Va a cumplirse un año de la invasión, conquista y aniquilación del pueblo palestino por parte del gobierno genocida presidido por el criminal de guerra Netanyahu, y ya nos estamos acostumbrando o, mejor dicho, ya estamos acostumbrados a ver en los telediarios, casi como si se tratara de un ameno videojuego, las terrorifícas imágenes de las agresiones del formidable, amén de valiente, ejército israelí cuya brava aviación de última generación bombardea a placer a la indefensa población civil palestina con proyectiles también de última generación, incluso se han utilizado bombas de novecientos kilos, que no se usaban desde la guerra de Vietnam, lo más mortífero del mercado armamentista. Pero Israel, a poco que se esfuerce, todavía pueden superar con creces su capacidad de destrucción, de arrasamiento y aniquilación. “Israel siempre ha hecho mucho daño” ha dicho recientemente la escritora y periodista Maruja Torres, una mujer que sabe mucho de guerras y conflictos de todo tipo en muchos países. Y añadió algo tan evidente como que hay que romper relaciones diplomáticas y cortar el suministro de armas a Israel. Y que este país no está ejerciendo su derecho a defenderse de ataques terroristas sino que está sometiendo al pueblo palestino a una venganza tan desproporcionada, que ya es, de hecho, un genocidio con todas las letras.
Las bombas y el resto de municiones pesadas lanzadas de forma masiva e indiscriminada contra Palestina, están causando una devastación de tal magnitud que hasta el presidente Biden, el presidente del país proveedor de este material, y socio y amigo y aliado incondicional, también podría llamársele colaborador necesario o cómplice, del gobierno genocida israelí, se ha mostrado preocupado por la magnitud de la destrucción que estas bombas están causando. Lo dice, claro está, para quedar bien, y para mantener un poco las apariencias.
Pero esas tímidas e hipócritas palabras de puro compromiso, no quitan, y ahí se ve la vileza, el pelaje del Imperio, para que éste siga proporcionando puntualmente toda la munición, el armamento, la asesoría militar y la de sus servicios de inteligencia, a su socio, a su aliado, a su protegido. Y todo ello sin importarle un pimiento que, además de bombardear a la indefensa población civil, destruya sus casas, sus escuelas, hospitales, infraestructuras...etc., llevando a cabo, con total impunidad y desahogo, todo lo que está en la hoja de ruta de su plan de invasión, conquista, aniquilación y anexión de la tierra palestina, sin reparar en que existen unas reglas, unas leyes, unos tratados internacionales que, una vez más, rechazan y desprecian. El mismo desprecio con que arrasan las vidas de los palestinos. Ya han sido asesinados 45.000, el setenta por ciento de ellos son mujeres y niños, y se calcula que aún quedan unos 10.000 muertos más bajo los escombros de las ciudades, de los pueblos, y de todos y cada uno de los lugares por donde han pasado.
Porque lo mismo le da al orgulloso ejército del aire hebreo que sean edificios de viviendas, que escuelas, hospitales, campamentos de refugiados… lo que sea, les da igual. Y si se les va la mano, siempre se les va la mano, nunca se quedan cortos, y cometen alguna atrocidad todavía más salvaje de lo que ya nos tienen acostumbrados, inmediatamente dicen que aquel edificio de viviendas, escuela, hospital, campamento de refugiados o un simple callejón donde la aterrorizada población se guarecía de los incesantes e indiscriminados bombardeos, era un cuartel, una guarnición, un amenazante nido de terroristas de Hamás dispuestos a atentar contra Israel. Y asunto solucionado.
Y se quedan tan anchos, tan tranquilos y satisfechos, y no necesitan pedir a nadie disculpas de ninguna clase por sus salvajes e indiscriminadas matanzas, y la total y absoluta devastación que producen a su paso. Eso nunca, ni menos dar explicaciones que, por otra parte, casi ningún gobierno de ningún país occidental, ni casi tampoco la sociedad de estos países, se ha atrevido a pedirles.
