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Economía del instante

22 de Junio de 2025
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Economía Mundial

Imagina una economía donde nada se acumula, donde las cosas solo existen para ser usadas en el momento preciso. No es el sueño de un ermitaño, sino la práctica concreta de comunidades que hicieron de la pobreza un arte de vivir. Los franciscanos, por ejemplo, no tenían propiedades: solo usaban lo necesario cuando la necesidad llegaba. Para ellos, un pan no era "suyo", sino simplemente "aquello que se comparte cuando alguien tiene hambre".

Esta vida —llamémosla inapropiable— no se regía por contratos ni leyes, sino por un gesto radical: convertir la existencia en norma. Mientras el capitalismo erige altares a la propiedad privada, ellos desactivaban toda autoridad. No protestaban contra la Iglesia; la volvían irrelevante. Su monasterio no era un lugar gobernado por reglas, sino un cenobio donde la convivencia surgía del puro estar juntos, como imitación de la vida de Cristo.

Para el mundo, usar por necesidad es una excepción (pedir prestado una emergencia). Para el franciscano, era la regla. No había "tuyo" o "mío", solo el gesto de tomar lo indispensable cuando la vida lo exigía. Así, el monje se volvía soberano de sí mismo, no por acumular poder, sino por rechazarlo: su "estado de excepción" era vivir sin depender de derechos ni propiedades.

He aquí un modelo para los excluidos del capitalismo —los homo sacer—. Recuerdan que ya poseen una herramienta de emancipación: usar sin poseer. Como Francisco de Asís, que comparaba al humano con los pájaros —sin almacenes, confiando en el día a día— la vida desnuda (nuda vida) que se trasciende a sí misma al liberarse de leyes y deberes.

San Pablo nos dice: ("usar el mundo como si no se usara"), sugiere romper incluso con la lógica de la necesidad. No se trata de esperar a tener hambre para comer, sino de actuar siempre como si el uso fuera un gesto libre, no una obligación. Los capuchinos del siglo XVI lo plasmaron en su Constitución: "Usa como si estuvieras obligado por la necesidad, aunque no lo estés".

Es un giro audaz: ya no es la necesidad material la que dicta el uso, sino su representación contemplativa. Como un actor que interpreta su papel con tanta convicción que olvida el guion. Así, el derecho natural se desvanece; solo queda la pura experiencia de vivir.

Este juego solo funciona en colectivo. No es la pobreza del mendigo solitario, sino la de quienes tejen vínculos sin jerarquías. Una comunidad anárquica donde la felicidad nace de compartir lo que nadie reclama como propio. La nueva desnudez: no precariedad, sino libertad radical.

No es casual que miremos a los franciscanos, a Jesús o al averroísmo medieval. Todos son figuras que convirtieron la marginalidad en potencia política. Como Pasolini filmando La pasión según san Mateo —o Bach componiendo sus oratorios—, su filosofía es un llamado a vivir lo mesiánico aquí y ahora: no en templos, sino en los gestos cotidianos de quien usa sin apoderarse. Una justicia que no necesita leyes porque nace del puro acto de existir juntos.

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