Foto-personal.jpg

El engaño de las ciudades de 15 minutos, las ZBE, el tratado internacional de pandemias, el cambio climático antropogénico y otras lindezas de la Agenda 2030

02 de Noviembre de 2023
Guardar
Imagen antiguo cine galaxia de La Elipa

¿Quién no quiere dejar de usar el vehículo privado para ir a comprar, a llevar al colegio a los niños, ir al cine o a cualquier otra actividad recreativa porque no lo necesita ya que tiene todo a menos de 15 minutos andando, en bici o en patinete? Si hago esta pregunta en una gran ciudad, seguro que todos estarían dispuestos a prescindir del vehículo, pero ojo que la cosa tiene trampa.

Yo, que ya tengo una edad, recuerdo mi infancia y juventud en un modesto barrio de Madrid en el que tenía todo lo que pudiera necesitar sin necesidad de subirme, ni siquiera, al transporte público que, por aquel entonces, era bastante limitado en el barrio en el que vivía.

Mi cole estaba a solo cinco minutos andando de casa. Había un cine de sesión continua que, para los más jóvenes, explicaré que eran cines de barrio baratos en los que se proyectaban dos películas; una solía ser más o menos reciente y la otra no tanto. Se llamaban de sesión continua porque se proyectaban ambas películas durante todo el tiempo de apertura del cine y, lo más alucinante, ¡podías verlas una y otra vez por el mismo precio de la entrada, nadie te echaba del cine!

En mi barrio había varias ferreterías, papelerías cerca del cole, mercerías y un sinfín de comercios que cubrían todas nuestras necesidades a menos de cinco minutos andando. Teníamos un mercado de dos plantas en el que había multitud de fruterías, varias charcuterías en las que te cortaban el producto que necesitaras en el momento y te lo llevabas a casa envuelto en papel sin necesidad de que estuviera envasado en plásticos que después hay que reciclar y cuyo reciclaje no es tan verde como nos quieren hacer creer (esto daría para otro artículo); también había carnicerías, pescaderías, tiendas de ultramarinos, que seguro que los jóvenes de hoy en día no saben ni lo que son, una lechería que vendía la leche en bolsas que luego había que cocer en casa antes de consumirla porque lo de la leche en brick UHT ultrapasteurizada que dura meses en casa es algo relativamente reciente, etc., etc.

En definitiva, las ciudades de 15 minutos o menos eran una realidad hace unos treinta años en Madrid y en muchas otras grandes ciudades y nos las quitaron para beneficio de grandes corporaciones, empobrecimiento de la población y reducción de la calidad de vida en las ciudades. Las tiendas pequeñas cubrían las necesidades de cualquier familia y daban de comer a sus propietarios y a sus familias sin tener que trabajar para grandes empresas por sueldos de miseria. Además, al haber menos tráfico, los chavales podían ir por la carretera en bici sin peligro alguno y estoy hablando de los años ochenta, no del siglo XIX. Los vehículos no eran necesarios porque comprábamos a diario de forma rápida y sin necesidad de recorrer media ciudad, pero algo sucedió.

