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El dinero fiduciario

09 de Noviembre de 2023
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Como prometí en mi último escrito dedicado a la Deuda Pública, hoy me voy a sumergir en algo que, para los que no somos economistas, resulta un poco “aventurado” tratar.

Lo primero que, como un servidor, Vds. se estarán preguntando qué es eso de “dinero fiduciario”. Bueno, me refiero a los lectores de a pie, los que tienen formación académica acreditada no necesitarán que se les explique porque lo saben sobradamente. Pero, para los antedichos de a pie, dinero fiduciario es aquel dinero en papel que no tiene otro respaldo que el del propio país que lo imprime. Lo cual significa que hay que fiarse de ese país y que puede uno salir, como vulgarmente se dice, trasquilado. El Diccionario Jurídico de la RAE lo define como “dinero cuyo valor no viene dado por la existencia de unas reservas que lo respalden, sino por la confianza que inspira en su emisor”. Está más que claro en qué consiste. Y, desde luego, que el emisor sea uno de esos países tan prósperos -que dicen- como, por ejemplo, los EEUU o el Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Japón, China, etc., no significa, en absoluto, que haya que darlo por bueno, pues, como ya expuse en mi escrito anterior, todos sin excepción están “entrampados” con una Deuda muy por encima de su PIB y eso no dice nada en su favor, aunque, reitero aquí, lo de la Deuda sólo significa, en mi modesta opinión, mucho dinero en intereses para la Gran Banca, porque la Deuda en sí me da que no se va a poder abonar nunca. Por tanto, claro está, que ningún país debería darle más cuerda al “juguete” de la que tiene, o sea, sin emitir más de lo que resultaría medianamente creíble, que sería un simple y llanamente “allanamiento del llano”, por no decir una engañifa, una trapacería, una trápala, un desfalco, un camelo, una superchería, un… como lo quieran llamar; esto suponiendo que no haya ocurrido ya en más de un país de los antes citados y parte de su dinero no tenga ningún valor por muy país que se precie de ser ejemplar monetariamente hablando. No hace falta nombrar a qué país me estoy refiriendo.

Cualquiera que no sepa del dinero fiduciario se hará muchas preguntas al respecto, pero no tengo intención de alargar demasiado este escrito con preguntas y respuestas, las tienen todas en Google, simplemente, poniendo “dinero fiduciario”. Sí quiero, por el contrario, extraer lo que considero más interesante sobre el tema de dos artículos de un excelente escritor y articulista del que, por el momento, prefiero no desvelar su nombre ni las fechas de sus artículos… para evitar posibles críticas infundadas, no por lo que expone -que no tiene alternativa alguna para poder desmentir- sino por sus fuertes “inclinaciones” religiosas (ni que decir tiene, católicas) que más de uno aprovecharía para hacer las consiguientes depuraciones de alguno de los escritos que en nada tienen que ver con la religión, aunque emplee algún “símil bíblico” en alguna parte de uno de ellos o de ambos. Lo cual, por otra parte, no dejaría de ser, obviamente, nada más que producto de su amplio “talante” religioso que ahora no viene al caso discutir.

El primero de eso dos escritos, que él llama “dinero imaginario” (que transcribo en parte), comienza así: “A nadie se le escapa que el dinero es, desde sus mismos orígenes, una convención humana. Hubo alguien, allá en la noche remota de los tiempos, que decidió atribuir a determinados metales (preciosos los llamaron, aunque su precio se lo otorga nuestra imaginación) un valor para el comercio: eligió el oro y la plata, como podía haber elegido los cantos rodados de las playas; o dicho con mayor precisión, eligió el oro y la plata en lugar de los cantos rodados de las playas porque estos últimos eran demasiado fáciles de conseguir y habrían provocado una “hinchazón” de riqueza imposible de soportar. La disponibilidad escasa de los metales preciosos garantizaba que la riqueza no se desmandara; y, sobre todo, que circulara bajo el control de quienes tenían capacidad para extraerlos de las entrañas de la tierra, que acabaron siendo los reyes, o aquellos a quienes los reyes concedían licencia para hacerlo.

