La hormiga león realmente no es una hormiga; de hecho, en su estado adulto se parece a una libélula. En su fase larvaria, construye en terreno arenoso que es una siniestra obra de ingeniería portentosa: un embudo cuyas paredes tienen el grado de inclinación exacta para que la trampa no se derrumbe, pero cuya pendiente hace que cualquier pequeño insecto que sobrepase el borde (hormigas, sobre todo), acabe deslizándose irremediablemente hasta las mandíbulas de la hormiga león, que le espera en el vórtice.
Normalmente, los ciudadanos de a pie, solemos reaccionar ante muertes y asesinatos premeditados que vemos en los medios pensando que esas cosas siempre les pasan a otras personas; es como si la pantalla de TV aislase nuestra torre de marfil de esa trágica realidad de que ocurre tras esa “cuarta pared” del teatro de la vida.
Cada vez que he pasado por la calle Bogatell de Sant Adrià de Besós (la ciudad barcelonesa donde he vivido cuarenta años) no he podido evitar pensar en José Luís Ruíz Casado, asesinado salvajemente por José Ignacio Krutxaga, Fernando García y Lierni Armendáriz, miembros del comando Gaztelugatxe de ETA; quienes seleccionaron a su víctima por la prensa y localizaron su domicilio a través de la guía telefónica; tras estudiar sus hábitos rutinarios, una mañana le dispararon a metro y medio de distancia y lo mataron de un tiro en la cara en el año 2000 sólo por ser un concejal del municipio y ser una víctima fácil, ya que no disponía de escolta.
Y cada vez que he pasado por el cercano barrio de Gorg en Badalona, he recordado el nombre de José Luís Herrero Ruíz, un mecánico de autobuses asesinado salvajemente de un disparo a quemarropa por la espalda, a la altura del corazón, por el policía Sebastián Trapote, en 1974 (el mismo Trapote que, confeso pero no convicto, se benefició de las amnistías de 1975 y 1977 –pensadas para las víctimas del franquismo, pero de las que se beneficiaron los verdugos-, y sería ascendido progresivamente en 2000 y 2012, hasta llegar a ser nombrado jefe de la Policía Nacional en Catalunya en 2015, y en el ejercicio de ese cargo, fue el máximo responsable de la brutal represión policial a los ciudadanos pacíficos e indefensos que votaban en el referéndum del 1 de octubre de 2017).
Una vez que te enteras de muertes intencionadas tan horribles como estas, no por los medios, sino porque los propios vecinos de tu calle te lo hacen saber, se te encoge el corazón por sentir esa cercanía, esa realidad física irreversible que ha acontecido en tu propio espacio de convivencia, ya ninguna muerte, ningún acto de terrorismo contra el estado o del estado, y ambos contra los ciudadanos deja de verse como antes; esa teoría de los seis grados de separación que nos liga a todos los humanos del planeta te punza el corazón a cada muerte intencionada que se produce desde la estrategia más vil y cruel delos poderes fácticos.
Este pasado martes 15 de noviembre por la tarde, dos campesinos que estaban secando grano en Przewodów, en Polonia, murieron por el impacto de uno de los dos misiles que Ucrania lanzó a cien kilómetros fuera de su frontera.
Polonia pertenece a la OTAN desde 1999; fue incorporada dentro de la llamada “cuarta expansión” que la organización militar aplicó dentro de su política de acercamiento a territorio ruso, en una serie de incumplimientos sistemáticos de los acuerdos de no ampliación hacia Rusia que comenzaron en 1991, con la primera guerra del Golfo.
Se supone que la función dela OTAN debería ser la defensa de los territorios de sus países supuestamente “aliados”, máxime cuando sus ciudadanos son atacados por un país ajeno a la organización militar. Ucrania no pertenece a la OTAN, y ha asesinado a dos civiles polacos inocentes dentro de territorio polaco. La acción de la Unión Europea debería haber sido inmediata, y la Organización Tratado del Atlántico Norte debería haber activado inmediatamente una respuesta adecuada contra el país externo agresor de un estado miembro. Sin embargo, a una semana de esas muertes, la UE sigue mirando hacia otro lado, y la inacción de la OTAN se mantiene, en línea con la “representación política” que ha ido desarrollándose en estos días siguiendo un guión redactado por EEUU.
A los ciudadanos de a pie que, como yo, no intervenimos para nada en el tablero de juego político, incluyendo a una mayoría que, también como yo, no militamos ni hemos militado nunca en ningún partido político, se nos enciende una luz de alarma en nuestro instinto de supervivencia: somos ciudadanos europeos que no disponemos de una organización de defensa militar propia, sino que pagamos una “protección” a un organismo que, salta a la vista, está únicamente controlado por Norteamérica; una organización militar surgida de los intereses estratégicos de EEUU en la Europa de la posguerra mundial, y cuya creación provocó la respuesta soviética, que creó el Pacto de Varsovia para responder a esa política agresiva militar de EEUU hacia los rusos, lo cual conllevó a esa “guerra fría” que nunca ha dejado de mantenerse activa.
Los ciudadanos de a pie como yo, nos sentimos como hormiguitas laboriosas, ocupadas en la tarea cada vez más difícil de trabajar sin descanso para sobrevivir, a sabiendas que buena parte de lo que producimos va destinada a pagar a unos cargos políticos que deciden sobre estrategia militar que nada tiene que ver (salta a la vista) con la defensa no ya de los intereses de los trabajadores europeos, sino con la defensa de sus vidas.
Ojo, no vaya a ser que el arenal de los territorios europeos no se haya convertido en una inmensa pendiente deslizante del embudo de una hormiga león que aún no hemos sabido ver, pero del que si intentamos salir, igual comprobamos que no podemos hacerlo.

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