¿Quién se va a arriesgarse a pensar en una innovación, cuando lo más probable es entrar en un horizonte de fracaso? Nosotros somos conservadores en exceso y muy reacios al cambio. Por eso vamos siempre por detrás. Si alguien propusiera una modificación en el Parlamento, que puede tener consecuencias en nuestra sociedad, el espectro político siempre se divide en dos.
Las políticas conservadoras se oponen de entrada y las progresistas se lo toman con mucha calma, aunque lo acepten, para no irritar demasiado a las otras fuerzas, evitando el repliegue a antiguas posiciones para poder atacar con más ímpetu. No mañanamos, escribía Ortega y Gasset, y por eso llegamos siempre tarde.
Ante una propuesta de futuro, lo más lógico y razonable es pedir datos para hacer un análisis ponderado de la misma y aportar algo que pueda despertar el interés de la sociedad, que va siempre por delante de cualquier ideología. Cualquier fuerza política está para escuchar a los ciudadanos y atender a sus deseos, que todavía faltan. Aquí no lo hacemos así, sino al revés. Si lo que quiere la sociedad coincide con mi ideología, entonces se atiende sin ninguna demora. Si no lo hace, damos todas las largas posibles.
Decimos que ahora no es el momento, o que necesitamos un estudio más profundo del asunto, que será negativo para los menos favorecidos, que las clases sociales no lo van a entender. En una palabra, se desecha pronto la iniciativa y se la deja durmiendo.
Todavía es peor, cuando se contesta dentro del aura del populismo y se lanza al aire de los micrófonos que el cannabis es una droga y yo no aceptó ninguna. Que los ciudadanos puedan tomarse un buen chuletón de vaca, o que los niños disfruten de unos bollitos eso sí que es saludable. ¿A quién se le ocurre conectar la salud con el consumo de cannabis, proclamando que puede aliviar las dolencias de los enfermos? Ahora resulta que lo progre es fumar porros frente a una buena alimentación con una copa de vino de calidad. Qué equivocación.
El dieciséis de febrero de este mismo año celebró su primera reunión la Subcomisión creada por iniciativa del PNV para analizar la regulación del cannabis medicinal, es decir, solo para uso medicinal. No se trata de una droga que puede consumir cualquiera, sino para aplicarla a un paciente, al que alivie sus tremendos dolores. Si consigue hacerlo esta sustancia, ¿dónde está el problema? En el caso de que otros fármacos no lo logren, pero esta planta sí, ¿por qué no vamos a aplicarla? Hasta hoy es ilegal entre nosotros, pero ¿tiene que permanecer en esta clasificación para siempre? ¿Es que las cosas son de hierro y nunca se pueden modificar?
En dolores crónicos el tratamiento con cannabis medicinal tiene mayores potencialidades que los analgésicos y antiinflamatorios habituales. Puede corregir la ansiedad, el dolor muscular y enfermedades del sistema nervioso. Sus propiedades terapéuticas aportan muchos beneficios. En su prohibición influyeron prejuicios racistas y xenófobos, al conectarse con gente mexicana y afroamericana. Se le dio la vuelta a todo esto, cuando los médicos escucharon a los pacientes, quienes decían que el aceite de cannabis funcionaba y les hacía bien. Comprobaron que esta medicina era muy positiva. Así las terapias con cannabis se fueron imponiendo.
A la creación de la Subcomisión en el Parlamento se opuso el Partido Popular y Vox, pero salió adelante gracias a las demás fuerzas parlamentarias. Por lo que nos han informado, se ha hecho un estudio a conciencia, interviniendo expertos, organismos médicos, países comunitarios, enfermos y hasta veintitrés personas que comparecieron. Los pasos siguientes serán la presentación de la propuesta de conclusiones para el treinta de mayo, que finalizará a finales de junio con otros complementos informativos por parte de los grupos parlamentarios.
Las posiciones mantenidas se diversifican entre los que están a favor y los que están en contra. Otros proponen limitaciones y restricciones varias y razonadas. El informe final será remitido al Gobierno del Estado. No se puede perder el tiempo ya en seguir buscando evidencias científicas, porque las hay más que suficientes, dado que cuarenta países lo han regulado ya y no hay marcha atrás.
Lo único que podría retrasarlo todavía es que permaneciera la moral frente a la salud. Aranguren distinguía entre moral pensada y moral vivida y se inclinaba por esta última. En la actualidad no se puede enfrentar la moral a la salud y ponerla en contra. Naturalmente, el Gobierno debe legislar para lo general. Las particularidades son siempre individuales. Quien no desee utilizar el cannabis medicinal en caso de necesitarlo está en su derecho privado. Él o ella sabrán lo que hacen, pero el Gobierno de la Nación tendrá que estar por encima de todo esto en la legislación.
La regulación tiene que darse. Ninguna ideología puede permanecer, esto sería actuar en puro dogmatismo. Esperemos que antes de finalizar el año todo esto quede solucionado y asentado definitivamente. Habrá que establecerlo de tal manera que ninguna fuerza política que ganase posteriormente unas nuevas elecciones pudiera atreverse a derogar lo ya establecido por ley. Se tiene que producir una decisión favorable inexorablemente, a no ser que nuevas evidencias científicas aconsejaran regulaciones nuevas. Se oirán muchos ladridos, sin duda, pero hay que seguir cabalgando a marchas firmes y seguras.