Nunca imaginó que cuando hubiera consumido casi dos lustros y medio siglo de su vida, su situación fuera a ser así. De pequeño, con siete u ocho años, cuando su padre repetía que, después de la muerte de Franco, habría otra guerra porque España no tiene remedio y el que no se pelea con el vecino, lo hace con el extraño, calculaba los años que deberían pasar hasta que el hecho irrefutable de la muerte del caudillo sucediera. Entonces comenzaba a elucubrar. En el año 2000 tendría 37 años. Con treinta y siete, no iría a la guerra. Ya sería muy mayor para eso. Pero entonces se venía abajo pensando que Franco debería vivir más de cien años para que su muerte a él le pillara mayor. Y como sabía que eso era prácticamente imposible, deseaba con todas sus fuerzas que se muriera cuanto antes. Porque los niños de diez años, tampoco van a la guerra. Aunque le amargaba la idea de que si duraba mucho, igual le pillaba como le pilló a su padre que con 17 años tuvo que ir obligatoriamente a luchar a favor de un régimen que no le hacía gracia y que soportaría estoicamente como otros miles de españoles.
Cuando a otros niños, les preguntaban que querían ser de mayor, decían que futbolistas como Amancio, toreros como el Cordobés, frailes, curas o labradores como sus tíos, padres y abuelos. Pero Ananías que estaba todo el día soñando despierto, jamás respondía a esa pregunta porque era verdad que no sabía que quería ser de mayor. Porque él quería ser siempre niño o que al levantarse por la mañana hubiera llegado el año 2000 y así con 37 años, no tener que ir a la guerra.
La suerte fue amable con Ananías. Franco murió cuando él tenía poco más de doce años y no hubo guerra. Al menos no declarada. Dos años después salió del cascarón del pueblo, dónde pasaba los inviernos jugando, (no recuerda haber estudiado la lección ni un sólo día, y sin embargo las notas siempre eran buenas) y los veranos aburridos porque él no tenía que madrugar para ir a segar los campos, madrugar aún más para cargar las gavillas en el carro y llevarlas a la era, ni tenía que hacer de contrapeso en el trillo mientras las vacas o los mulos daban vueltas y vueltas a la parva, o lo que era peor, parar inmediatamente el trillo en cuanto la vaca levantaba el rabo y ponerle la lata en el culo para que la mierda no cayera en la trilla, o recogerla por debajo de la mies con las manos y echarla fuera de la parva, si habían llegado tarde con la lata. Mientras sus compañeros de escuela hacían todas esas cosas, él se dedicaba a observar, a la sombra, el nadar de los peces en las escasas pero cristalinas aguas del arroyo que cruza el pueblo, o a investigar cómo funcionaban las cosas y porqué. Con seis años, creía que los cantantes estaban dentro de la radio. Con ocho, que estaban en el estudio y que cantaban en directo. Con diez, desmontó pieza a pieza la radio, sacándole todas las válvulas, los condensadores, los cables y hasta el dial de sintonización de emisoras. Una vez acabado el trabajo, como no supo volver a montarla, lo dejó todo en una caja y a por otra cosa. Hacía proyectores con una caja de zapatos y una linterna para las filminas que cogía prestadas en la escuela. O experimentaba con un juego de química que le regalaron los de la tele. Los veranos eran calurosos y aburridos. Ir a coger moras al moral de la iglesia o a robar cerezas eran otros pasatiempos con los que dejar de sufrir los tediosos veranos.
Con catorce años, recién llegado a la capital, se encontró de bruces con una huelga de estudiantes. Recuerda a Octavio Granados, el hijo del librero de la estación, subido en una mesa arengando estudiantes y declarando cerradas las aulas. Ananías siempre ávido de nuevas aventuras y converso a las revoluciones, acabó corriendo delante de los grises, evitando a los rapados con botas militares y asistiendo a reuniones que él creía clandestinas.
Luego vinieron las elecciones del 82 y aquellos señores de los pantalones de pana que prometían justicia social, pan, trabajo y libertad, el brindis con champán francés por su triunfo y la desilusión, transformada en decepción y enquistada en cabreo eterno porque los señoros que abandonaron el marxismo, acabaron metiéndonos de lleno en la OTAN, trayendo el trabajo precario, precarizando las pensiones, regalando las empresas públicas más rentables a los prebostes franquistas, propiciando los GAL, apropiándose de los fondos reservados, siendo los primeros en traspasar las puertas giratorias, firmando el concordato,… hasta acabar pidiendo el voto para una desequilibrada falangista como Ayuso.