Porque la sociedad parece que ya tiene bastante con su angustiada vida; con atender a sus crecientes necesidades materiales y ocio embrutecedor; una sociedad que de forma irresponsable e insensata ha delegado sus responsabilidades políticas en lo que cree que solo es un asunto de los políticos; una sociedad entregada ciegamente a las pantallas de sus móviles, insensible a todo, que no solo no se inmuta sino que ya no ve, no repara ni por un momento en las insoportables, en las insufribles imágenes que muestran, con una apabullante claridad y nitidez, el horror cotidiano de las miles de familias palestinas que viven, por decir algo, en Gaza. Unas familias, a veces familias enteras, que están siendo asesinadas, reventadas a bombazo limpio y convirtiendo lo que eran sus casas, en un amasijo, en un inmóvil oleaje de escombros, bajo los que aparecen, entre cadáveres de adultos, seguramente los padres, madres, abuelos, los cuerpos despanzurrados, mutilados, desmembrados, de niños que han tenido la desgracia de nacer en un país pobre y desvalido al que le ha echado el ojo el codicioso y sanguinario vecino rico y poderoso para quedarse con él.
Y para ello no ha dudado, con la excusa de un atentado terrorista que, inexplicablemente, los servicios secretos israelíes, quizás los mejores del mundo, no vieron venir, ni tampoco hicieron caso a los servicios secretos egipcios que, días antes del atentado, les alertaron de un gran movimiento de milicianos de Hamás en la frontera, en iniciar una invasión, conquista, expansión y aniquilación de todo un pueblo, de toda una nación, con el visto bueno, la bendición, la ayuda incondicional, económica, militar y lo que haga falta del imperio estadounidense y la vergonzosa colaboración, la repugnante complicidad de sus “asociados”, por no decir esbirros, que suena bastante peor, de la UE.
Y a todo esto la sociedad, salvo algunas honrosas excepciones, se desentiende de su obligación de protestar, de obligar a sus respectivos gobiernos a tomar medidas contra ese Estado que dice combatir el terrorismo, defenderse de una agresión, y para ello, como ya se ha dicho, no duda en cometer un genocidio. Un genocidio retransmitido en directo a todo el mundo. La sociedad de los países miembros de la UE, que se supone es la más concienciada, avanzada y sensibilizada con los Derechos Humanos, debería exigir a sus respectivos gobiernos los pertinentes embargos, bloqueos, rotura de relaciones diplomáticas, corte del suministro de armas...etc. etc. Las mismas medidas de presión, como mínimo, que la UE está imponiendo a Rusia por su invasión de Ucrania.
Quizás ese desinterés, esa indiferencia, esa indolencia ante las imágenes de los niños reventados a bombazos, sea la más clara muestra de que nos hemos convertido en una sociedad no solo insensible, sino embrutecida, ensimismada y desorientada, enganchada a las redes sociales que nos manipulan sin tregua. La más clara evidencia de que nos hemos abandonado, además de al consumismo, a la indolencia, al egoísmo, a la indiferencia más feroz, es que, aunque las tengamos delante, en nuestros fastuosos televisores de alta definición, ya no vemos las terribles imágenes de niños, mujeres y hombres sacados, enteros o por partes, de entre los cascotes humeantes de lo que hasta hacía un segundo era el edificio de viviendas donde vivían, o la escuela donde estudiaban, o el hospital donde les atendían de las heridas a causa de las bombas. También hemos perdido la capacidad de ponernos en el lugar de una población que sufre, además de los incesantes bombardeos, las terribles consecuencias del inhumano bloqueo de la ayuda humanitaria por parte del ejército israelí; de la entrada de agua, alimentos, medicamentos, material sanitario...etc. Una acción de una crueldad y una maldad extrema, que contraviene el Convenio de Ginebra sobre la protección debida a las personas civiles en tiempo de guerra.
