Jordi Serdó

Dos monarquías, dos actitudes

11 de Julio de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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corona rey españa

Hace unos días, el vuelo de las Red Arrows en el cielo de Edimburgo marcó el comienzo del reinado de Carlos III también en Escocia, una vez transcurridas las ocho semanas preceptivas después de su coronación en la Abadía de Westminster como soberano del Reino Unido y de los catorce territorios de la Commonwealth.

La monarquía –no la británica, sino todas– es una institución, a mi modo de ver, completamente anacrónica en pleno siglo XXI y que conserva formas todavía ancladas en el medioevo, como, por ejemplo, la transmisión familiar de la Corona, su legitimación por ser de procedencia directa de Dios, el tratamiento que se da a la familia real como si sus miembros fueran ciudadanos superiores a los demás y el dispendio económico que supone para las arcas públicas, mientras que hay contribuyentes que tienen que hacer juegos malabares para sobrevivir.

El acto de coronación tuvo lugar ante cientos de personas y contó con la presencia de la reina Camila y los herederos. Sin embargo, entre los vítores y gritos de God save the King (Dios salve al Rey), también pudieron escucharse y leerse, en cuantiosas pancartas, lemas como Not my King (Este no es mi rey) a las puertas de St. Giles’ Cathedral. Lemas que la familia real tuvo que escuchar y leer, pero, sobre todo, encajar como es debido. De todos es sabido que el entusiasmo que la monarquía levanta en gran parte de la ciudadanía inglesa no tiene el mismo predicamento entre la de Escocia, donde una parte muy significativa de la población, aunque no suficiente, hace algunos años, votó afirmativamente en un referéndum para independizarse del Reino Unido.

Hubo solo dos detenciones: dos jóvenes mujeres que intentaron saltar una barrera de seguridad durante el acto y que fueron puestas en libertad después de haber sido acusadas de alteración de la paz.

Justo el mismo día, el Rey de España, Felipe VI, la reina Leticia y sus dos hijas acudieron a la ceremonia de los tradicionales Premis Princesa de Girona, un acto al cual no asistían desde 2018 a causa del hostil recibimiento que tuvieron que afrontar en Cataluña aquel año, el posterior al del referéndum no autorizado por los poderes estatales.

Esta vez, sin embargo, no hubo incidentes a pesar de que tampoco fue un recibimiento cálido y en loor de multitudes a causa de la escasa simpatía que despierta la familia real española en Gerona, ciudad que declaró a su Majestad persona non grata a raíz de su improcedente posicionamiento político público, claramente falto de la neutralidad que se espera de un monarca, después de los sucesos del 1-O. Pero si no hubo incidentes esta vez fue porque, precisamente para evitarlos, el acto se trasladó a un hotel que dista 20 km de la ciudad de Gerona y que se encuentra entre campos de golf y alejado de cualquier núcleo urbano. Eso facilitó que quedara aislado y protegido de las posibles acciones de protesta, aunque estas fueran pacíficas, adecuadas a derecho y amparadas por la libertad de expresión.

A pesar de ello, la Coordinadora Antimonàrquica, que cuenta con un amplio apoyo de los partidos y de las asociaciones independentistas, se manifestó, igualmente, contra la visita real en una marcha por la carretera que pretendía llegar hasta el hotel donde los reyes celebraban el acontecimiento. Sin embargo, un potente dispositivo de los Mossos d’Esquadra evitó que los manifestantes se acercaran a menos de dos kilómetros del lugar donde se celebraba el acto, al cual intentaron llegar, infructuosamente, hasta a campo través. Gracias a ello, la familia real pudo mantenerse ajena a la protesta sin haber tenido que entrar en contacto visual con sus protagonistas y debieron quedarse, por consiguiente, con la idea de que todo había ido como una seda.

Entiendo que sea misión de la policía impedir que se boicotee un acto público, sea cual sea. Otra cosa bien distinta es que se dedique a impedir que la familia real sea consciente de cuál es el sentir de la ciudadanía y a impedir que esa ciudadanía pueda expresarse libremente mientras no cometa actos ilegales. En Escocia, sin embargo, a nadie se le ocurrió coartar la libertad de expresión de ciudadanos pacíficos que pretendían manifestarse y que consiguieron hacerlo ante todo el séquito real. Y si se le ocurrió a alguien se cuidó muy mucho de no llevarlo a cabo porque esto no es posible en un país que se jacta de ser democrático.

Son dos monarquías, dos instituciones anacrónicas en el siglo XXI. Una, la británica, expuesta al parecer de la población sobre la cual reina, ya que esa población puede expresarse libremente. La otra, protegida de la opinión pública para mantener oculto que, en Cataluña, como también en el País Vasco, suscita muchísimo rechazo. Y me temo que, en España también, pero como el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), ante las sospechas de corrupción en que se ha visto involucrada estos últimos años la monarquía española, y ante la posibilidad que eso haya comportado una gran pérdida de popularidad, hace ya ocho años que dejó de preguntar por la aceptación de la institución entre los españoles y, así, no tiene que hacer públicos resultados que la pongan en evidencia, ocultando, de este modo, el verdadero sentir del pueblo hacia esa institución.

Dos monarquías, pues, igualmente anacrónicas, pues, pero dos estados en que las respectivas opiniones públicas reciben tratos muy distintos.

Para más información, diré que, en la última encuesta que hizo, en este caso, el Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Catalunya sobre la monarquía (2023), el resultado fue que el 74% de los ciudadanos que viven en Cataluña prefieren la república y que solo un 12% es partidario de mantener la monarquía. La muestra es –repito– sobre ciudadanos que viven en Cataluña. No sobre los que votan independencia ni sobre los que hablamos en catalán o cosas por el estilo.

Por su parte, el CIS publicó, por última vez, el grado de aceptación de Felipe VI por parte de la población española en 2015 y obtuvo un 4,34 sobre 10. Nunca más –y ya hace más de ocho años– el organismo que preside José Félix Tezanos ha vuelto a pedir a los ciudadanos información sobre ello. Podemos preguntarnos por qué o no preguntárnoslo nunca más y vivir felices en esta España ideal, donde reina, por la gracia de Dios y con la aquiescencia del dictador desaparecido, un rey alto y elegante y cuya heredera es una glamurosa joven que ya se intuye que será guapísima de mayor.

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