifra que sea?
Hay miles y miles de personas en este país que, ya mismo o pronto o más tarde, no tendrán para comer, pagar la luz, el alquiler o la hipoteca. Pero no olviden que también son las que solían ir a tal restaurante o al bar, la peluquería, el dentista, tienda de ropa, concierto, que compraban un libro o una tele nueva, se cambiaban el coche, el lavavajillas... lo digo por si no son una de estas personas, por si creen que no les va afectar, que es algo ajeno que no les compete.
La derecha-ultraderecha, juega al despropósito de la crispación, y, en cierta manera, al PSOE ya le va bien: se trata de que no reflexionemos qué políticas se llevaron a cabo en los últimos 30 años. Qué mejor, para no juzgar las políticas del bipartidismo (donde incluyo Vox y C’s como facciones muy recientemente escindidas), que los fuegos de artificio del insulto y el vilipendio, no digamos ya la mentira, como cortina de humo en noticiarios y tertulias. Burro el abandonado que en ello ve un caballo renco que le visten de corcel. España no será un país rico, pero sí es el país que se merecen sus ciudadanos, pues son los que votan, los que no exigen.
En marzo, el sopetón viral justificó la improvisación y los vaivenes e incoherencias en las decisiones. Y, en octubre, ¿qué lo justifica? Tal vez sea esa falta de recursos: por ello, cuando se dispare la tasa de contagios, continuarán faltando médicos, faltando camas UCI y faltando respiradores. Las restricciones aumentarán, el fuego del Congreso pasará a la escala Kelvin, la prensa mayoritaria continuará utilizando el virus como una oportunidad para sus intereses, y aquellos que puedan ir tirando adelante no pensarán en el resto hasta que no afecte sus carnes, y este es el designio de este país, y así se vota, y por ello es el país que se merecen sus ciudadanos, por el bien común, claro, pero que no resulte luego que ese “bien común”, al final, solo sea el de unos pocos.