Ananías, escucha en la radio una cuña en la que una emisora presume de que sólo las opiniones de sus profesionales, hijos, admiradores y benefactores del hijoputismo, son válidas. Ya ni se enfada. Cabeza al frente, boina calada, ojos perdidos, un cigarro entre los labios a medio consumir, de picadura de tabaco porque hace un lustro que no puede permitirse comprar emboquillado, observa las nueves pasar sentado en el umbral de la puerta. Está pensando cómo volver a calentar la casa con la leña del monte, porque el precio de la luz, con sus 570 euros del subsidio para mayores de 55 años no da para todo. Se pregunta, dónde ha quedado toda aquella democracia y dónde los que como Octavio proclamaban la revolución. Una mueca seria recorre su boca. Sus nietos no tienen trabajo. Sus hijos lo hacen ocasionalmente y él cobra el paro. El agua lo trae un camión desde la capital y eso de que de vez en cuando, la lluvia torrencial les anega las calles- La luz no van a poder ni pagarla y lo que es peor, no hay visos de mejora en el futuro.
No. No hubo trincheras militares, pero si guerra. Y la hemos vuelto a perder los mismos, se dice, mientras una lágrima se escurre por el lagrimal.
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Democramocho
Antes de ponerme a escribir el artículo, echo un vistazo al Twitter y leo a Rosa María Artal que enlaza a un artículo de La Vanguardia que denuncia que en la prueba de EBAU (la selectividad de toda la vida) de la Comunidad Valenciana, el comentario de Texto es sobre una de las pajas mentales de ese muñidor que da la nota diaria en Antena 3 noticias, publicada en el irrelevante y subvencionado periódico “La Razón”. Leo que la mitad de los 4 puntos de la prueba de “Comentario de Texto” se dan al desarrollo con entre 200 y 300 palabras de la cuestión “¿En qué consiste para Ud. ser patriota?”. No sabemos si los dos puntos son para el que diga que ser patriota es además de ir a Colón, defraudar al fisco, tener cajas “B”, cuentas en Suiza y paraísos fiscales, amañar elecciones, cantar el Cara el Sol, poner el himno en las escuelas, destrozar la sanidad pública, asaltar el poder judicial, dar becas a los que llevan a sus hijos a colegios privados elitistas, el cohecho, el tráfico de influencias o montar un partido que se comporte como una organización criminal o para el que repita lo de una, grande y libre.
Quizá mis fieles lectores estén hartos de que siempre hable de lo mismo, pero es que, al igual que una gangrena es consecuencia de no haber desinfectado bien una herida y no tomar medidas para corregir la infección, todo lo que nos está pasando en España es consecuencia de lo mismo. El engaño de una democracia creada con los cimientos, las paredes, las cañerías y hasta el aire del franquismo.
Estos días, estamos casi todos mosqueados con el engaño tarifario de la luz. Muchos, yo el primero, estamos enfadados y defraudados porque un gobierno en el que está Podemos, sea el que, no sólo no arregle una situación que lleva años produciéndose, sino que empeore las cosas. Pero aunque es culpable al menos de “compadreo” no debemos olvidar que el precio viene regulado por un organismo, la “Comisión Nacional del Mercado de la Competencia”, que para que el lector se haga una idea de quién es esta gente, según Wikipedia, de su presidenta Cani Fernández Vicén, dice lo siguiente:
Esta gente es la que debería investigar cómo es posible que en la supuesta subasta eléctrica, el comprador y el vendedor sean los mismos. Que los precios del KW/h se establezcan al precio de generación más caro independientemente de la cantidad de electricidad generada. Imagine el lector que el precio del agua que sale por el grifo se estableciera en función de su procedencia. El m³ de agua desalada está a 2.000 €, mientras que el del pantano a 10 €. Imaginen que la suministradora sirviera un litro de agua desalada por cada m³ de agua del pantano y que, sin embargo toda el agua lo cobrara a 2.000 €. Pues eso es lo que hacen con la luz. Esta gente deberían ser los que comprobaran que la electricidad generada por carbón lleva un impuesto de contaminación que las distribuidoras cobran a toda la electricidad porque no tienen que dar cuenta de nada. Esta gente, señoros del hijoputismo que llevan trabajando toda la vida para grandes emporios y prebostes, son los que tienen que defender tus derechos. Cómo si los crímenes de guerra los tuvieran que juzgar quienes asesoran a los traficantes de armas.