Por aquel entonces empezaron a surgir los supermercados y hubo gente que empezó a comprar allí porque los precios solían ser más económicos. Esto hizo que algunas tiendas tuvieran que cerrar, pero aún no necesitábamos un vehículo porque los supermercados estaban también en el barrio y solían ser de pequeños emprendedores y no de grandes corporaciones. Después aparecieron los hipermercados en los que ya no solo se vendían alimentos, sino ropa, enseres de cocina, artículos de bricolaje, libros, electrodomésticos y un largo etcétera de productos también a precios más ventajosos. Los hipermercados obligaron a muchas más tiendas a echar el cierre y aquí ya la cosa se complicó un poco porque estaban a cierta distancia del barrio y, en ocasiones, era necesario un vehículo propio tanto por la limitación del transporte público como para llevar la compra a casa. Aquí ya empezaron a entrar grandes empresas y los beneficios se concentraban en manos de menos gente. Después surgieron los centros comerciales, generalmente a las afueras de las grandes urbes, en los que ya se concentraban otros comercios y tiendas de ropa. Recuerdo uno de los primeros centros comerciales de Madrid como toda una revolución. Se llamaba Madrid-2, la Vaguada y para mi familia era como ir a otra ciudad a comprar porque, a pesar de no estar a gran distancia, era imposible ir sin vehículo propio o sin tardar en llegar más de dos horas en varios autobuses porque en mi barrio no había metro ni lo ha habido hasta el año 2007. En los centros comerciales empezaron a aparecer grandes cadenas de ropa como Zara, HyM, Bershka, Pull&Bear y otras con precios bastante económicos. La producción de estos productos se realizaba en países con mano de obra barata y los productores de ropa nacionales también se vieron abocados al cierre y, por consiguiente, las tiendas que vendían sus productos y que solían estar en todos los barrios también tuvieron que cerrar.

Una vez que la mayoría de las tiendas hubieron cerrado, los precios de los supermercados, hipermercados y centros comerciales empezaron a subir y los barrios dejaron de ser mini ciudades de 5 minutos para convertirse en lugares en los que vivía la gente hacinada en grandes bloques que luego se trasladaba en coche a su trabajo, también ya desplazado a polígonos industriales a las afueras de las ciudades, o a comprar en grandes atascos. En este sentido, es importante recalcar que muchas personas viven en poblaciones cercanas a las ciudades por el precio tan elevado de la vivienda en la gran ciudad y eso hace muy difícil acudir al trabajo en transporte público en un tiempo razonable, por no hablar de la conciliación familiar. Es prácticamente imposible acudir trabajar en transporte público y poder llevar o recoger a tiempo a los niños del colegio o llevarlos a las actividades extraescolares que suelen estar a gran distancia del colegio o del domicilio.

Todos los cambios que he mencionado resultaron en una pérdida de la calidad de vida de las familias, aumentó el estrés, la contaminación por la alta movilidad obligada por el cierre de comercios de proximidad y la concentración de polígonos industriales en las afueras de las ciudades, aumentó la falta de tiempo para el ocio o para la familia y se convirtió en algo habitual. Todavía recuerdo algunas calles de Madrid llenas de tiendas de ropa y zapaterías nacionales por las que me encantaba pasear y comprar ropa o calzado de buena calidad (Bravo Murillo, Paseo de Extremadura, General Ricardos o la Avenida de la Albufera, por mencionar algunas). En la actualidad, en el mejor de los casos están repletas de tiendas de comida rápida, cadenas de ropa, sucursales bancarias y otras tiendas que uno puede encontrar en cualquier otro lugar de la UE y, en muchas ocasiones, están llenas de locales cerrados y abandonados que han degradado los barrios.

Lo irónico del caso es que nuestros políticos ahora quieren hacernos creer que nos quieren volver a traer las ventajas que en su momento dejaron que desaparecieran para beneficio de las grandes empresas; nos quieren hacer creer que van a crear ciudades de 15 minutos para nuestro beneficio y podrán engañar a los jóvenes y a todos los que no conocen lo que acabo de contar, pero a mí, señores, a mí no me engañan.

Ojalá me equivoque, pero las ciudades de 15 minutos que nos quieren vender ahora no son por nuestro bien, sino que tienen varios motivos ocultos y uno de ellos es que dejemos de desplazarnos para controlarnos. Las grandes élites quieren saber en todo momento lo que hacemos, dónde estamos, lo que compramos, lo que opinamos y si somos o no buenos ciudadanos. Ya no les vale solo con poder saber dónde estamos gracias a la geolocalización de nuestro teléfono móvil porque podemos apagarlo o dejarlo en casa, quieren asegurarse de que no salimos de nuestro redil. Ya están instalando cámaras, supuestamente de seguridad, en muchos puntos de las grandes ciudades, cosa que yo no me trago. Estoy convencida de que esas cámaras son para saber en todo momento dónde vamos y poder controlar que no salgamos de nuestro gueto de quince minutos si así lo deciden.

