J. Dorst, en Avant que La nature meure, dice: “El hombre apareció como un gusano en una fruta, como polilla en un ovillo de lana y ha roído su hábitat segregando teorías para justificar su acción”.
Los poetas hace siglos que son sensibles a estos problemas ecológicos, John Donne (1572-1631), en una anatomía del mundo ya intuía: “El sol está perdido y la tierra también y nadie sabe dónde ir a buscarlos / Y los hombres confiesan libremente que este mundo está agotado”. Los movimientos ecológicos, consecuencia hostigada y lenta de la brutal amenaza, tanto como los gestos aislados en pro del futuro de la vida sobre la tierra, solo servirán de algo si quienes detentan el poder real resuelven aceptarlos.
Haeckel formuló en 1866 el concepto de ecología y se ha requerido más de un siglo y medio para que lleguemos al punto en que estamos. En proporción son pocos y poco resolutorios quienes son conscientes de que el planeta va veloz a un desastre que abrumará a nuestros nietos.
Este proceso que relata el poeta es el efecto invernadero, un fenómeno natural que ocurre en la Tierra, se inicia con la llegada de la radiación procedente del Sol a la superficie terrestre. La mayor parte de la energía recibida es la denominada “de onda corta”. De esta energía, parte es absorbida por la atmósfera -como en el caso de la radiación ultravioleta-, otra parte es reflejada por las nubes y otra llega a la superficie del planeta -luz visible- calentándolo y gracias a ello la temperatura del planeta es compatible con la vida.
Una vez que esta radiación ha alcanzado y calentado la superficie terrestre, la tierra devuelve la energía en forma de “onda larga” (radiación infrarroja) y es reflejada y enviada de nuevo a la atmósfera. Determinados tipos de gases atmosféricos, llamados “gases de efecto invernadero”, retienen parte de esta energía (el 62.5%, aproximadamente) en el interior del planeta y no dejan que salga al espacio exterior. Es esta radiación, que no puede escapar del planeta, la que hace que la temperatura de la superficie se eleve.
El cambio climático ha comenzado ya. A lo largo del último siglo, la temperatura media del planeta ha aumentado en 0,6 ºC, y la de Europa, en particular, en casi 1 ºC. A nivel mundial, los cinco años más cálidos desde que se conservan registros (desde alrededor de 1860, momento en que empieza a disponerse de instrumentos capaces de medir las temperaturas con suficiente precisión) han sido, por este orden: 1998, 2002, 2003, 2004 y 2001.
Soslayemos esa compañía, digamos que la naturaleza está ahí y cobra un único peaje para llegar a ella: tener los ojos abiertos, sobre todo los del espíritu. A los errantes, a los nómadas, aún ocasionales, les ofrece sus gracias gratis. Si no exigimos sus donaciones más raras, será generosa: todos tenemos derecho al sol, al cielo, a las irrepetibles formaciones de las nubes, a los árboles y al efecto del viento en ellos, a las flores sencillas, a los pájaros.
Un niño extrae a la larga más y mejores modos de diversión de la naturaleza, de su contacto con ella: dejen que se pierda en el bosque, que olvide la pelota, la bicicleta, la tablet... De su atención detenida, de su naciente curiosidad nacen muchas cosas: para empezar, su propia intimidad. Yo diría que en ella renace la civilización.