Hubo un momento de la historia en que el “dinero real” (que, sin embargo, era una convención humana) se convirtió en “dinero fiduciario”. Las monedas de oro o plata fueron sustituidas por certificados (billetes o pagarés) que aseguraban la existencia de un depósito suficiente de oro y plata que el tenedor podría hacer efectivo, presentando tal certificado en la entidad emisora de la moneda. Era, pues, un dinero más “irreal” todavía que el “dinero real”, pues además de aceptar una convención humana aceptaba que los compromisos asumidos por los humanos merecen “fiducia”, confianza.

Más adelante, continúa: “Este “dinero fiduciario” fue poco a poco siendo sustituido por lo que, no sin ironía, denominamos “dinero fiat” (“hágase”, en latín), que ya no promete a su portador entrega de oro o plata alguna, que ya no se apoya en realidad convenida alguna, sino que es producto de un acto discrecional del gobernante, que “crea” por decreto un dinero que carece de respaldo. Durante algún tiempo, este “dinero fiat” -los billetes y monedas que todavía hoy manejamos en nuestras transacciones- llegó a representar, siquiera en parte, un valor convencional que se podía hacer efectivo puesto que el emisor disponía de reservas de oro y plata suficientes. Pero, a medida que el uso del “dinero fiat” se fue generalizando, dejó de tener equivalencia real alguna. Hoy, las reservas de oro y plata que obran en manos de los bancos emisores son meramente simbólicas; y el valor que poseen los billetes y monedas que intercambiamos es tan solo nominal, ni siquiera fundado en la confianza, sino más bien en un engaño que todos admitimos (por miedo o avaricia), en nuestra dependencia, ¿esclavitud?, del gobernante que lo ha “creado” por decreto”.

“Pero aún la imaginación humana ideó otra forma de dinero aún más separada de la realidad; un dinero que propiamente no puede ser designado “convención”, puesto que no existe sino como ficción incorpórea, representada mediante cifras que se pasean como fantasmas por las terminales informáticas. Este “dinero imaginario” empezó siendo una traducción de dígitos de “dinero fiat” que circulaba en las transacciones comerciales: pero pronto fue engordando, mediante operaciones bursátiles y especulativas, hasta duplicar, triplicar, cuadriplicar (y así hasta el infinito) el “dinero fiat” existente; a su condición voluble y quimérica suma otro rasgo fatal: cada vez que ese dinero imaginario se hace efectivo (o sea, cuando el especulador quiere “cobrar” el fruto de su especulación) detrae esa cantidad del “dinero fiat” circulante, con lo cual lo reduce cada vez más; o bien obliga a los gobiernos a “crear” más “dinero fiat” por decreto (o sea, a darle a la manivela de estampillar billetes), con lo cual su valor -su poder adquisitivo- cada vez es menor. Se puede mantener la ficción por más o menos tiempo, pero la ficción acaba dándose de morros con la realidad; y cuanto más se trata de mantener la ficción, más morrocotudo es el morrazo: pues la realidad es que ese dinero imaginario que se ha convertido en la piedra angular del sistema es -por parafrasear a Góngora- humo, polvo, sombra, nada”.

Antes de seguir, quiero hacer una breve reflexión al respecto: “No entiendo por qué se preocupan tanto las restantes CCAA por la posible “condonación” de una parte de la deuda de Cataluña -que no es toda con el Estado- sí, como estamos viendo en este escrito, posiblemente, sea “dinero fiduciario” que no vale nada… como el de las demás, obviamente.  O sea, “condonar” algo que no tiene valor alguno no deja de ser algo absurdo que no debería acarrear mayor preocupación, pero bueno…

Siento de veras que mis escritos sean demasiado extensos; mas, por otra parte, me disculparán porque procuro no darles “la tabarra” más de una o dos veces al mes. Y sólo lo hago por mi ansia de informar lo más posible sobre algo que es de suma importancia para nuestro devenir diario, sin ninguna pretensión literaria que, obviamente, mi poca formación evidencia.