Precisamente, hace bien poco, el Tribunal Penal Internacional, una institución formada por jueces de muy reconocido prestigio, emitió una orden de detención contra Benjamín Netanyahu y su ex ministro de defensa por crímenes de guerra y lesa humanidad en la franja de Gaza. Una orden de detención que, sobra decirlo, no solo ha sido ignorada por Israel sino que, naturalmente, ha acusado a ese tribunal de “antisemita” porque, según el actual gobierno genocida israelí, todos los que no están con ellos, y dan el visto bueno a su genocidio, a la invasión, conquista, expansión, anexión y aniquilación del pueblo palestino, están contra ellos. Y la sociedad atrofiada, aturdida y confundida, que ya ni siente ni padece, salvo honrosas excepciones, calla y otorga y mira para otro lado como si la cosa no fuera con ellos. Pero poco puede esperarse de una sociedad tan insensibilizada, infantilizada y ensimismada, tan pueril que no solo no siente los grilletes a causa de su ensimismamiento, sino que llega a creerse la imbecilidad de que la libertad es tomarse una caña en una terraza.
Y la Unión Europea con su, en teoría, poderosa maquinaria diplomática, debería haber hablado de tú a tú con el Estado de Israel, exigiéndole de inmediato el cese del genocidio contra Palestina, so pena de sanciones de todo tipo, incluyendo la rotura de relaciones diplomáticas con todos los países miembros, y el corte total del suministro de armas. Pero han cometido el enorme error, la gravísima irresponsabilidad de dejar este asunto tan sumamente importante en manos del Imperio, y que sea éste el que les diga lo que tienen que hacer. Y entonces surge la pregunta de para qué tantas y tan costosas instituciones comunitarias, que tanto cuesta mantener, si las decisiones más importantes las toma el gobierno norteamericano de turno. Antes le tocó a Biden, que cerró filas con Israel, y que no solo no le ha afeado ni siquiera un poco, y por cubrir las apariencias, los continuos crímenes de guerra, sino que les ha prometido, y cumplido, que no les faltará el apoyo militar y diplomático que sea necesario. Y en ningún momento les ha faltado de nada, ningún envío de bombas ni de material militar se ha retrasado un solo día. Los misiles que acaban con familias enteras y revientan niños a por mayor, han seguido llegando todavía calientes, recién hechos, como las pizzas a domicilio.
Después de Biden, que ha apoyado a Israel sin ningún tipo de mala conciencia, dilema moral ni complejo alguno, vuelve, increíblemente, un individuo aún más peligroso llamado Trump, con lo cual los estropicios se van a, como mínimo, duplicar. Trump, no hace falta decirlo, es un sujeto con un dedo, o menos, de frente; un personaje muy enfermo de megalomanía y narcisismo que quiere tener permanentemente las miradas puestas en él, por lo que no dejará pasar un día, una hora, sin proporcionar sobresaltos, titulares, crisis de todo tipo que harán tambalearse al mundo. Una vez más este ser infame, repulsivo, mentiroso como pocos, se ha convertido en el hombre más poderoso de la tierra y, por lo tanto, ya tiene asegurada la atención planetaria a todas sus incontinencias verbales, maldades, mentiras, improperios y sandeces que suelte a cada poco rato. Trump viene a asustar todavía más a una sociedad ya muy asustada, paralizada, atrofiada y desorientada. De Trump, de cuando fue presidente por primera vez, decía el recordado Javier Marías, en uno de los magistrales artículos que ahora tanto echamos de menos, que “Trump ha cumplido el sueño de todo chiflado: que se esté pendiente de él, y no sólo: que se obedezcan sus órdenes”. Y sus órdenes, desde luego, no serán ponerse del lado de los débiles, de los indefensos, de los más vulnerables. Sus órdenes no serán parar el genocidio sino, muy al contrario, seguir apoyando incondicionalmente al gobierno genocida, haga lo que haga, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Y al país, la institución o el particular que se atreva a acusar, a denunciar, a condenar tal genocidio, con tacharle de antisemita, asunto solucionado.