En la entrega anterior clamaba desde lo alto de la columna como un Simón del desierto (ya a lo único que aspiro es al recurso del pataleo) contra la vergonzosa, la indecente, la repugnante sumisión de los países de la Unión Europea, entre ellos el nuestro, a los Estados Unidos, el cómplice, el cooperador necesario, el valedor del genocidio que está llevando a cabo Israel contra el pueblo palestino.
Ahora, salvando las distancias, y en otro orden de cosas, pero sin dejar el tema de la defensa de nuestra propia identidad contra la necia, la estúpida sumisión al Imperio, vuelvo a ejercer mi derecho al recurso del pataleo, para clamar contra la plaga de pedantería inculta, la horterada, la cursilería y el papanatismo con que abrazamos, sin el más mínimo reparo, cualquier cosa, lo que sea, que venga de allí; cualquier cosa a la que ya no solo no nos molestamos en traducir, sino que encontramos un gran placer, nos llena de orgullo y satisfacción, utilizar las mismas palabras que ellos, como si fuera la más absoluta novedad; como si no existiera palabra equivalente en nuestro idioma. Más aún: como si lo denominado por esa palabra jamás hubiera existido en ninguna otra lengua.
Un gran número de ciudadanos y ciudadanas de este país hablan, por ejemplo de “bullying” como si esa palabra no fuera el matonismo de siempre. O “school bully” que es exactamente lo mismo que se llamó toda la vida matones de colegio. O dicen “backstage” en vez de decir “entre bastidores” que sería lo suyo. O en vez de utilizar la palabra “fiambrera” o “merendera” como se decía en mi pueblo, que ha pasado a mejor vida, siendo sustituida por la palabra “táper”, que hemos adoptado del “tupper – ware” inglés. Pero convendrán conmigo en que la tortila, los filetes empanados y los pimientos fritos no saben igual en una de aquellas fiambreras o merenderas de aluminio, muy rayadas y abolladas por el uso, que en un recipiente de frío y anodino plástico con un nombre tan poco sugestivo como “táper”, una palabra que recuerda a “váter”, que es otra palabra importada y adaptada del inglés, que ha sustituido a nuestro racial “retrete”.
Definitivamente, nos suenan mejor las palabras en inglés, nos hace parecer más modernos, más actuales, más a la moda, “a la última” se decía antes, lo cual es síntoma claro de un modo de paletismo, de estupidez, que consiste en abrazar lo ajeno despreciando lo propio. Por eso preferimos utilizar la palabra “hall” en lugar de vestíbulo, “plum – cake” en lugar de bizcocho o “bacon” en lugar de “tocino”, maravillosa palabra ésta, que a algunos nos proporciona un instantáneo pellizco de felicidad cada vez que la pronunciamos. Para mí “Bacon” no es otra cosa que el pintor, o el filósofo y escritor inglés, hombres muy interesantes sin duda, pero no para poner entre pan. Y qué decir del racial calzoncillo ibérico, que ha sido sustituido por esa especie de suspiro con que se pronuncia “slip”, casi como decir “snif”. Y qué decir de los “haters” palabra que no significa otra cosa que “odiadores”. O de los “kleenex” que ya se han apoderado de la palabra servilleta de papel. Y que acabó con la muy española palabra “moquero”, que antiguamente todos llevábamos encima. El moquero, arrugado como un higo, fue un imprescindible en nuestro bolsillo, lo que ahora se denomina un “must”, otra palabreja forastera que ya se está implantando a marchas forzadas, sobre todo en los anuncios de moda.
