Kant tenía la firme convicción de que la paz perpetua era posible. Para ello se hacía necesario actuar con la razón, proponiéndose la paz como un fin, al tiempo que como un deber de los seres humanos. Estos pertenecen a un colectivo, aunque quieren preseverar su individualidad, lo que él denominaba la “indisociable sociabilidad”, que exige abandonar la situación de guerra (indisociable), a la que estamos inclinados por naturaleza, y construir la paz (sociabilidad) con todos los recursos posibles.
Siempre nos encontramos en esta tensión permanentemente, que solo podrá encauzar un proyecto de paz en la condición humana. No podemos soportar, muchas veces, a nuestros semejantes, pero tampoco podemos prescindir de ellos, escribe en Ideas para una historia universal en clave cosmopolita. Este impulso conflictivo debe llevarnos al orden social para remediarlo. Herramientas racionales tienen que sustituir a la guerra, estableciendo una constitución civil.
Los imperios se apoyan en una libertad salvaje, que impulsa a entrar en la guerra. La paz hay que construirla, no viene sola, porque existen estrategias vergonzosas para hacer imposible la futura paz. La principal de todas ellas consiste en meterse por la fuerza en el gobierno de otro Estado. Conflictos siempre los ha habido y los habrá. Las mentes de perspectivas cortas los resuelven mediante la agresión y los de perspectiva amplia, mediante negociaciones, acuerdos comerciales, jurídicos y conciencia crítica. Una Comunidad Internacional debe ser el horizonte para no perjudicarse unos a otros. Tenemos que hacer posible la convivencia.
No se puede establecer un derecho para la guerra (ius ad bellum), porque conduciría directamente a la paz del sepulcro y acabaría definitivamente con la dignidad humana. Es necesario buscar el camino para la paz, restableciendo la esperanza mediante la regulación de los conflictos. Esta puede ser la utopía moral más deseada. Para esto hay que dejar a los filósofos hablar públicamente.
Dos gigantes imperialistas se encuentran ahora mismo enfrentados, el estadounidense y el ruso. Estados Unidos y Rusia han actualizado de nuevo la guerra fría. El conflicto ha estallado entre ellos. Existe, de hecho, un enfrentamiento político-militar, al menos. Ante el convencimiento de que Rusia puede invadir Ucrania, un país independiente, la OTAN se ha desplazado ante sus mismas narices para defenderla. Las relaciones se tensan y todo el occidente se verá implicado de una manera o de otra. El gigantesco espacio soviético desapareció con la caída de la antigua URSS y Putin suspira por recomponerlo, pero la etapa soviética ha terminado.
La OTAN se ha extendido hacia países que forman frontera con Rusia y el Kremlin no está dispuesto a permitirlo. Exige que se retire. La situación es terrorífica, porque Rusia ha desplegado ya 170.000 tropas militares en la frontera de Ucrania. No se trata de simples maniobras, sino demostrar que están preparados para entrar en combate, no solo con armas convencionales, sino con todo el aparato nuclear del que disponen. Las dos potencias buscan desesperadamente las negociaciones para que uno deje de presionar y otro no se dedique a mantener una política defensiva de consecuencias devastadoras mundiales. Cada uno protege sus fronteras propias, o las que consideran que le pertenecen.
Occidente busca que Europa del Este pertenezca a la OTAN y así podrá protegerla. Rusia, en cambio, quiere que no se inmiscuya en su espacio, porque lo considera una amenaza explícita hacia la frontera con Rusia. ¿Qué queda? Negociar, pero aquí está el problema, porque se da la paradoja de que hay que hacerlo entre amenazas para evitar la guerra.
El Kremlin valora que este es un buen momento para la negociación, porque Biden se encuentra muy débil como presidente y ha perdido mucha popularidad. Esto es cierto, dado que la vergonzosa salida de Afganistán constituyó una de las mayores humillaciones de este siglo. España debería acordarse de que su colaboración obligó a arreglárselas solos para sacar a su ejército y a sus colaboradores, pero va de hoz en coz a meterse de nuevo en ayuda de la OTAN, con el señuelo de que tal acción le dará prestigio internacional. Otra vez toca enaltecer al infausto presidente Aznar. Qué poco aprendemos.
Ahora bien, un Presidente humillado puede tener muchas razones para resarcirse de la derrota. No hay que olvidar esto. Cuidado con la presión militar desequilibrada. Por otra parte, Rusia cuenta con el poderoso recurso del gasoducto Norte Stream 2, aunque creo que aquí prevalecerá la economía y no la política. Sin embargo, a Estados Unidos no le interesa meterse de nuevo en otra guerra más, después de fracasar en algunas de las anteriores.
No deberíamos dejar de preguntarnos dónde queda ya el Pacto de Varsovia. Puede que ni siquiera nos acordemos de él. Este era una de las grandes misiones de la OTAN. Aquel desapareció, mientras que esta sigue en expansión. El mismo secretario general, Jens Stoltenberg, pide a Putin que no se inmiscuya en la ampliación del grupo. Este es ahora el horizonte: conseguir que los países que forman frontera con Rusia se vayan integrando en el grupo defensivo. Esto podría considerarse una extraordinaria deslealtad. Haya habido pactos o no para que no se acercara a estos territorios, hacerlo podría resultar altamente peligroso. Con esto no estoy defendiendo la ambición del líder por la Gran Rusia, ni su forma autárquica de gobernar, que no me parece aceptable.
Los acuerdos no se van a alcanzar mientras que la OTAN no deje de esparcir su olor y fuerza en los territorios en que está actuando para ampliar sus dominios. Tal política expansionista debe cesar, dejando a cada país que defienda sus fronteras y se encuentre en paz con sus vecinos. También podríamos aplicar ahora lo de OTAN, de entrada, no. Acabemos con los juegos de guerra, son demasiado peligrosos.