Pero, sigamos con el segundo artículo -publicado, prácticamente, un año después-  sobre el “dinero fiduciario” que el autor titula “Dinero de mentira” y que dice así: “Se anuncia que varios bancos centrales (que son los que hacen girar la manivela de la máquina de estampillar billetes), en acción concertada, van a “inyectar liquidez” a los bancos comerciales para facilitar su financiación. Por supuesto, el anuncio ha sido acogido con alborozo por las principales bolsas del mundo, que han sacado pecho siquiera por un día (con esa fatuidad irrisoria con que saca pecho el tuberculoso terminal), y celebrado por los medios de adoctrinamiento de masas, encargados de mantener cretinizada a la gente mientras la expolia. Cuando, dentro de un siglo, se estudie el hundimiento del capitalismo financiero, los historiadores se llevarán las manos a la cabeza, horrorizados de que tanta gente se dejase embaucar, llevada al matadero de la mano por sus mismos verdugos, en quienes llegó a ver a sus salvadores. Para explicar un suicidio colectivo de tal magnitud hace falta una explicación de índole sobrenatural; y tal explicación nos la brinda el Apocalipsis cuando narra la caída de la gran Babilonia (tan semejante, por cierto, a la caída del capitalismo financiero): “Del vino del furor de su prostitución bebieron todas las naciones”. El vino de prostitución del que todos hemos bebido durante los últimos años es, como explicaba el filósofo Santayana, la creación de una “niebla de las finanzas vagabunda, nominal, inmaterial, que mañana puede destruirse y desvanecerse como un sueño”. El mañana que profetizaba Santayana ya ha llegado: lloran y hacen duelo los reyes de la tierra -los politiquillos de la Unión Europea, el falso mesías negro de Yanquilandia- que con ella fornicaron y se dieron al lujo; lloran y hacen duelo los mercaderes -plutócratas- que se enriquecieron con el poder de su opulencia; y lloramos nosotros, pobre gente cretinizada, porque vemos desvanecerse ese sueño.

Sigo, después de saltarme una pequeña parte del artículo. Van a “inyectar liquidez” en los mercados financieros, nos dicen; lo que, traducido al román paladino, significa que van a fabricar un dinero de mentira, haciendo girar la manivela de la máquina de estampillar billetes. Un dinero que carece de respaldo alguno; un dinero desligado de la riqueza real; un dinero “de naturaleza vagabunda, nominal, inmaterial”, que permitirá que los reyes de la tierra sigan endeudándose y que los mercaderes sigan realizando sus operaciones bursátiles; un dinero, en fin, que aumentará todavía más la burbuja especulativa y que sólo podrá corporizarse -cuando los reyes de la tierra tengan que pagar los plazos de su deuda, cuando los plutócratas tengan que repartir dividendos entre sus socios y accionistas- drenando liquidez a la economía real; o sea, saqueando nuestros ahorros, acribillándonos a impuestos, reduciendo nuestros salarios y pensiones.

Lo malo de fabricar dinero de mentira, sin respaldo alguno de la riqueza real de las naciones, no es que se crea una “burbuja”; lo malo es que la “burbuja” creada, para no estallar, trata a toda costa de abastecerse (de rellenar su oquedad) a costa de la economía real. La única solución es frenar la expansión de los mercados financieros y reactivar la economía real: volver a trabajar la tierra, volver a producir bienes, volver a comerciar con el fruto de nuestro trabajo. Y termina su artículo así: Exactamente lo que los sacerdotes de Babilonia desean evitar a toda costa mientras nos llevan de la mano al matadero”.

Seguramente haya mucha gente que no lo veremos, pero no hay ninguna duda de que este capitalismo desmesurado (con dinero sin respaldo legal) explotará tarde más o tarde menos; pero, mientras eso ocurre, un selecto Club se está atiborrando de bienes materiales mientras más de media humanidad sufre las consecuencias del expolio casi total de su trabajo y de su producción de dichos bienes; y encima, sino se aviene, recibe el “trato” que está -ahora mismo- recibiendo esa pobre gente de la Franja de Gaza (cerca de ¡cuatro mil niños asesinados!, un total “infanticidio” consentido por el resto del mundo) por, única y exclusivamente, tratar de que no le ROBEN más parte de su tierra de la que ya le robaron los ingleses para que naciera ese Estado, hoy día, un vulgar Estado genocida (escondido en el holocausto que los nazis -como ellos ahora- perpetraron en la II Guerra Mundial) valiéndose del armamento de, como dice el autor de parte de este escrito, Yanquilandia. 

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