Raro es el texto aparecido en la prensa de papel o digital; o el periodista de cualquier medio de comunicación audiovisual, que no mete de relleno a su discurso, como si se tratara de un cachopo o de una empanada gallega, quizás para darse importancia; para demostrar que es moderno y está a la última, lo que le convierte en un insufrible pedante, además de paleto y papanatas, una sarta de palabras del idioma inglés como “mainstream”, “trending topic”, “prime time”, “spoiler”, background”, “target”, “share” “vintage”, “full”, “shopping” “running” “business”… etc. etc., la mitad de las veces, y para más delito, mal utilizadas y mal pronunciadas. Unas palabras, sobra decir, innecesarias, desafortunadas, cuando no directamente horrendas. Este uso y abuso de anglicismos es más grave de lo que se piensa. Hago mías las palabras de Javier Marías cuando decía: “Soy de la creencia de que la manera de hablar de un país o de un pueblo, indican en buena medida cómo son y piensan, y lo mismo respecto a los individuos”.
Para hacerse una idea de la gravedad de este mal que nos asuela, basta darse una vuelta por el barrio donde vive cada uno, para ver hasta donde está llegando, y no digo hasta donde ha llegado porque todavía puede empeorar más la cosa, recordemos que todo lo que puede empeorar, empeora, el grado de papanatismo con el que abrazamos cualquier término inglés. Sin duda deben sentirse muy acomplejados los que utilizan esas palabras en su hablar cotidiano; los que recurren casi constantemente a esas palabras, a esas expresiones inglesas para darse importancia y distinguirse del resto. Y bien que se distinguen, desde luego, como un cura en un montón de nieve.
Para ilustrar esto que escribo, y como generoso servicio a mis desprevenidos, amén de sufridos, lectores, he realizado un ímprobo trabajo de campo, signifique lo que signifique ímprobo, dando un paseo por mi barrio y tomando nota de todos los sitios “de nombre extranjero” como decía la canción “Tatuaje” de doña Concha Piquer.
Y este es el resultado que arroja el breve, el somero, pero no por eso menos penoso, fatigoso y doloroso estudio. Un estudio, por llamarle algo, de no más de una hora merodeando por las calles del barrio. Un sencillo ejercicio que puede hacer cada uno en su respectivo barrio, y en cualquier barrio de cualquier ciudad. Y no se preocupen por los resultados, que sin dudan los tendrán, porque este mal ya ha adquirido proporciones de pandemia.
La primera en la frente: nada más poner el pie en la acera, el bar de la esquina , que tenía un nombre de bar de toda la vida, ahora se llama “Corner”. A otro bar cercano le han colocado, con un par, la leyenda de “Cool and warm”, que no pega nada con las bandejas de patatas al ali – oli, callos y oreja en salsa solidificados, pinchos morunos y demás especialidades que hay en la barra. Como será la cosa, que ya empiezo a echar de menos algunos signos de identidad nacional, como aquellas legendarias garrotas gigantes con la leyenda “Paga o me descuelgo” que había colgadas en las paredes, justo detrás de la barra. Los bares ya no son lo que eran, y las cafeterías de toda la vida, ya han pasado a la historia, y ahora son “Coffee and bakery”, que es lo mismo que antes, pero ahora te aplican el correspondiente suplemento por ser un establecimiento “cosmopolita”.
También llaman mucho la atención las barberías y peluquerías, ahora transformadas en “Barber shop, hair cut and shave” o “ Metropolitan urban hair style” o “Natural hair center”, y en ese plan. En una de las calles principales del barrio he descubierto una auténtica perla en forma de tienda de caza y pesca de nombre tan inglés que incluso les resultaría difícil de pronunciar a los ingleses. Y debajo del impronunciable nombre, aparece este saludo a sus clientes: “Welcome fisherman, hunter, and others liars”. Hay varios “Beauty center” que ofrecen sus servicios en inglés, porque para eso estamos en Madrid. También hay consultorios veterinarios, peluquerías y guarderías caninas con nombres como “Up dogs” “Dogs lovers” o “Vet nutrition center”; varios “Supermarket”; colchonerías ahora rebautizadas como “Bed´s” o “The bed shop”; gestorías que ahora son “Consulting firms”; empresas de limpieza que ahora son “Clean”; salones de manicura reconvertidos en “Nails room”; zapaterías, algunas con nombre de mujer como “Aurora” o “Pilar”, cuyo nombre les debía decir muy poco a los dueños, y han decidido llamarlas, por ejemño “Aurora Shoes shop” o “Pilar Shoemakers”. Algunas clínicas privadas de especialidades han pasado a llamarse “Medical Centers”. Clínicas dentales que han sido renombradas como “Dental care”. Una tienda de teléfonos móviles se llama, naturalmente, “Mobile shop”, y una de mesas y sillas para casa y oficina de toda la vida, ha pasado a ser una “Home office”. Una lavandería bautizada “La wash”. Una autoescuela llamada “Go!”
