Los políticos dan mucho asco. Todos.
Tú, político; tú, política. Si da la casualidad de que te topas con esta lectura, que lo sepas: tú también das mucho asco. Apestas. Eres miserable y avergüenzas a tus hijos y allegados. Y si no se avergüenzan de ti y de tu comportamiento es porque también dan asco y se encuentran absolutamente imbuidos por tu ponzoña y por la educación clasista que les has inculcado y que les ha indicado el camino a seguir para la correcta preservación de tu repugnante calaña. Indirectamente, tu pareja también da mucho asco y flaco favor hace al mundo abriendo sus piernas con los ojos cerrados o plantándote semillas mohosas para que tu odioso linaje se perpetue y expanda asco con una virulencia y una rapidez nunca antes conocida y favorecida por una globalización que cada vez desgloba más. Qué culpa tendrán sus hijos, dirán algunos; no te metas con su pareja, dirán otros, su único delito fue enamorarse... discrepo. Alguien que decide compartir su vida con uno de estos seres es intrínsecamente cómplice de su persona y del asco que da, por lo tanto, esa persona dará también asco a no ser que decida apartarse en pro de su dignidad, cualidad ausente en los círculos políticos y que, como el timo, desaparece del cuerpo de los vertebrados durante la juventud, allá cuando las ideas son aún fervientes y posiblemente sinceras, y permanece como un tejido inservible en la edad adulta cronológica, que no madura. Pero apartarse de la familia, convención sobrevalorada en demasía, en muchas ocasiones tóxica y muy probablemente desestructurada ya de base, pues nada impuesto es base para ninguna estructura firme y duradera, mucho menos vertical, no debe ser fácil, sobre todo si permite vivir del cuento; aunque el papel que se interprete sea el del ogro malvado y malversador.
Todo esto no es más que una transcripción de lo que se percibe, se ve y se oye en la calle, en los bares, en las terrazas, en las redes sociales, en foros, en grupos de Whatsapp, en espectáculos, en tiendas, en mercados, en esos lugares habitados por habitantes, súbditos e ignorantes y tan desconocidos para la estirpe política, siempre ajena a lo cotidiano. A casi toda la población no política, que siempre habrá quien idealice la miseria, le da asco la política, sus artes -más bien incapacidades o capacidades dirigidas- y, sobre todo, los políticos.
Usando una lógica aristotélica extremadamente simplista pero traída al caso para que el artículo quede pintón:
Los políticos A dan asco a aquellas personas que apoyan a los políticos B o C.
Los políticos B dan asco a aquellas personas que apoyan a los políticos A o C.
Los políticos C dan asco a aquellas personas que apoyan a los políticos A o B.
Ergo, todos los políticos dan asco.
Da asco el sheriff y su tono paternalista-pasivo-agresivo con el que lubrica sus mentiras, dan asco los que le bailan el agua, los que le aclaman y los que le chantajean; da asco la muñeca Anabelle y su soberbia indolente, su mirada sádica y su evidente psicopatía elevada a la potencia 7.291, da asco el Matamoros henchido y cierra España y su ejército de farrucos neonazis de cerebro poco más que estructural, dan asco los que van de mártires ensalzando su barretina o txapela y no dejan de dar la brasa por un cacho de tierra que nunca jamás eligieron y que en ningún caso es mejor ni peor que el cacho de tierra de al lado; dan asco los izquierdosos moralistas de porte deprimente que presumen de estudiar filosofía, leer a Neruda y escuchar a Pablo Milanés, y dan lecciones sobre lo que está bien y lo que está mal y luego te abren una taberna para obreros mientras que los obreros apenas pueden ir ya a comer un menú del día a sus bares de siempre, esos de servilleta al suelo y poca tontería a los que sí que iría Durruti a cagarse en la falsedad; dan asco los que permiten que se vendan y desvirtúen barrios enteros a fondos buitres; da asco el que habla de rectitud, el que dice lo que debe ser y camina erguido con arrogancia pero no sabe hacer su doble o con un canuto a pesar de que tiene amigos que le podrían suministrar mandanga buena a raudales desde Cambados; da asco la alcaldesa salida de una Horteralia ochentera que añora y que pide más medios para luchar contra el narcotráfico cuando lo ha