Siempre supimos que la vida era el aleteo de una mariposa. Algo así como una microscópica proporción del instante verdadero de la naturaleza. Pero dicha teoría cabalgó en nuestro inconsciente de manera teórica. Conocedores de su significado, nunca llegamos a apreciar la verdadera profundidad de las palabras. Siempre hicimos acopio de objetos y forjamos el consumismo innecesario como si fuéramos eternos.
Probablemente, el Covid-19 nos ha trasladado a esa profundidad de la que, siendo conscientes, no observamos en la proporción que tendríamos que haberlo hecho. Y esta mirada, la que llevamos ejercitando desde hace semanas, no solo se ha adentrado en ella, ha mostrado que desde ahí todo ha quedado ralentizado, ha convenido una pauta natural, necesaria, y nos ha alejado del consumismo y las prisas innecesarias.
Habitamos en una habitación acelerada, consumista, proclive a desmembrar toda posibilidad natural y afable del paso de nuestro tiempo por la vida. Esa habitación, a la que nos han empujado o a la que hemos llegado de múltiples maneras, nos desplaza de un lado a otro, de una pared a otra, de esquina en esquina; y lo hace no solo la propia habitación, empero quienes habitan en ella. En todo ese trasiego, olvidamos otear a través de la ventana.
Aterrados para no perder el lugar, la posición, toda mirada queda sumisa al terremoto continuo que produce la habitación y a los que residen en ella. Toda estampida o quiebro diario, semanal, mensual o anual, nos empuja, nos saca del lugar, nos desprovee de lo que teníamos. Obligados, las circunstancias nos empujan a residir concentrados y a aferrarnos a todo acto material, a todo ejercicio económico fundamentado en la propiedad y en el acopio de bienes y objetos. El consumismo es la forma más rápida de satisfacer nuestra necesidad interior, el acto que soborna la inconformidad de la habitación.
Todo eso ha quedado desahuciado en las últimas semanas. Hemos dado cuenta a través de amigos, familiares o conocidos, la microscópica proporción que es nuestro paso por la vida, y hemos ratificado lo innecesario de la excesiva ocupación que manteníamos: el convulsivo consumismo. Otra cosa es que, después, cuando nos hallemos en la nueva normalidad, o en las diferentes normalidades que tengan que venir, olvidemos que toda habitación está provista de una ventana para mirar más allá.