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Discapacidad y dependencia en tiempos de COVID-19 (Parte I: Miedo)

29 de Abril de 2020
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dependencia

El pasado 14 de marzo de 2020, en mis redessociales, anuncié que este periodo de cuarentena iba a ser una gran dinámica degrupo de 47 millones de personas a las que se las ha reducido la movilidaddurante varias semanas.

En este Post me refería a que toda lapoblación española iba a experimentar una situación que, según un artículo de ElPaís de el 12 de junio de 2019[1],100.000 personas con discapacidad sufren durante toda su vida en el Estadoespañol. Esto supone un 4% de las personas con discapacidad. Pero es que el 42%,unas 1.050.000 personas con discapacidad, salen muy de vez en cuando, segúneste mismo artículo.

Esto podría haber supuesto un gran ejerciciode empatía de toda la población con las personas con discapacidad. Al mismotiempo, dado que la discapacidad es muy amplia, esto ha generado otros derechosen menores con otros tipos de discapacidades como aquellas ligadas alTranstorno del Espectro Autista. Me explico.

En primer lugar, la ciudadanía ha visto sumovilidad reducida drásticamente, lo que la ha obligado ha cambiar radicalmentesus hábitos de vida, parándose a hacer una vida más reflexiva e interiorizada ymenos superficial. De este modo, cosas que anteriormente eran de granimportancia para las personas sin discapacidad, como el aspecto físico o elhablar por hablar, han perdido su valor.

Lo anteriormente dicho, lo he tenido que desechar,por ejemplo, en el uso que se está haciendo de las redes sociales, aumentandoel nivel de superficialidad argumentativa en dichas redes sociales queanteriormente presentaban un mayor nivel argumentativo. Esto, en mi opinión, sedebe a una mayor dependencia de la postura de las personas en las redes socialesal tener reducido sus entornos sociales. De este modo, personas que anteriormenteconsideraba que tenían gran capacidad de análisis y de diálogo, de repente,sucumben al efecto arrastre justificando o incluso utilizando el insulto,teniendo así un comportamiento gregario ante aquellas personas con las que undesacuerdo le pudiera suponer una pérdida de seguridad emocional o algún tipode perjuicio social.

Por otro lado, veo como, ante esta situación, personasmás reflexivas se ven obligadas a cerrar sus perfiles en las redes sociales,dedicando su tiempo y sus esfuerzos a labores intelectualmente más productivas.

Otra cosa que he visto en mi observación es lacapacidad de adaptación de las personas con discapacidad. Mientras el resto depersonas, sienten mermado un derecho, para las personas con discapacidad,(sobretodo física), no hay mucha diferencia con nuestro estado habitual y menosen la época de Internet. Esto, deja en evidencia la baja tolerancia a la frustracióny la mínima capacidad de adaptación de las personas sin discapacidad.  

Todo esto me lleva a sacar varias conclusiones.

La primera de estas conclusiones es que elefecto manada invalida cualquier posibilidad de diálogo en las redes sociales.Creo que esto ya lo sabe cualquier persona con dos dedos de frente y másdespués de destaparse la utilización masiva de “boots” por parte de laultraderecha. Parece ser que la humanidad avanzaba mucho más cuando un fraileclavaba 91 tesis en la puerta de una iglesia, o cuando simplemente se escribíanlibros y la población que podía y realmente estaba interesada en el tema losleía, invirtiendo el tiempo y el esfuerzo necesarios para hacerlo y sin ningúntipo de retroalimentación directa. Esto daría lugar a repensar sobre losconceptos de democracia y demagogia de los antiguos filósofos griegos. Peroeste no es mi tema.

Es segundo lugar, y este si es mi tema, pareceser que la opinión de las personas con discapacidad es bienvenida para darpalmas a aquellas personas autoproclamadas reinas de una “corte virtual”.El efecto arrastre, que he mencionado antes, hace que la opinión de determinadaspersonas sea intocable bajo pena de insulto masivo e irracional. De este modo, heobservado que la opinión de una persona con discapacidad es la menos valiosa sino encaja en los parámetros mentales de las personas receptoras.

Esto ya lo había vivido antes en Asambleaspresenciales de varios partidos políticos de la llamada “nueva política”, dondeuna argumentación mía basada en parámetros racionales y realistas era ignoraday acto seguido cualquier idea peregrina y utópica o sencillamente simple y/oemocional era aplaudida con entusiasmo. Yo achacaba esto a mi imagen física y,sobretodo, a mis problemas de comunicación, pero evidentemente en las redessociales esto no puede ser así. Por eso, debo concluir que la discafobia es unhecho totalmente subjetivo, un prejuicio puro y duro que se activa solamente porel hecho de saber que la opinión viene de una persona con discapacidad, no porlas dificultades objetivas de esa persona.

La tercera conclusión que saco, en este miniexperimento en mis redes sociales es que esas ideas preconcebidas sobre ladiscapacidad son puestas por encima incluso de los propios idearios o ignorandoestos. De este modo, podemos ver como órganos de expresión de partidos deizquierdas prefieren dar voz a personas sin discapacidad que solamente tienenrelación con esta a través de ex-Diputados conservadores con discapacidad,antes que a compañeros y compañeras que están trabajando el tema desde,supuestamente, sus mismos parámetros ideológicos. También, y esto os lo puededecir mejor mi compañera Mar Molpeceres Molpeceres, he visto como FeministasRadicales son capaces de justificar el desempeño de roles de género como unaforma de empoderamiento para las mujeres con discapacidad, en vez de escuchar asus propias compañeras con discapacidad que intentan hacer confluir feminismocon discapacidad.

Esto se puede deber a una de estas dos cosas oa ambas:

El miedo a la pérdida de apoyos en elcolectivo  de personas con discapacidad. Deesta forma, las organizaciones escuchan de forma aséptica a toda personarelacionada con el colectivo, sin plantearse como influye el discurso de estapersona en su propio discurso. Esto puede ser por necesidad de apoyos socialesy electorales, en el caso de los partidos políticos, o por miedo de acusacionesfóbicas.

También puede deberse a qué estasorganizaciones no vean a la discapacidad como parte activa de las mismas, excluyendoa nuestro colectivo de su propia visión de la sociedad y, por lo tanto,excluyéndola de la sociedad de facto.

De acuerdo a todo esto, en cuarto lugar, una delas formas de llevar a cabo esto es ignorar la discapacidad en sí misma.Cualquier forma de visibilidad de la discapacidad genera rechazo y su defensa seráatacada de forma irracional como supuesta forma de “estigmatización”. Estosataques, por ejemplo les he sufrido personalmente en estos días de cuarentena alintentar defender el uso de un pañuelo azul para que los niños y las niñas con TEApudieran salir a la calle sin ningún problema, como forma de hacer cumplir deforma visible una de las excepciones del Gobierno a este confinamiento.

Al parecer, el reconocimiento y lavisibilización de una discapacidad molesta. Si no se ve, mejor ocultarlo,aunque eso suponga no identificarse como persona receptora de un derecho.

La conclusión que saco de todo esto es que lacuarentena, lejos de aumentar la capacidad de reflexión, análisis yconocimiento interior de las personas sin discapacidad, ha producido el efecto  contrario. El encierro genera miedo,irritabilidad y, en consecuencia, aumentan los odios y las fobias. Y, una deesas fobias,  es la discafobia.


[1]“100.000 personasno salen nunca de su casa en España por falta de accesibilidad en su inmueble”, El País, 12 de junio de 2019.  https://elpais.com/sociedad/2019/06/12/actualidad/1560334356_594699.html

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