tenido y lo tiene dentro de su casa y de su inerte conciencia, da asco el cateto de las mascarillas y los que se enriquecen con la muerte, dan asco los que hablan de paz y negocian con dictaduras, los que se reúnen a hablar del hambre en majestuosos salones de té; dan asco los puteros farloperos que se santiguan y ponen los brazos en cruz tumbados en la cama mientras reciben una felación de una africana ilegal a la que quieren echar del país, dan asco los que se atragantan con la palabra España y se enriquecen con mordidas y dinero negro, dan asco los que odian a los negros, a los panchitos, a los moros, a los pakis, a los musulmanes y a todo lo que no huela a orujo de hierbas y a cigarro puro; dan asco los que piensan que un marica es un enfermo y que una lesbiana es un marimacho, dan asco los que no entienden de amor, los que piensan que las familias sólo son padre, madre, hijos y Dios, que para eso está en casa de todos y no paga; dan asco los que piensan que se puede ir dando piquitos por ahí a las más zorras, da asco la corrección política, dan asco los opusinos repeinados con olor a Brummel que dictan lo que debe entrar y salir de cada coño y abogan por las explotaciones en intensivo; dan asco los machistas, dan asco las machistas, dan asco los que dicen les machistes sin ser franceses, dan asco las que no se ponen de acuerdo por una causa común y le ven cincuenta mil tonalidades diferentes al morado; dan asco los que promueven el adoctrinamiento, los que niegan la historia, los que juegan con ella, los que llevan cirílico en sus camisetas por moda y los que llevan esvásticas tatuadas en su piel y odio en su sangre por analfabetismo, los que devalúan la educación porque el conocimiento de los demás les da pavor, dan asco los que se ríen y hacen de menos a pilares imprescindibles como profesores y sanitarios y justifican y absuelven a leñeros porque la autoridad hay que respetarla; dan asco los ladrones que especulan y que dicen ser laicos pero que para mantener sus escaños se visten de colorado; dan asco los que vilipendian y censuran la cultura, miserables, hoy dominadores, envueltos en sus harapos desprecian cuanto ignoran y persiguen y encarcelan letras para espanto de Antonio Machado; dan asco los que pasaron de simples delegados de clase en colegios privados a escuelas bursátiles enchufados por papá y de ahí a vicepresidencias; dan asco los que niegan el calentamiento global desde Soria en enero en mangas de camisa y se quedan tan gallardos; dan asco los que niegan dictaduras y prefieren construir centros comerciales sobre fosas antes que excavar y que salgan sus vergüenzas y su rencor, dan asco los que van a misa y levantan la mano derecha en nombre de innombrables para taparse un sol que les golpea fuerte en la cara y les ciega; dan asco los que se pelean por sentarse al ladito del alegre coronado en fatuos eventos, dan asco los que dicen que la justicia es igual para todos, dan asco los que conducen borrachos porque se saben impunes, dan asco los que fingen una melodramática senilidad y enfermedades cuando tienen que sentarse como acusados en el patio de butacas de esos teatros llamados juzgados; da asco la presunción de inocencia, que debería ser presunción de culpabilidad para todos los políticos hasta que difícilmente se demuestre lo contrario; dan asco los que lanzan insultos hacia la otra bancada y los que se los devuelven, dan asco los que juegan al “y tú más” y al “teto”, da asco su retórica guionizada, su incapacidad para discutir, para querer aprender, para decirle al de su color que se ha equivocado, dan asco los que sólo agachan su cabeza para genuflexionar y para comer miembros que terminarán escupiendo amargos favores blancos en su cara mientras otros se masturban con el grotesco espectáculo, dan asco los que recurren a infantiles juegos de palabras carentes de ingenio para llamar hijo de puta al otro y ejercen un bullying brutal y se acosan como hienas rabiosas mientras condenan el escolar, dan asco cuando se señalan, se acusan, se desprestigian y se defienden obviando que su deber debería ser público, dan asco los que les aplauden, los que hacen aspavientos y se aseguran de que las cámaras les leen los labios cuando amenazan e insultan para luego negarlo, dan