La familia es el eje que vertebra nuestras vidas, casi todos pertenecemos a una. Perder a seres queridos forma parte de la existencia, y puedo decir sin temor a equivocarme que el descubrimiento de la muerte es uno de los hechos más dolorosos de nuestra infancia, de ahí que el recuerdo de los que ya se han ido esté siempre presente en todas las culturas. Muchos son los que estos días pasan por los cementerios o van misa a rezar por sus seres queridos. Las flores, los huesos de santo, los buñuelos de viento y los panellets hechos con almendra, huevos, harina, ralladura de limón y piñones forman parte de una tradición solemne para la que el calendario cristiano tiene dos días reservados: el Día de Todos de los Santos y el Día de los Difuntos. O sea, el 1 y el 2 de noviembre respectivamente. Pero mi “mirada felina”, que es muy curiosa, se va a fijar en algunas tradiciones prehispánicas y celtas que han terminado por fundirse con otras culturas. Porque la Historia nos dice, guste más o menos, que los países no son compartimentos estancos e impenetrables. Lo bueno es conocer qué pasa fuera de nuestras fronteras, sin que ello signifique perder las costumbres propias. He aquí una muestra de dulcecillos típicos de Todos los Santos.
México es sinónimo de color. El Día de los Muertos es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la transmisión de una tradición heredada de sus antepasados y que se mantiene más viva que nunca. Estos días pasados, el país se llenó de altares con flores en los que las familias ponen fotografías junto a las bebidas y manjares favoritos de sus fallecidos. Estas imágenes son ya un clásico que dan la vuelta al mundo por el arte, el color y la alegría que transmiten. Y es que más que llorar, lo que se festeja es la vida de los ancestros por medio del recuerdo y del homenaje. Esta tradición honra a los difuntos que durante unas horas regresan al mundo de los vivos para unirse a sus familias. La caléndula, o cempasúchil, es la flor que actúa como camino aromático guiando a los muertos en su encuentro con las familiares que los están esperando. En la película de Disney, Coco, se ven reflejados todos estos símbolos junto con la música, que es el elemento puente entre los dos mundos. Especialmente emotiva es la escena final en la que el niño canta junto a su bisabuela una canción. Canción que activa en su mente enferma de Alzheimer la imagen de su padre, porque mientras él esté vivo en su corazón su espíritu no desaparecerá nunca. Esta es la esencia del Día de los Muertos en México.
Por otro lado, no puedo dejar de lado a las famosas catrinas, que son esos esqueletos femeninos de aspecto desenfadado, alegre y frívolo que animan las fiestas de difuntos, es decir, las del Día de los Muertos. Visten trajes de noche, a menudo de vibrantes colores, y llevan una característica pamela. Pero la realidad es que las catrinas nos recuerdan que la muerte es democrática, y que nos iguala con independencia de la raza o el estatus social. Fueron creadas por Guadalupe Posada en 1912 con el fin de burlarse de las clases sociales y de aquellos que siendo pobres querían aparentar ser ricos. Lo que comenzó siendo una crítica a la sociedad de la época, se ha convertido en un icono del Día de los Muertos. La catrina es parte de la cultura viva mexicana. Como el pan de muertos, que es un bollito suave, esponjoso y muy sabroso tipo brioche elaborado con mantequilla, harina, agua de azahar y naranja. Una vez horneado se cubre con azúcar. Este tipo de dulce no falta en la gastronomía mexicana durante esta época.
¿Y qué decir de Halloween? Pues que es una fiesta de origen celta que viene a significar la unión del mundo de los muertos con el de los vivos. Ellos creían que en Shamhain, que era el final de la cosecha y del verano, los espíritus de los difuntos venían a visitar el mundo de los mortales. Esta celebración ocurría a finales de octubre. La costumbre era dejar dulces y comida fuera de las casas como ofrenda. Aquí vemos que existe un cierto paralelismo con las fiestas de carácter prehispánico. También era común encender velas para ayudar a los muertos a encontrar el camino de la luz.
La tradición fue evolucionando con el paso del tiempo. En el siglo XVII los irlandeses y escoceses encendían la noche del 31, por Shamhain, una vela en la ventana de sus casas para evitar que los espíritus les molestaran. Se tallaban nabos o patatas con caras terribles para ahuyentar a personajes, como el de Jack O’Lantern. Se cuenta que este irlandés borracho y tacaño vendió su alma al diablo por lo que fue condenado a vagar por la tierra de por vida. Pidió luz, y se le dio un ascua que metió en un nabo para no quemarse. Los irlandeses llevaron esta tradición a los Estados Unidos. Es allí donde las populares calabazas empezaron a tomar forma dando un giro al origen de la tradición celta. Los disfraces, las noches de terror, los caramelos y los chocolates se extendieron rápidamente por todo el mundo anglosajón. Ni qué decir tiene que el cine americano le ha dado mucha publicidad a Halloween. Ver a los niños por Londres disfrazados pidiendo dulces a los vecinos del barrio es algo agradable, ahora bien, entiendo que en España lo del “truco o trato” no tenga mucho sentido porque aquí el Día de Todos los Santos forma parte de la idiosincrasia de nuestro país.
La calabaza, con independencia de la fiesta de Halloween, es un fruto de temporada que me encanta. Mi mesa se llena de cremas y bizcochos, e incluso forman parte de la decoración de la casa. Las hojas secas y los tonos ocres ayudan a crear un ambiente otoñal con los que disfrutar, todavía más, de este delicioso fruto. Aquí muestro un rico bizcocho de calabaza y zumo de naranja con cobertura de chocolate negro. El resultado es una masa esponjosa, compacta y muy húmeda. Las especias como el cardamomo, la nuez moscada o la canela le dan un toque muy centroeuropeo. Es una fusión de culturas con un sabor…que me es muy familiar.
A esta foto, solo le falta la marmita y un conjuro para que Maximiliano y esta “bruja novata” consigan una pócima con la que embriagar a todo su entorno con grandes dosis de alegría, paz y estabilidad. Con el paso de los años, la vida me ha mostrado que las enseñanzas de los que se fueron siguen muy vivas en cada lágrima vertida, en cada risa sincera, en cada conversación y en cada latido de mi corazón. Mis recuerdos y yo nos fundimos en una simbiosis que va más allá de cualquier celebración preestablecida. No obstante, la víspera del 1 de noviembre homenajeo a mis seres queridos brindando porque ellos…ellos están siempre conmigo.