El próximo lunes voy a ponerme en huelga, y eso que mi sindicato ya ha advertido que no va a apoyar la protesta. Eso me duele, y mucho, pero no voy a engañarles diciéndoles que no me lo esperaba. Yo me afilié a Comisiones siendo apenas un niño que ni siquiera había empezado a trabajar, y cuando me preguntaban el porqué, yo respondía orgulloso que estaba en el sindicato de Marcelino. Claro está que en mi dulce inocencia todavía no había descubierto que el sindicato también era de Fidalgo, y bueno, esas dos almas lo hacen todo imprevisible .Como ya sabrán los que siguen mi columna, yo soy profesor de la enseñanza pública, y aprobé por primera vez mis oposiciones allá por el año 2010. Eran tiempos muy difíciles para entrar en el cuerpo, pues los recortes salariales, el aumento de las horas de trabajo y de la ratio, además de la precarización generalizada de la educación, no aconsejaban desde luego embarcarse en esta locura. Pero lo hice. Y no me arrepiento, no crean. Porque gracias a ello soy una de esas personas raras a las que les llena su trabajo. Y sí. Podría decirse hasta que soy afortunado por poder disfrutar cada día dando clases, y sabiendo que mis alumnas y mis alumnos están recibiendo una enseñanza que les prepara como ciudadanos críticos y responsables, en un país en el que eso hace ahora más falta que nunca.Pero aunque pueda llegar a reconocer la satisfacción que me produce mi trabajo, la verdad es que no tenemos muchos más motivos para considerarnos precisamente afortunados. Y a pesar de la leyenda generalizada que dibuja nuestra profesión como una bicoca, la realidad que vivimos maestros y profesores en este país no es precisamente esa. Las clases saturadas, la falta de medios, la agobiante actividad burocrática a la que nos obligan -y que pocos conocen-, las presiones para que aprobemos sin más a los alumnos para maquillar los resultados,... son sólo algunos de los obstáculos que sorteamos a diario en nuestro camino y que, como no se ven, parecen no existir. Pero existen.Todo esto además se compensa con un salario que ha ido menguando a la vez que aumentaban nuestras obligaciones. Vista la situación de pauperización general de las condiciones laborales, podría decirse que si me quejo es por gusto, pero como siempre creí en esa premisa que nos advierte de que el mal de muchos es consuelo de tontos, pienso hacerlo. Y es que yo cobro unos 1700 euros mensuales, pero en el salario no se considera que tengo que tener dos pisos abiertos porque la estabilidad laboral que me ofrece la Junta de Andalucía es mandarme cada año a un destino. Este curso, trabajo a casi doscientos kilómetros de mi casa, teniendo que hacer frente además -sin lazos familiares en mi lugar de trabajo-, a dos plazas de guardería por unos 600 euros al mes. Pero claro, eso es culpa mía, pues quién me mandaba a mí tener hijos ¡Ni que fuese rico!Pues sí, como ya habrán averiguado, como la cuarta parte de mis compañeros de profesión, yo soy interino. Y aunque tenga la suerte de que a estas alturas, por mi tiempo de servicio tenga destinos con vacantes anuales, muchos otros profesores y maestros siguen acumulando contratos de meses, semanas e incluso días, en un abuso de la temporalidad que no se permitiría a las empresas privadas. Así, a mí me echan de mi trabajo cada 31 de agosto para volverme a contratar el 1 de septiembre, y no conozco el lugar en el que pasaré todo el curso escolar hasta quince o veinte días antes de tener que incorporarme a mi puesto. Puede parecer abusivo, pero créanme que para otros con menos tiempo de servicio la cosa es aún peor, pues les llaman para sustituir y les dan 48 horas para presentarse en su centro para cubrir bajas que pueden durar sólo unos días. Por si esto no fuera suficiente, en el momento de llamarte debes abandonar cualquier trabajo que estuvieras desempeñando, y así perder tu empleo para trabajar unos días de profesor, siendo posible que después de esta llamada no vuelvan a ofrecerte un trabajo en meses -o como me sucedió a mí, en años-.Dos sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, han llamado la atención sobre esta situación, y por eso el Gobierno se ha puesto en marcha para reducir el número de interinos. El caso es que, en vez de apostar por dar estabilidad laboral a sus plantillas, parece que la respuesta que se prepara es la de un ERE masivo en la que no se va a tener apenas en cuenta la experiencia laboral de cientos de miles de interinos de todo el país, interinos que serán expulsados del sistema al no existir ningún plan de estabilidad en sus empleos. Para que se hagan una idea, en las próximas oposiciones de secundaria, la experiencia de tres años de servicio equivaldrá en puntos a haber superado 300 horas de algunos de esos cursos que venden las academias y universidades privadas, y que -salvo rara excepción-, sólo sirven para sacarte el dinero a cambio de una acreditación.Por todo esto, y aunque me conste que será difícil conseguir que nuestros gobernantes den marcha atrás, yo voy a unirme a los miles de interinos que claman contra esta injusticia. Porque no. No somos unos privilegiados y tampoco se nos ha regalado nada, y tan sólo pedimos los mismos derechos que nos corresponderían en cualquier empresa. Hemos aprobado las mismas oposiciones, hecho los mismos cursos y trabajamos en las mismas aulas y con las mismas responsabilidades que el resto de nuestros compañeros y compañeras, y por eso merecemos un acceso en el que nuestra experiencia prime sobre pruebas de memorización, que poco o nada tienen que ver con la labor docente. Como verán no pedimos el cielo sino tan sólo justicia. Una mayor estabilidad de las plantillas redundará forzosamente en la mejora de la escuela pública, y por eso nuestras peticiones afectan a todos, aunque lamentablemente no muchos vayan a ser capaces de comprenderlo. Lo asumo. No hay sitio para la educación en el proyecto de país que nos están construyendo, un proyecto siniestro que sigue creciendo delante de nuestras propias narices ante la pasividad general. No sé si ganaremos, pero desde luego no pienso quedarme callado mientras nos arrebatan todo aquello que costó tanto construir. La semana que viene toca huelga. La haré por mi futuro, por el de mis compañeras y mis compañeros, pero también por el de nuestros hijos. Los míos y los de los padres que matricularán a los suyos en la escuela pública. Porque esta lucha es de todos y de todas, aunque no lo sepas.
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