asco los que hacen el ridículo en campaña montando en bicicleta, en tractor o en poni, visitando fábricas, poniéndose cascos que les hacen parecer patéticos muñecos de Playmobil a tamaño real y cogen hoces en el campo para remover suelos en barbecho y mierda para la foto junto a jornaleros, pero no quieren saber nada de martillos ni de jueces parciales, si es que existen; dan asco los que culpan a los agricultores del aumento de los precios de los alimentos mientras benefician de manera fiscal a cualquiera que venga con dos duros; dan asco los que señalan y acusan a los autónomos de no sé qué pero luego les obligan a serlo de manera falsa e ilegal si quieren trabajar en sus gabinetes y administraciones, dan asco los que se suben el sueldo porque pueden, dan asco los que tan solo cruzan una puerta si ésta es giratoria, los que se saltan colas porque aún imputados gozan de privilegios, da asco su impasibilidad cuando les muestran la hemeroteca y dicen Diego con una sonrisa en la cara y lo justifican sin vergüenza alguna. Da asco la izquierda vendida que presume de ideales doctos y da asco la derecha más rancia, rastrera y acosadora de toda Europa.
Debería darles asco dar tanto asco
En el último tercio del siglo XIX, Darwin ya señaló que el sentir asco – para la RAE una impresión desagradable causada por algo que repugna - podría tener un fin evolutivo para impedir que nuestros antepasados consumieran alimentos en mal estado que pudieran matarlos; así, aquellos más sensibles a la repulsión sobrevivieron y transmitieron sus genes, mientras que los más osados a la hora de llevarse cosas a la boca, perecieron. Y no le faltaba razón. Sin embargo, el asco es mucho más complejo de lo que el bueno de Carlos imaginó. Paul Ekman, uno de los psicólogos más importantes del s. XX y creador de la clasificación más fiable y aceptada de las emociones, identificó el asco como una de las seis emociones básicas o primarias junto al miedo, la tristeza, la ira, la alegría y la sorpresa. Estas emociones son todas innatas y universales, tal y como demuestra su relación con las expresiones faciales, iguales en cualquier parte del mundo para cualquier ser humano. Pero el asco, sin duda la emoción más olvidada y menos abordada académicamente, también se aprende y tiene no sólo un carácter fisio o biológico, sino que también tiene un carácter social o cultural que apunta a un sentido moral, al igual que la vergüenza, la culpa, el desprecio, la furia y la compasión. De esta manera los desencadenantes del asco social y moral puede ser conductas sexuales “incorrectas” o “indeseables” como la pederastia, la pedofilia, las violaciones, el incesto o la necrofilia entre otras, condenables desde una percepción subjetiva o según las normas jurídicas dentro de cada sociedad. También, y posiblemente debido a prejuicios, sesgos y taras educacionales, podría desencadenar asco social y moral todo aquello que resulta ajeno, los grupos sociales diferentes, los extranjeros, otras etnias, culturas y/o religiones. Este es el asco que emana la clase política sin rubor hacia su propia población o hacia otras poblaciones con las que en muchas ocasiones ni interactúa, y que estigmatiza hasta el punto de llegar a justificar genocidios como el Holocausto, Camboya, Ruanda, Srebrenica o actualmente Gaza. Así, lo que en un principio surge como una mera protección evolutiva frente a enfermedades, con el tiempo se descontextualiza en juicios sociales y morales que devienen en ideas y prácticas que justifican la discriminación. De la misma manera que el asco fisiológico tiene una función protectora, también lo tiene el asco social, que se postula como protector de las consecuencias que acarrea el violar las normas culturales establecidas en cada sociedad fomentando conductas éticas, igualitarias y justas por medio del alejamiento, la separación y el rechazo como medidas preventivas. Es decir, al igual que no hace falta comer los restos de una ensaladilla rusa de un contenedor oxidado que lleva varios días abierto al sol para saber que no queremos y que no deberíamos hacerlo por lo insalubre y peligroso que podría resultar, tampoco hace falta acercarnos al tipo de personas que nos generan rechazo en aras de nuestra propia salud y seguridad.
