El Ateneo de Madrid cumple más de 200 años desde que en 1820 se fundó su antecesor directo, el Ateneo Español.Lo celebramos estos días, del 11 al 30 de abril.
Ha sobrevivido dos siglos la institución cultural privada más importante de España; la que acogió a las vanguardias literarias de las generaciones del 98, del 14 y del 27; el lugar en el que se gestaron las libertades y los derechos de las dos repúblicas; los salones donde debatieron las primeras feministas y los precursores del ecologismo; la Docta Casa que tuvo entre sus miembros a los siete premios Nobel españoles, a buena parte de los jefes de Estado y de Gobierno de España y a la práctica totalidad de los escritores, científicos, intelectuales y políticos relevantes del Madrid del siglo XIX y principios del XX.
No todo fueron luces. Las dictaduras cerraron la institución o vilmente la callaron o
sometieron. Reabiertos en toda su plenitud democrática en 1984, los impresionantes salones de la calle Prado, corazón del Barrio de las Letras, también vivieron momentos de claroscuro aún en épocas de libertad más recientes.
Hasta hace solo dos años el número de socios menguaba mes a mes (desde los más de 6.000 de la Transición, hasta los 1.700 en su peor momento), las deudas y la ausencia de ingresos dejaron las cuentas de la sociedad maltrechas y la programación era irrelevante, aun con notables excepciones. Justo antes de la pandemia, la vida orgánica del Ateneo consistía en una treintena de socios que peleaban en fatuas y espurias discusiones en las asambleas mensuales, para disputarse las maltrechas instalaciones, para darse conferencias a sí mismos y para echarse en cara las culpas por la penosa situación de la Casa. Era sonrojante asistir a tamaños enfrentamientos estériles en el mismo salón donde habían disertado Manuel Azaña, Emilia Pardo Bazán, Einstein o Marie Curie, entre miles más.
Por eso, un grupo de socios nuevos y un grupo aún mayor de socios veteranos nos propusimos devolver la luz a la Docta Casa. La luz es el símbolo del Ateneo. La luz de la lámpara de aceite de su estandarte centenario. La luz que se ofrece gratuitamente para la ilustración pública.
Desde entonces, el número de socias y socios se incrementa (ya somos 2.200, a pesar de las 40 bajas mensuales por la avanzada edad media de nuestros socios). Desde hace dos años, el Ateneo ha incrementado notablemente sus ingresos hasta el superávit, ha multiplicado el número de asistentes a las abundantes actividades, ha mejorado la programación semanal y ha limpiado y acondicionado su impresionante patrimonio. La luz vuelve al Ateneo.
Como era de prever, eso no ha satisfecho a algunos de los socios: particularmente a aquellos que no quisieron o no supieron gobernar la Casa manteniendo su brillo histórico. Los hay que nos llaman ladrones, dictadores, usurpadores o violadores (llevo ya media decena de visitas a los juzgados de la Plaza de Castilla denunciado por esos consocios, con resultados naturalmente absolutorios y factura de abogados pagada de mi bolsillo).
Es comprensible que los haya también que, sin insultar, se resistan al cambio, añorando el
Ateneo mediocre y oscuro que ellos controlaban hasta hace pocos meses.
El largo y enfático artículo de Miguel Pastrana en este mismo lugar es un buen ejemplo de esa reacción. Sus críticas, si bien son disparatadas, son por supuesto legítimas, y pueden resumirse en tres.
Primero, que el “Gran Capital” llega al Ateneo para “reconvertirlo” a un modelo “corporativo, neoliberal y antisocial”. Se trataría de un “grupo muy poderoso” formado por, entre otros, el Grupo Atresmedia, el Grupo Prisa, el fondo Amber Capital, la energética Solaria, la Fundación Rafael del Pino, el gigante publicitario WPP, el diario ABC, La Sexta, Libertad Digital, el Consejo de Seguridad Nuclear, el Centro Nacional de Inteligencia, la Sociedad General de Autores, Price Waterhouse Coopers, el Museo Nacional Thyssen Bornemisza o la Banca Privada de Andorra….