Tenemos el estado infestado de agentes del hijoputismo, que además en la mayoría de los casos son franquistas. Si el perro que guarda el rebaño se ha criado con los lobos, mal va a cuidar las ovejas. Otro de los casos clamorosos es el del Banco de España, un organismo que no sólo no evitó la estafa bancaria de las preferentes y el posterior rescate que nos ha costado 95.000 millones de euros que no han devuelto, sino que ha permitido clamorosos casos irregulares como el del Popular o Bankia. Estos señores que no cumplen con su trabajo, se dedican a lanzar prédicas sobre las maldades de la subida mísera de 164 euros del salario mínimo que, según ellos, ha supuesto la NO creación de miles de puestos de trabajo. Que es como decir que la liberación de los esclavos negros provocó la no creación de un millón de puestos de trabajo no remunerados en el algodón de los estados del sur de USA. Pero, para más enfado, más crispación, más indignidad y más recochineo, resulta que el presidente de ese organismo PÚBLICO (el BE) gana 190.487,99 € año, casi 212 salarios mínimos. Pero es que además, cada uno de sus numerosos consejeros cobra más de 2.000 euros en dietas cada vez que se reúnen. Por mi parte, sería partidario de mandar a toda esta gente al paro y dedicar ese presupuesto a subvencionar el subsidio de familias con niños en riesgo de pobreza.
El hijoputismo es el cáncer de la humanidad. Leía el sábado que Venezuela compra vacunas a través de COVAX, Biden, ese comunista que ha propuesto que las empresas paguen un 15 % de impuestos, ha bloqueado los cuatro últimos pagos, por lo que Venezuela se queda sin vacunas. Así, el que por supuesto no es comunista, demuestra que la vida de las personas le importan un bledo si con ello, puede sacar rédito político. Como también lo es la llamada transición verde que para acabar con la contaminación que provoca el petróleo, pretende contaminar cientos de territorios con balsas de productos tóxicos necesarios para sacar Coltán, Cadmio, Neodimio y otras tierras raras. Porque en el hijoputismo sólo importa la rentabilidad y el cuidado del medioambiente no es rentable. Por ahora es más rentable hacer la vista gorda y traer estos productos de China, que obtenerlos aquí por medios no contaminantes. Por no hablar de las reservas de cobre que podrían llegar a su fin en 2024 y que la semana pasada nos encontramos con que sus inventarios solo cubren tres semanas de suministro.
El agua comienza a preocupar a los grandes defensores del hijoputismo que lanzan una idea tan vieja como que ya existían en la Edad Media, las ciudades privadas dónde la ley sea “particular y propia” fuera de la jurisdicción de constituciones y leyes estatales y los recursos también se puedan comprar. Por otro lado, están lanzando los peligros del consumo excesivo de carne porque criar vacas, al parecer, consume una cantidad próxima a los 15.000 litros de agua por cada kg de carne. Sin embargo, no dicen nada de las plantaciones de huerta en desiertos y semidesiertos como Murcia o Almería, ni de los peligros medioambientales de desecar otras zonas para transportar el agua allí, o la venta de cerezas en diciembre o de mangos o piñas de “avión” en cualquier época del año. No dicen nada de levantar una ciudad de más de 600.000 habitantes en medio del desierto de Mojave dónde el juego es el único acicate. Porque, en el hijoputismo, lo que es para los ricos, ni contamina ni afecta al medioambiente.
El hijoputismo es la indecencia de venderte la libertad como la capacidad para decidir en qué bar y a que hora te tomas una caña,sin tener en cuenta, por supuesto, si puedes o no permitírtelo, mientras te birlan la cartera cobrándote para que te atienda el médico, para llevar a tus hijos al colegio o para que lo que se paga con los impuestos que los liberales del hijoputismo no pagan a través de la evasión a la que llaman ingeniería financiera, acabe siendo su mejor negocio.
Aquí seguimos mirando el dedo, y babeamos como idiotas mientras los rentistas franquistas nos birlan todo lo público para convertirlo en el negocio del siglo. No necesita inversión, no necesita cuidados ni capacidad de ejecución y es un negocio seguro y rentable. La cuadratura del círculo.
Oye, pero qué bien juega Nadal.
Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.