Pero el primer premio, si lo hubiera, sería para los gimnasios. En el barrio hay un amplio surtido de ellos. Hay un “Wifit gym”, “Bio fitness” “Basic fit”… y nombres por el estilo. En las paredes de uno de estos gimnasios, hay escritas con letras bien grandes, frases tan motivadoras como: “Remenber why you started”, “Champion mind set”, “Feel the power” “Stromger than yesterday” “Ready stead” “Fitness journey”, entre otras. Una inmobiliaria llamada “House hunting”, “hunting” que significa caza, como si los pisos fueran conejos o codornices a los que cazar. Las tiendas de ropa ahora son todas “Fashion” más la palabreja inglesa que tengan a bien adjuntarle como “fashion dress” o “fashion clothing”, por ejemplo. Y sin olvidar el “man” o “woman” según al sexo al que vaya dirigido el negocio.
El único negocio del barrio que ha resistido, con un par, los embates de este huracán anglosajón que se ha llevado todo a su paso; el único establecimiento que no ha sucumbido a esta, más que tendencia, tsunami planetario, ha sido un bar regentado por chinos que sigue conservando el orgulloso, muy español y mucho español, nombre de “La dehesa castellana”. Los chinos son muy prácticos y no han considerado necesario cambiar el cartel con el nombre que le había puesto el anterior dueño que les traspasó el local, total para despachar cuatro raciones de patatas bravas, cuatro tortillas y cuatro raciones de calamares y oreja a la plancha, bastante buena, por cierto, no era necesaria tanta historia. A estos chinos había que hacerles el debido reconocimiento por su decidido empeño en salvaguardar nuestra lengua, nuestra cultura y nuestra dignidad nacional. Y también había que darles otra medalla por “fusilar” es decir, por copiar con tanto acierto, y en ocasiones superar, los principales platos de la gastronomía española. Benditos sean.
Sin duda este “trabajo de campo” que no solo ha sido un simple paseo por el barrio, sino la penosa constatación de que estamos atravesando una mala racha no solo política, social y económica, sino también cultural. Por desgracia, vivimos colonizados, invadidos, tutelados, subordinados a una cultura extranjera. Los disparates, sinsentidos y demencias que se escriben y se dicen sin cesar están llevando nuestro idioma a un estado desastrado, zarrapastroso. Y esto, como tantas otras cosas, tiene toda la pinta de ser un proceso imparable, otra batalla perdida. Pero, qué podemos hacer contra esta plaga de borreguería, de pedantería inculta, de horterada, de paletismo rampante?. Quizás tengamos que aprender a hablar español con acento tejano, como hizo José María Aznar en una visita de Estado a su jefe, por no decir a su amo, George W. Bush. Y qué decir de la ex alcaldesa Ana Botella, santa esposa de don José María, ofreciendo un “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”. Dan ganas de tomarse un “relaxing cup”, pero de arsénico o cianuro potásico.
Parece que estemos atravesando una muy mala época que podría calificarse como “adolescente”, en el peor sentido de la palabra, casi infantil, o sin casi. Decía Dostoievski en su novela “El adolescente”: “Nuestros tiempos son tiempos de mediocridad, de falta de sentimientos, de la pasión por la ignorancia, de pereza, de la incapacidad de hacer algo y del deseo de tener todo ya hecho”. Esto lo escribió en 1875, pero parece que fue escrito hoy mismo, y que la tinta todavía esta fresca.