Podemos observar que la educación que deberían dar los padres, los colegios e institutos, así como otros centros educativos a las personas jóvenes, se ve eclipsada, cuando no anulada en sus principios y sus valores, por los medios digitales de exhibición, en los que se muestra una superficialidad y una banalidad preocupante, que lleva a sus seguidores, a creer que el insulto, la descalificación, los malos modales, el culto al ego, el materialismo, el hedonismo sin más propósito, son los fines de la vida, las metas a seguir.
Esto probablemente provoque un movimiento pendular, porque como todo lo anterior no lleva a nada constructivo ni edificante, sino al embrutecimiento generalizado, y a pensar que lo deseable es lo primario, y las formas de expresión al ataque y a la agresión, a la larga, colapse, y se abandone, como a una toalla vieja y gastada.
La falta de producir contenidos edificantes y culturalmente promotores de una civilización madura, no puede producir otra cosa que una sociedad de niños o de brutos, o de niños brutos.
Existen excepciones notabilísimas, verdaderas maravillas de la ejemplaridad, y otras que si no son tan notables, por lo menos aportan cosas interesantes y constructivas, pero vivimos en grana medida un mundo del yo sin tu, y sin nosotros, con yoes insuflados, como zeppelins, en que su helio es sus medidas corporales, y la belleza física (lo que nosotros llamamos belleza, que es muy relativa, porque si la viera un extraterrestre es posible que pareciera horrenda, sin embargo lo que es universal es el valor de las virtudes), o el éxito económico, que si solo se queda en eso no lleva nada más que a experimentar placeres y acumular cosas, pero no a lo realmente importante de la vida: el conocimiento de si mismo y de Dios.
Esta civilización necesita ascender, crecer en sus expectativas, que como dice el gurú Nisargadatta, “el problema de ellas es su pequeñez y estrechez”.
Es lamentable llegar al final de la vida y ver que solo se ha logrado vivir un montón de ratos poco significativos, que se ha aprendido poco, que de todo el enorme pastel que ofrece la vida, solo se ha olido una parte, lo que ofrecen esos contenidos vacuos de valor.
La existencia ofrece muchas opciones, pero siempre las que parecen más fáciles, son las que menos substancia tienen, y aunque las cosas sencillas y simples sean muy valiosas, es necesario una cultura amplia y profunda, que nos aporte muchas cosas esenciales: saber que es lo importante en la vida, los valores y las virtudes que hay que desarrollar y como hacerlo, teniendo en cuenta que uno tiene que hacerse un traje a medida ideológico y existencial, que no vale ya el pre a porté, o el café igual para todos.
La vida es demasiado importante para tomársela en serio, pero además de saber reír hay que saber elegir y optar, y para eso hace falta buena información, porque si no, será como escoger un plato de una carta de un restaurante chino (escrita en este idioma), sin saber nada de chino, será la suerte, o lo que nos digan los que saben chino que es lo óptimo, pero no lo sabremos por nosotros mismos, y nos tendremos que comer lo que la fortuna, u otros han decidido que es lo mejor.
Además, hay que saber como se hacen las cosas en todos los sentidos, y para esto necesitamos también una información que a nivel vital, se ofrece, pero hay que buscarla y trabajar con ella.
Es necesario conocer cuando hay que correr y cuando ir con calma, en fin, un sin número de cosas, que no siempre nuestro intelecto nos indica cual es la mejor opción, sencillamente porque no lo sabe.
Esta claro que si todos fuéramos sabios, el mundo andaría mejor, entonces, por qué no propiciar la sabiduría. ¿A quien le interesa que la masa sea ignorante e impulsada mayoritariamente por los aspectos básicos y no elevados de la existencia? Corrijamos esto, nos va la vida en ello, y no seamos como los avestruces que esconden la cabeza en un hoyo, pensando que al no verlo, el peligro no existe.
El impulso civilizador es intrínseco en el ser humano, reflejo de su atracción por la bondad, pero hay que darle cauce para que no se desvirtúe y se corrompa.