Golpe tras golpe derrumbaron a Castillo. Pero no solo era Castillo, eran los castillos del pueblo peruano oprimido y explotado. Y las manifestaciones y su represión sangrienta lo han demostrado. La actual alegría estadounidense aclara quién estaba en la sombra de los golpes continuos a Castillo. Pero la alegría hegemonista se transforma en tristeza ante la proclamación de Lula como presidente de Brasil. Y Bolsonaro, devoto seguidor de las órdenes que venían de EEUU, huye y se exilia a su verdadera patria, la Florida de Trump.
Un largo y permanente “golpe blando”
Pedro Castillo alcanzó la presidencia de Perú, no hace ni dos años, frente a Keiko, hija del sangriento dictador Fujimori -de quien ha heredado la sumisión, principalmente, a la superpotencia estadounidense y, por supuesto, a la oligarquía peruana vendepatrias-, lo que provocó el disgusto de Washington. Desde ese mismo instante Castillo sufrió un interminable ataque mediante la guerra parlamentaria y judicial. Tuvo que enfrentar y ganar dos intentos de destitución en el Congreso -utilizando torticeramente el artículo 113 de la Constitución, que permite sustituir al presidente por su “incapacidad moral o física”. La primera a los cuatro meses del inicio presidencial y la segunda tres meses más tarde, que ganó porque los “fujimoris” no consiguieron la mayoría necesaria.
La decisión de Castillo suicida y torpe ha servido su destitución en bandeja -como si el enemigo se la hubiera sugerido, ya que fue Fujimori quien la llevó adelante con éxito en 1992 con apoyo de la cúpula militar y sus tanques, la oligarquía y EEUU- porque ahora ninguno de los anteriores le apoyaba, al contrario, le derrumbaron.
Desde el minuto uno de su investidura, el gobierno de Castillo ha sufrido una implacable labor de desestabilización. Y no por los “defensores del orden constitucional” ni por los “enemigos de la corrupción”, sino justamente por los más tenebrosos herederos de la dictadura fujimorista, del expolio imperialista y la corrupción institucionalizada como forma de gobierno por la oligarquía, durante décadas, en Perú.
Golpearon también a Castillo mediante la fiscalía -que lo denunció y acusó de encabezar una organización criminal para direccionar licitaciones públicas- utilizando declaraciones de exfuncionarios encarcelados por corrupción a cambio de ver reducidas sus condenas. Castillo no pudo cumplir con la promesa al pueblo del cambio de la Constitución; y sus propios errores -debilitando y rompiendo la política de alianzas con otros sectores de la izquierda- lo dejaron cada vez más aislado.
Boluarte era el personaje necesario -acusada de corrupción por una empresa de discotecas, el Club Apurimac, traicionó a Castillo a cambio de que el Congreso la blanqueara; y que ha sido inmediatamente apoyada por Blinken, el secretario de Estado estadounidense- para defender los intereses de la oligarquía y el hegemonismo y derrumbar el castillo popular. Por eso, inmediata y persistentemente -desde la destitución y detención de Castillo- miles y miles de manifestantes invaden las calles en varias regiones del país para exigir nuevos comicios y la renuncia de Boluarte; y por ello sufren la represión sangrienta.
Lula renace de las cenizas
Lula renació de las cenizas judiciales en las que le sumieron. Había sido el presidente más popular de Brasil -con un índice de aprobación de más del 80 por ciento- y después de cumplir 580 días en prisión -de 2018 a 2019- su condena fue anulada por el Supremo Tribunal Federal de Brasil que sentenció que el juez Moro había sido parcial. Se presentó a las elecciones para la presidencia y las ha ganado.
El primer día de este año Lula asumió el cargo acompañado de una mujer de raza negra, un hombre con discapacidad, un niño con 10 años de edad, un indígena y un trabajador industrial. Lula aceptó la banda presidencial del pueblo brasileño que representaba una basurera, en lugar de Bolsonaro, fugado a EEUU.
Lula volverá a combatir el hambre -como hizo exitosamente durante su primer mandato- y luchará contra la deforestación, por impulsar la economía y unir al país. En sus palabras, “nuestras primeras acciones apuntan a rescatar del hambre a 33 millones de personas y rescatar de la pobreza a más de 100 millones de brasileñas y brasileños, que soportaron la más dura carga del proyecto de destrucción nacional que hoy se cierra”.
Si hay alguien capaz de volver a coser las costuras de un desgarrado Brasil, ese es Lula da Silva, respaldado por la lucha heroica, persistente e indoblegable de millones y millones de brasileños. Todo ese enorme despliegue de fuerza, de conciencia y organización, debe ser de nuevo desplegado al servicio de la reconquista de un nuevo amanecer para Brasil.
Bolsonaro huye a la Florida de Trump
Bolsonaro arrastra ya 5 investigaciones distintas -una sobre la divulgación de documentos clasificados, judicialmente la más grave, otra sobre ataques a máquinas de votación y otra sobre conexiones con “milicias digitales” que difunden desinformación en su nombre- y Bolsonaro ha perdido la inmunidad procesal que tenía como presidente. Además, hace poco más de un año fue acusado -debido a su gestión de la pandemia- de crímenes contra la humanidad, epidemia con resultado de muerte, infracción de medidas sanitarias, charlatanería médica e incitación al delito.
Brasil ha sufrido la segunda cifra más alta de muertes por coronavirus después de Estados Unidos con Trump. Bolsonaro difundió el negacionismo ante la pandemia, lo que agravó la incidencia de la enfermedad en el país, minimizando el beneficio de las vacunas, prefiriendo la llamada inmunidad colectiva para mantener los beneficios oligárquicos. El documento del Senado achaca la mitad de las 600.000 muertes por covid-19 a su política de inmunidad de rebaño.
Otro futuro es posible
¡Feliz año Brasil, Iberoamérica, España y Portugal, unidos en un polo emergente ante un mundo unipolar en transición a uno multipolar, pero un polo progresista y pacífico con el resto del mundo y no imperialista e invasor de otros países!