Por otro lado, la idea de transformar una ciudad ya establecida en una de 15 minutos no es ni barata ni viable. Este proyecto podría llevarse a cabo en un nuevo desarrollo urbanístico como un PAU, pero transformar toda una ciudad como Madrid es una idea que no es realista. El gasto que Más Madrid planteaba para esta transformación en su programa de las últimas elecciones ascendía a 5500 millones de euros que es el presupuesto del Ayuntamiento para todo un año y que va destinado, entre otras cosas, a la creación de carriles bici o para autobuses de alta velocidad.

Pueden ustedes creerme o pensar que soy negacionista, conspiranoica, antisistema o incluso facha, términos que ahora se utilizan indiscriminadamente para cualquiera que no esté de acuerdo con la verdad “oficial” del Gobierno o de algún organismo supranacional. Sin embargo, lo cierto es que mi barrio de cinco o diez minutos pasó a ser un lugar en el que era necesario un vehículo para desplazarse a comprar o a trabajar, vehículo del que ahora quieren que prescindamos para evitar la contaminación, aunque el vehículo privado sea solo responsable de un porcentaje mínimo de la contaminación de las grandes urbes, mientras nuestros dirigentes se desplazan en aviones privados que contaminan en un viaje lo mismo que mi coche en todo un año. ¡Todo muy lógico! Y seguiremos escuchando y leyendo todo el tiempo el mismo mantra de la agenda 2030, “no tendrás nada y serás feliz”.

Yo quiero seguir usando mi vehículo de 20 años que pasa sus ITV y que está en perfectas condiciones, que me lleva y me trae a todas partes, que usa gasoil y que tiene un consumo medio en carretera de entre 4,8 y 5 litros a los 100 (en ciudad en torno a 5,8 litros) cuando un Golf GTI nuevo no baja de 6,6 litros a los 100 y sí puede circular por las ZBE.

Todavía recuerdo cuando en Madrid hicieron la M-30 para que los desplazamientos fueran más cómodos y para descongestionar el tráfico del interior de la ciudad, o eso pensaba yo. Ahora me pregunto si ese era el motivo o solo querían vender más vehículos, igual que ahora me pregunto si pretenden que dejemos de usar nuestros vehículos de combustión para reducir la contaminación o es solo una excusa para vendernos unos eléctricos “no contaminantes” al módico precio de unos 40 000 euros o, peor aún, para que los pobres no podamos tener coche y poder controlarnos mejor. Todo ello por no mencionar que cuando nos compremos un eléctrico, seguro que aparece otra tecnología mejor y puede que entonces decidan que ya no podemos usar los eléctricos y otra vez a esquilmar a los pobres.

Recuerdo los meses de confinamiento de 2020 como un punto de inflexión en mi percepción del mundo. Todos teníamos miedo al principio, pero, según iba pasando el tiempo, muchos nos íbamos dando cuenta de lo ilógico de la situación. Las normas cambiantes, la prohibición de salir a la calle, el establecimiento de una hora para pasear o hacer deporte para que saliera todo quisqui a la vez cuando lo lógico hubiera sido todo lo contrario, la obligatoriedad de llevar un bozal aunque uno estuviera en el medio del campo o en una calle vacía (mientras estando sentado en un bar se lo podía uno quitar porque el virus era muy selectivo), el mantra de que solo saldríamos de aquello con la llegada de una vacuna sin explorar otros tratamientos cuando cualquiera que piense un poco sabe que el desarrollo de una vacuna requiere de un largo período de tiempo (10 años mínimo) para poder asegurar que es segura a medio y largo plazo, la insistencia en vacunar a toda la población o los ilógicos toques de queda y otras restricciones sin fundamento que nos hicieron creer que eran por nuestro bien.

