Al parecer (yo no había nacido para asegurarlo con total certeza) alrededor del año 1000 d.C. comenzaron a manifestarse en la población cristiana europea una serie de terrores sobre el fin de los tiempos. Los negros presagios se basaban en una peculiar interpretación del texto apocalíptico del apóstol Juan que venía a decir que Satanás se liberaría de su prisión para extraviar y confundir a las naciones movilizando ejércitos y provocando guerras, con fuego descendiendo del cielo y siete trompetas sonando como preludio y anuncio del desastre. Esta doctrina ganó un gran número de prosélitos que creían con firmeza que había llegado el fin del mundo y como consecuencia renunciaron a su patrimonio o se encaminaron a Tierra Santa o esperaron ansiosos la nueva llegada de Jesús para juzgar los pecados de los hombres. Bueno, algunos autores objetan que no fue para tanto y que nunca hubo tal psicosis colectiva en la Edad Media salvo afectando a grupos minoritarios y que se trata de elucubraciones exageradas de estudiosos muy posteriores.
Sea como fuere, profetas, apóstoles, místicos, charlatanes y líderes de sectas han pronosticado el fin de los tiempos a lo largo de los siglos basándose en distintos presagios, interpretaciones de textos o visiones y ocurrencias personales. Conste que en muchas ocasiones los temores se aproximaban peligrosamente a la realidad como los asociados a la epidemia de peste negra que liquidó a más de la mitad de la población europea durante el s. XIV. Otras veces todo era más personal. Por ejemplo el conocido anabaptista Thomas Müntzer predijo el fin del mundo para 1525. Para él sin duda lo fue ya que encabezó una rebelión campesina por la que le torturaron y ajusticiaron ese mismo año. Martín Lutero no especificó tanto, pronosticando el apocalipsis a más tardar en 1600. Los matemáticos no se quedaron atrás como profetas aficionados. John Napier ( si, el de los logaritmos que nos calentaban la cabeza de estudiantes) protestante apasionado afirmaba que el Papa era el Anticristo y calculó el fin de los tiempos para 1688 aunque se dio cuenta más tarde que sus cuentas no eran correctas y lo retrasó a 1700. Mucho más cercanas fueron las paranoias que invadieron a la gente el 6 de junio de 2006 por eso del "numero de la bestia 666" o aquellas otras derivadas del Calendario maya en 2012 y que incluso inspiraron una exitosa película de Roland Emmerich, entusiasta de los largometrajes catastrofistas. Por no nombrar a esas sectas fanáticas tan aficionadas a los suicidios colectivos como la de los seguidores de Jim Jones ( más de 900 muertos en Guyana en 1978) o la de Waco en Texas tumba colectiva de los davidianos en 1993.
En efecto, el Apocalipsis jamás ha perdido su morboso atractivo con sus temores sobre el fin de los tiempos y el advenimiento de un reino nuevo de justicia, castigo para los pecadores, recompensa para los buenos y honestos y renacimiento en definitiva de una nueva Humanidad libre de maldades y mentiras. Lo que ocurre es que en estos nuestros años, el Apocalipsis se ha secularizado y modernizado. Porque el Apocalipsis supone la culminación de una narración, de un relato basado en la concepción cristiana del tiempo lineal que nos conduce como un inevitable camino a la segunda llegada de Jesús y al Juicio Final. Pero esta novela ya no convence a nuestra descreída sociedad. A los globalizados líderes modernos les conviene una nueva narración que responda a sus intereses, una que infunda miedo y culpa a la vez que predique la redentora promesa del cielo en la tierra, con sus héroes y villanos en forma de minorías concienciadas o negacionistas de variopintos holocaustos respectivamente. De ese modo, con un cristianismo disfrazado de ideología, los seres humanos pueden continuar dando sentido a sus vidas, tan incapaces, como decía Sartre, de vivir simplemente "arrojados a la existencia".
Pero volvamos de nuevo con el fin de los tiempos. Desengañados todos del Paraíso proletario predicado por los camaradas comunistas, durante los años 90 del pasado siglo, dos pensadores contrapuestos se pusieron de moda. Francis Fukuyama y Samuel Huntington. El primero predicador de la nueva buena celestial del "fin de la Historia" como triunfo absoluto de la democracia liberal instaurada en todo el orbe. La Ciudad de Dios agustiniana en versión posmoderna. El segundo, Huntington, profeta apocalíptico de las llamas del infierno en modo " choque de civilizaciones". En definitiva ni uno ni otro. Los años los han desmentido. Es lo que tiene el paso del tiempo. Nada empieza ni termina nunca. Salvo la vida de los seres humanos. El tiempo en cambio transcurre impertérrito y la narración apocalíptica regresa en modo de manejable y discreto kit de supervivencia o de peligrosa Inteligencia Artificial que acabará con todo el género humano. Por supuesto no faltan los consabidos presagios anunciadores en forma de pandemias de diseño y apagones de ineptitud ( esta es especialidad española, que en algo tenemos que destacar) También se hace presente el fuego de los cielos solo que camuflado de cambio climático y calentamiento global. El cónclave tal vez elija un último Papa que deberá gestionar el próximo apocalipsis ateo armado, puede ser, de una nueva versión del Necronomicón (ya saben el libro de los saberes arcanos y la magia ritual de Lovecraft cuya lectura ocasiona locura y muerte) Porque no en otra cosa han devenido los actuales medios de comunicación que no son más que propaganda del miedo, trompetas anunciadoras de un próximo apocalipsis provocado por un sin número de pecadores climáticos o negacionistas de una extraña ciencia, la de la propaganda. Pero no olvidemos que el miedo, antes a los dioses y ahora a un alud de peligros inminentes es la manera de manejar a los seres humanos. Ya sabemos, nos encanta el Apocalipsis. Hace olvidar el cotidiano aburrimiento. Lo dicho, esta sociedad sin Dios, es más creyente, manejable y temerosa que nunca.