La excusa siempre es un recurso inequívoco que aleja o distancia al sujeto que lo utiliza con la precisa intención de no realizar una gestión, un acto, o de posicionarse en el trayecto de la posible consecuencia de algo.Estamos rodeados de excusas, de todo tipo: infinitas, reales, vivaces, elocuentes, míseras. Cientos de ellas. Pero sobre todo, están las excusas absurdas. Estas, sin entenderse muy bien cómo pueden brotar por el absurdo que proponen, o desde el absurdo en que se originan, son las que más se asientan en la retina de la contemplación y la reflexión del observado que, en uno u otro modo, atiende el argumento de la misma.No hace muchos días, me vi sorprendido por uno de esos absurdos, atropellado por una de esas excusas que, incluso, extralimitan dicho absurdo: una empresa cordobesa no quiere pagar los atrasados a sus “trabajadoras” porque en el convenio firmado está escrito textualmente la palabra “trabajadores”.No sé quién dirige dicha empresa, ni quien son los asesores que gestionan sus diferentes temas económicos o fiscales, incluso, quien es el responsable del marketing o publicidad, pero, en todo caso, el absurdo les ha dado de lleno y los ha implicado en su totalidad.Aparte de que la RAE en el significado que alude a la palabra “trabajadores” queda constatado que alberga tanto al masculino como al femenino, pues se trata de una palabra genérica, es sorprendente que en plena batalla por alcanzar la igualdad para hombres y mujeres en todos los ámbitos, alguien se agarre a semejante excusa, absurda como hemos dicho, para no pagar los atrasos a una parte del personal laboral que compone su empresa, la cual ha generado una actividad en la misma.No deja de sorprender la excusa como pauta para desvincularnos de algo que no queremos hacer, incluso cuando se acude al absurdo para generar dicha excusa.
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