La discapacidad tiene su historia. No se llega directamente a esta palabra, no puede empezarse con ella. Sólo el que puede ver a través de la historia de esta palabra puede desarrollar el más coherente y consistente sistema para entender qué es la discapacidad hoy en día. Saber de esta historia, por ejemplo, nos lleva a aprender que ya han pasado aquellos tiempos donde en la Antigua Grecia, cuna de la civilización occidental, había una práctica generalizada de sacrificar a la gente deforme ante cualquier catástrofe natural con el objeto de apaciguar a los dioses, o en Esparta donde los nacidos débiles o deformes eran arrojados desde lo alto de monte Taigetos, práctica seguida por los romanos y otras civilizaciones. De manera reciente, en esto de asesinar a personas con discapacidad, no podemos obviar a los propios nazis. Esta historia también nos lleva a saber, y en eso estamos, que tras la revolución industrial, en donde se desarrolla un tipo de pensamiento que busca “la función de la persona dentro del aparato social”, surge la misma palabra discapacidad, y en donde, en consonancia con esas ideas, se empiezan a poner las bases para adaptar a la persona con discapacidad dentro del entorno. No sería hasta después de la II Guerra Mundial, cuando se vaya adquiriendo más conciencia del “déficit de comprensión social”, que se empieza a desarrollar los medios para integrar a las personas con discapacidad y diversidades funcionales, pues, ¿cuál es la realidad de una persona que no puede acceder a unos medios que la capacite para intentar llevar una vida lo más normal posible junto con el resto de la gente?
Y en este hilo histórico andamos, que ahora toca saber qué narices está pretendiendo la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas públicas de Valencia con un decreto que limita, con el pretexto de una mayor igualdad, y en contra de las recomendaciones de los profesionales, el acceso a esos propios medios de las personas atendidas en Atención Temprana.
¿A qué nos hace volver un sistema público que con el pretexto de maquillar las cuentas, en este caso de acortar la enorme lista de espera en el acceso a la Atención Temprana, no ofrece más alternativas que sacrificar una atención más integral, solo ofreciendo una forma de intervenir, salvo permiso justificado, y, por tanto, rompiendo con la propia esencia de este servicio? ¿No se está prescindiendo, así, de las verdaderas necesidades de estas personas, pasando por encima de la gente que los atiende, de los sentimientos de los familiares y de estos mismos, en pos de un cálculo que está desarraigado de la realidad concreta de esas criaturas, y por tanto es imposible?
Mientras todos están de acuerdo sobre “la necesidad” de resolver la gravedad de la crisis económica, resulta igualmente chocante la indiferencia con se mira la especial vulnerabilidad, frente a esta situación adversa, de las personas con discapacidad y diversidad funcional. Estamos de acuerdo que nuestra situación no es la misma que hace cincuenta o mil años: la investigación ha avanzado bastante, las ideas han cambiado pero ¿quién dice, en el día de mañana, en esta sociedad que cada vez pone los ojos hacia el confort y la felicidad frente a la verdad, que las personas discapacitadas y con diversidad funcional no vuelvan a ser consideradas, quizás de otra forma, como aquellas personas incapaces de sobrevivir a una existencia acorde con las exigencias sociales establecidas? ¿Quién dice que no nos vuelvan a arrojar, y nos incluyo a todos y a todas, pues nadie está exento, a una especie de Monte Taigeto, como hacían los espartanos, al no poder encajar en su bella y floreciente civilización?
Quizás estoy siendo muy exagerado, pero este paso de la Consellería, desde luego sin querer llegar a esos extremos, dios me libre de acusar a nadie, apunta más o menos hacia esa misma involución.