Visto lo visto, otorgar a la gentuza política nuestra confianza parece un ejercicio masoquista; pero siempre habrá quien defienda y practique la coprofagia voluntaria.
Y esto es lo que nos ofrece la democracia. Churchill dijo de ella algo así como que era «el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás», y a decir verdad por su trayectoria más oscura, en la que destacan sus elogios al fascismo de Mussolini y al Duce mismo, o su ferviente asco a Gandhi y a los hindúes —"un pueblo asqueroso con una religión asquerosa"—, este hombre debía ser a la democracia lo mismo que el fernandino Fernando VII a la Constitución que le tocó vivir o alguno de aquellos siete que se sentaron a redactar la Constitución Española porque es lo que, paradójicamente, les dictaron que tocaba vivir. Y es que la democracia no lo es tal ya incluso desde su origen y etimología, ya que en ningún caso cede el poder al pueblo, al conjunto de la ciudadanía (en Grecia, donde surgió este nuevo sistema y que siempre se pone como ejemplo por delante de la filosofía, el teatro o incluso por delante del yogur cremoso, quedaban excluidos del juego democrático mujeres, esclavos y metecos). En democracia, el único poder, y efímero, que tiene el pueblo es el del voto, pero ese voto no le otorga ningún otro poder más que el de dejar a unos oligarcas decidir por ellos y mientras, ellos, a sentarse y a ver cómo los elegidos desempeñan, no según la mayoría sino según la Ley D’Hondt, sus funciones en el gobierno, para nuestra desesperanza y su enriquecimiento. Porque como decía Errico Malatesta, y más vale un Malatesta a cien testaferros, “acostumbrar al pueblo a delegar en otros la conquista y la defensa de sus derechos, es el modo más seguro de dejar vía libre al arbitrio de sus gobernantes”, y el arbitrio de los gobernantes está claro y lo resume bien el Dictum de Acton: "Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos, incluso cuando ejercen influencia y no autoridad: más aún cuando sancionan la tendencia o la certeza de la corrupción con la autoridad".
Lo que Churchill no dijo, pero un humanista y hombre cabal como José Luis Sampedro sí, es que la democracia no existe porque "para haber democracia, tiene que haber demócratas, y para ser demócrata, hay que tener libre el pensamiento". Sin embargo, esto no es posible ya que "toda la educación que recibimos va en contra de la libertad de pensamiento, y en vez de educarnos para pensar por nuestra cuenta, nos educan para no tener independencia, para ser sumisos y buenos borregos". Y es evidente que la gente no vota haciendo uso de su raciocinio sino de sus vísceras. Más adelante, José Saramago escribiría 'Ensayo sobre la lucidez', un libro en el que el escritor portugués plantea un escenario distópico en el que hasta el 83% de la población vota en blanco en unas elecciones generales, “obligando” al Gobierno a proclamar un estado de sitio para tratar de encontrar a los responsables de dicha situación. Quizás se quedó corto el Nobel, comunista libertario, al proponer una revolución pacífica por medio del voto en blanco, ya que éste voto en el fondo tiene validez y suele beneficiar al partido más votado y, por tanto, al sistema electoral; quizás debería haber ido más allá y haber propuesto una abstención activa, el verdadero temor de los gobernantes, sabedores de que eso les quitaría la autoridad moral de la que se creen portadores, y sería mucho más fácil derrocarlos. No en vano, cada vez que hay campaña electoral, los mandamases se atragantan con la palabra democracia, pese a que ninguno de sus partidos se rige por ella, y repiten como un mantra que la abstención es incivil, cosa de ciudadanos desinformados, poco preparados y prácticamente estúpidos, y que, por tanto, no debería ser una opción. Y parece ser