No es broma: nuestro crítico, que se ha tomado la tediosa molestia de mirar el currículo de los nuevos socios y socias, ha observado que entre ellos hay personas que han trabajado para esas organizaciones. Y de ahí ha deducido que todas esas organizaciones se están haciendo con el control del Ateneo. Un disparate. Entre los nuevos y bienvenidos socios y socias están también una decena de diputados y diputadas, los cuatro presidentes del Gobierno (echamos de menos a Aznar, que esperamos ingrese pronto), escritoras, músicos, científicos, directivas, pensadores, y también administrativos, jubiladas, estudiantes y desempleados… Que Luis García Montero nos honre con su membresía no somete al Ateneo al Instituto Cervantes. Que vengan periodistas o se organicen actividades con medios de comunicación (la de Atresmedia,
Metafuturo, fue pagada, sí, y bien pagada, dicho sea de paso), no nos condiciona en absoluto.
Al Ateneo están llegando por fortuna cientos de nuevas socias y socios que, cumpliendo con los mismos requisitos que los demás, pagando su cuota (como hacen desde los reyes de España al último opositor que estudia en nuestra Biblioteca), contribuyen a la renovación de una institución ilustrísima, pero hasta hace poco en situación crítica. En lugar de darles la bienvenida, una minoría reaccionaria los denigra llamándolos (da igual si es Rajoy o Sánchez, Rosa Montero o Joan Manuel Serrat), advenedizos u oportunistas, representantes nefandos todos ellos del “Gran Capital”. Pues vale: habrá que seguir pidiendo a todo aquel que quiera, sea ministro o administrativa, banquera o cajero, que se una a la hermosa misión escrita en los estatutos fundacionales del Ateneo: “la ilustración pública”, sin la cual “no hay verdadera libertad”.
En segundo lugar, el autor del artículo se despacha comparando esta bonita época que tengo el honor de liderar, con las de Fernando VII y los dictadores Primo de Rivera y Franco. Porque queremos, dice, “quitar las elecciones”, para actuar con “manos libres”, a pesar del “brilli-brilli” (sic). Votar cada dos años a las secciones y cada cuatro a la Junta de Gobierno le parece poco. Es respetable su opinión, pero no deberíamos ignorar que en los años de decadencia del Ateneo, con votaciones cada año y cada dos años, respectivamente, no votaban más de 300 socios. Tampoco se debe obviar que a las asambleas mensuales (nosotros queremos que sean trimestrales y en casi todas las instituciones del mundo suelen ser anuales), asistían siempre los mismos 25 o 40 socios. La participación democrática es una exigencia irrenunciable, pero el asamblearismo en una institución como el Ateneo solo ha generado hastío de la mayoría, enfrentamientos fratricidas entre unos pocos socios e inestabilidad. Por si hubiera alguna duda de nuestro espíritu exquisitamente democrático, nosotros proponemos la limitación de mandatos (a dos) y la creación de la figura del defensor del socio, figuras completamente nuevas.
Por último, la piedra angular de la crítica que se nos hace: que queremos modificar el
Reglamento. Todas las juntas de Gobierno y los presidentes del Ateneo desde 1984 han
querido modificar un Reglamento que es anacrónico, previo a las recomendaciones de buen gobierno contemporáneas y contradictorio en varios puntos. Se incumple además
sistemáticamente, porque muchos de sus mandatos son extemporáneos o imposibles y tiene, incluso, faltas gramaticales y ortográficas. A pesar de la vehemencia con que lo defiende, comparándolo con la Constitución española, el propio Pastrana está de acuerdo con que ese Reglamento hay que cambiarlo. No solo una, sino varias veces lo hemos convenido en privado, aunque en público se desdiga. Lo piensa también el 64 por ciento de los socios que votaron a favor de la reforma en noviembre del año pasado. Sucede que nos quedamos a 24 votos de lograr los dos tercios exigidos para el cambio. Por eso, porque tenemos una señal clara de la gran mayoría de las socias y socios y porque creemos que es imprescindible adaptar nuestras normas a este tiempo para dotar al Ateneo de estabilidad y de vías para una participación real de un mayor número de socios, volveremos a proponer la reforma.
Los cambios suelen generar la reacción de una parte. Me alegra mucho y me siento honrado y agradecido de que esa parte sea minoritaria en el Ateneo de Madrid. Quizá sea porque la necesidad de renovación, de cambio y de iluminación de la Docta Casa era perentoria. Y porque, a fin de cuentas, no lo debemos estar haciendo tan mal: somos sencilla y orgullosamente unos cuantos cientos de personas – ojalá pronto miles – con el único objetivo de compartir entre nosotros y con nuestros compatriotas la luz de nuestras artes, nuestras ciencias, nuestras letras y del pensamiento más libre. Eso fue el Ateneo ilustrado de hace doscientos tres años y ese es el Ateneo de Madrid que queremos para los próximos doscientos.