La confianza, el concepto clave que se esgrime para “colocar” a los amigos, a los fieles, en la política, y que tantos quebraderos de cabeza da a quienes creen en ella y la llevan por bandera. El jueves 12 de junio pudimos presenciar cómo Pedro Sánchez, presidente del gobierno y secretario general del Psoe, balbuceaba unas tristes y desoladas excusas para justificar, una vez más, que alguien de su “confianza” le había defraudado, y ya de paso a toda la militancia socialista y a toda la ciudadanía de España. Mucho se está hablando de la contundencia en los actos represivos, en la exigencia de explicaciones, pero poco o más bien nada se habla de la contundencia en las reflexiones y en la autoexigencia.
Todos y todas sabemos que la corrupción existe y que no debería formar parte de la política, donde se juega el presente y el futuro de países enteros. Debemos preguntarnos por qué ocurre, y cómo evitarla. Ahí es donde está la verdadera responsabilidad de los políticos, y de Pedro Sánchez en particular.
Las personas tenemos tres necesidades comunicativas: que nos digan que somos guapos, que nos digan que tenemos razón, y que nos digan la verdad. Estas tres necesidades obedecen a tres principios. Uno es el principio según el cual necesitamos alimentar y cubrir nuestro estado emocional; otro principio es que necesitamos apuntalar nuestro estado racional; el tercero es que necesitamos estar seguros de las cosas para poder actuar, y así pues, conocer la realidad. Emociones, razón y verdad. ¿Cuál cree el estimado lector/a que es el más importante para una persona? Tómese un minuto para pensarlo antes de seguir leyendo. Efectivamente, no es la realidad, no es la verdad. Tampoco la razón. Son las emociones. Las personas somos los seres más emocionales de la naturaleza. Necesitamos, ante todo, sentirnos bien. Por eso necesitamos tanto que nos digan que somos guapos, listos, que olemos muy bien, y que da mucho gusto hablar con nosotros y estar a nuestro lado. Esto alimenta nuestra autoestima. Las personas somos extraordinariamente fáciles de manipular. Aquellos que se acercan a nosotros y nosotras diciéndonos que somos estupendos, nos están manipulando. Es lo que tradicionalmente se denomina “hacer la pelota”. Después, en este esquema que hemos propuesto, viene la razón. Necesitamos tener razón para alimentar nuestra autoconfianza. Nos gusta extraordinariamente que nos den la razón. Por último, y solo en casos de extrema necesidad, aceptamos que nos digan la verdad. En condiciones normales nadie tolera que le digan que es tonto, que se ha equivocado, o que no tiene ni idea de algo. Para tolerar estas palabras, que frecuentemente son ciertas cuando se dicen, hay que estar muy desesperado, muy hundido. Entonces sí aceptamos que nos hablen así. Ahora ya empezamos a entender por qué tiene tanto predicamento el asunto de la “confianza”. Detrás de la frase “…Pepito es de mi confianza…” lo que hay es una persona, Pepito, que se ha dedicado a decirle su jefe, líder, o lo que sea, “qué listo es usted, cuánta razón tiene… ¿quiere que le traiga un café”?
Pero la realidad está por encima de todas las opiniones y elucubraciones. La realidad es pertinaz y tozuda; una y otra vez quienes eligen a sus colaboradores o representantes basándose en el principio de "la confianza” ven esa misma “confianza” defraudada. Así pues, ¿qué deberíamos hacer? En realidad ya lo hemos explicado en otros artículos. La selecciones de personal, la elección de las personas, debe estar basada en el currículum, no en la confianza.
Aparte del asunto de la poca fiabilidad de la confianza como método de elección, hay otro aspecto fundamental que debemos analizar. La pregunta que debemos hacernos es, ¿es todo el mundo igual de corruptible? ¿Para que una persona se corrompa es suficiente con que haya un corruptor y un medio, sea el dinero, el cargo, o lo que sea? Creo que todos y todas tenemos claro que no. Hace falta que se rompa el último sostén de la honradez. Imaginemos que corromperse equivale a caerse por un precipicio. Estaremos de acuerdo en que cuando más cerca se esté del precipicio más fácil será que pueda ocurrir un “accidente”, y caer por él. También estaremos de acuerdo en que una persona puede estar a cinco centímetros del precipicio toda la vida, y no caer nunca. Pues bien, cuanta más formación, cuanto más currículum, más distancia al precipicio. Cuanto más miseria espiritual, más necesidad vital, cuanto más cerca se esté generacional y socialmente del hambre, más cerca se estará del precipicio y mayor será el peligro. Las personas que “no tienen donde caerse muertos”; las personas cuyo empleo esté muy por debajo en salario, prebendas y parabienes, de su cargo político; aquellas personas que viven con miedo al hambre, es mucho más fácil que puedan sucumbir a la tentación de meter la mano y obtener lo suficiente para el resto de una vida, asegurándose así la supervivencia. Debemos pensar que se roba muchísimo más de lo que se descubre. Son muchos más los corruptos ocultos que aquellos que son descubiertos. Pero ¿cómo evitarlo?. Voy a hacer una pregunta retórica. ¿Se imagina alguien a Fuentes Quintana, a Federico Mayor Zaragoza, a Ramón Pimentel, a Bernat Soria, a Ángel Gabilondo, cayendo en la corrupción? A que resulta inimaginable… Esto es porque sus currículum y sus carreras profesionales absolutamente inconmensurables los sitúan a años luz del precipicio. Estas son las personas, el tipo de personas, que deberían estar en política. Este es el tipo de persona que la militancia de los partidos debería exigir que confeccionara las listas electorales y asumiese las responsabilidades. Personas así hay muchas. El problemas es que no son de “nuestra confianza”. Un saludo a todo el mundo