que el mensaje ha calado entre el populacho votante venido arriba, quien a su vez tira de tópicos para atacar sin mayor argumentación a sus semejantes abstemios, siendo el más extendido ese de “si no votas, entonces no tienes derecho a quejarte”. Pero sí; los abstencionistas tienen todo el derecho del mundo a quejarse y a no votar, ya que el sufragio no es un deber, sino un derecho y, como tal, reside en cada persona la decisión de utilizar ese derecho de la manera que más le complazca, siendo la abstención una opción tan válida como las demás. En España llevamos más de cuarenta años votando y el resultado es evidente: más división, más polarización, clasismo, más precariedad, más dificultades para desarrollarse, desprecio a los demás, prejuicios, estigmas, una atroz inversión de valores, una incultura palpable y hasta prestigiada, un pisoteo constante de derechos fundamentales, un pauperismo progresivo y generalizado de los trabajadores, una vuelta atrás, añoranzas obsoletas, sumisión, insatisfacción… y esto no es a lo que debería aspirar este sistema político que habla de libertad e igualdad en su tercera acepción definitoria para la RAE: “forma de sociedad que reconoce y respeta como valores esenciales la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley”.
No. En una democracia real, como por ejemplo algo tan básico como una comunidad de vecinos que elige a mano alzada el color con el que pintar las paredes de su portal, es el pueblo el que debería actuar y hacer algo para que el flujo circule de abajo arriba, que nunca nada bueno comenzó a edificarse desde el tejado. Esto evitaría la prolongación indefinida de la advertencia mal atribuida al filósofo y desgraciadamente político británico, Edmund Burke, que reza: «para que triunfe el mal solo es necesario que los buenos no hagan nada». Y otorgar nuestro voto a las opciones que se ofertan, no es hacer nada; es perpetuar, 'ad infinitum', los mismos males de siempre, los mismos lobos, los mismos canallas, la misma desfachatez. Caemos cada cuatro años en la casilla del puente, nos lo venden como una fiesta teatralizada que no es más que un paripé, y la corriente nos lleva siempre hacia abajo, hasta la casilla de inicio en el juego de la oca en el que el ciudadano es un ganso más cuya sola función es seguir poniendo huevos en forma de votos.
Igual algún día se cumplirá la distopía aumentada de Saramago y la gente permanecerá en casa en lugar de ir de fiesta a su colegio más cercano; igual algún día la abstención dejará de estar mal vista y quienes la practican serán considerados como pioneros reformadores. Lo que está claro es que, si en un plato sirven entrañas de buitre necrosadas y en otro, ratas de alcantarilla en descomposición, quizás la elección debería ser el ayuno.
En cualquier caso, considero que el orden se debería revertir en forma de contrapoder popular y una buena forma de hacerlo sería utilizar la misma herramienta con la que los políticos deshonran a los ciudadanos: el desprecio más absoluto. Deberíamos estigmatizar sin miramientos a todos los políticos, identificarlos con lo inferior, con lo contaminado, con lo innoble y abyecto, con lo mezquino, con lo indecente, con lo impresentable, con lo peligroso, con lo indigno, con lo que debe ser excluido sin posibilidad de empatía y sin atisbo alguno de solidaridad o indulgencia, asentándoles un golpe de gracia por medio de la abstención activa, un derecho muy hábilmente vilipendiado y obviado elección tras elección pero que está ahí y muy poca gente ejerce.
La realidad es que, salvo a cuatro tarados, a nadie le gusta comer mierda. Y si damos la vuelta a la carta del menú del día democrático, resulta que la renuncia activa es una opción muy apetecible y, desde luego, saludable cuando ya no quedan ganas de comer.