Todo lo anterior me hizo despertar de la matrix en la que vivía. Después de tres años ha quedado más que demostrado que muchas de aquellas normas no solo no fueron eficaces, sino que fueron ilegales y contraproducentes, tanto para nuestra salud como para nuestra economía. Pues bien, en mi opinión, aquello fue tan solo un experimento para ver el nivel de adoctrinamiento, por no decir de aborregamiento, de la población. Aquello fue solo un ensayo, una prueba para introducir otros grandes cambios como las ciudades de 15 minutos o la red C40, entre cuyos principales financiadores se encuentran Bloomberg o la fundación Soros. La red C40 se publicita con muy buenas palabras, al igual que la agenda 2030. C40 está compuesta por más de cien alcaldes de ciudades de todo el mundo entre las que se encuentran Madrid y Barcelona que se han comprometido para enfrentar la crisis climática, pero, en mi opinión, el objetivo de la financiación no es mejorar la vida de las personas, sino implantar un totalitarismo en el que uno de los objetivos es la reducción del vehículo privado, eso sí, solo para los pobres que nos moveremos andando, en bicicleta eléctrica o en patinete. Esta es la mejor forma de vigilarnos, así como la implantación de cámaras de entrada y salida de los barrios, cámaras que ya se han instalado en los accesos a la M30 para, supuestamente, controlar la etiqueta de los vehículos que circulan por ella. Ojalá me equivoque, pero como ya he dicho, creo que estas acciones se implementan para tener la opción de poder decretar confinamientos con cualquier excusa, como la del tan mencionado, en palabras del gran Fernando López Mirones, Cambio Climático Acojonante. Cambios climáticos ha habido siempre porque el clima de la tierra es cambiante por diversos factores. Sin embargo, la influencia del hombre en ese cambio climático es más que cuestionable.

Si después de mi reflexión piensan ustedes que me equivoco, no se preocupen, sigan viendo la caja tonta en la que una y otra vez les harán ver las bondades de lo que en ese momento quieran hacernos tragar, no importa que sea una pandemia, las ciudades de 15 minutos, la necesidad de dejar de usar dinero en efectivo para imponer la moneda digital con la que poder controlar lo que compramos, donde lo compramos o cuándo lo compramos; el cambio climático antropogénico, la necesidad de un Gobierno mundial, la necesidad de un tratado internacional de pandemias liderado por la OMS (organización privada con fondos privados que nadie ha votado) o la imperiosa necesidad de las ZBE sin dar opción a modificar un vehículo sin etiqueta a vehículo con combustible no contaminante como el GNC o GLP. En Alemania, por poner un ejemplo, se puede hacer esta modificación y seguir circulando con él. Sin embargo, si bien en España también es posible, ni se ofrecen ayudas para la transformación ni se conseguiría la tan ansiada etiqueta ECO para poder seguir circulando lo que me hace pensar que la prohibición no tiene nada que ver con la contaminación, sino más bien con la venta de coches o, como he dicho antes, con que los pobres no podamos tener coche para que nos puedan controlar mejor.

Quizás, solo quizás, el haber pisado tanto el acelerador en la implantación de medidas restrictivas aprovechando la pandemia haya hecho que gente común y corriente como yo, haya optado por informarse por medios alternativos y quizás, solo quizás, ese sea el motivo por el que hayan proliferado las empresas que censuran esos medios alternativos que, curiosamente, financian las mismas élites que censuran cualquier opinión que contradiga el relato oficial, incluso si esa opinión viene de grandes expertos e, incluso, de premios Nobel, aunque visto el último premio Nobel de fisiología y medicina que ha sido otorgado a dos personas con un importante conflicto de intereses con la industria farmacéutica, hasta estos premios están ya en entredicho. El siglo de las comunicaciones y las redes sociales, en el que existen más medios de comunicación, puede convertirse en el que la población sea la menos informada de la historia porque solo puede haber una verdad, la verdad oficial.

¡Bienvenidos al nuevo feudalismo del siglo XXI!

Lo + leído