Ciro, es un joven de la generación Z. Como todos sus coetáneos de lugar y clase social, nacido y criado entre algodones, está acostumbrado a tener todo aquello que desea. Creció entre profesores dónde el inglés era el idioma en el que tenía que seguir muchas de sus clases. Desde la guardería al Instituto y por tanto, lo habla con fluidez, aunque, a veces, no sepa definir algo en su idioma nativo, el castellano.
Educado a base de pasar horas en el colegio, extraescolares deportivas y curriculares porque sus progenitores trabajaban los dos, su vida diaria entre los cuatro y los dieciséis años consistía en colegio, extraescolar, deberes, algún día, esporádico la Play, baño, cena y a dormir. Nada de parque los días de diario ni juegos sociales que eran escasos salvo en el recreo y poco más. Acostumbrado al móvil desde los doce años, cuando le compraron un modelo que ya por entonces valía lo que a su abuelo le pareció una barbaridad, es capaz de prestar atención a la pantalla pero no a lo que sucede a su alrededor.
Obdulio también es un joven de la generación Z. También ha sido criado entre algodones aunque nunca tuvo más caprichos que los que pudo pagarse por sí mismo. Jamás le faltó que comer aunque, durante toda su infancia, estuviera harto de la dieta de los macarrones, las patatas y la carne procesada. Poca fruta, algún que otro lácteo y siempre en la parroquia a la que su madre le obligaba a asistir porque le daban de merendar todos los días gratis. Nunca fue a la guardería. Su vida estudiantil siempre se estuvo marcada por lo público cien por cien. Primero el colegio al que sólo iban los pobres como él y todos aquellos marginados de su barrio que no podían acceder ni al bilingüe, ni al concertado ni al privado. Luego el Instituto. Y al final la universidad dónde ha podido llegar gracias a que se tiraba los veranos trabajando para pagarse la matrícula. También le presta demasiada atención al móvil aunque es capaz de ver más allá de la pantalla y de los videos de TikTok.
Tristán nació un año antes del fin del milenio. También es, por tanto, un joven de la generación Z. Hijo único. Sus padres son autónomos (tienen una carnicería). Educado siempre en colegios privados, desde la guardería a la universidad, dónde estuvo dos años tirando el dinero hasta que su padre descubrió que no iba a clase y que se pasaba el día fumando marihuana en los jardines del campus a cuarenta y cinco mil euros el curso. Nunca le faltó un juguete, consola o aparato de moda. Y móvil desde que hizo la primera comunión en una ceremonia que más parecía una boda que otra cosa. Después de estar un año tirado a la bartola, tras la universidad fallida, hizo un módulo de FP grado medio, y con los contactos del padre, consiguió un trabajo en una empresa de transporte internacional de perecederos. Tiene un salario de mil quinientos euros mes y ha conseguido que sus progenitores le dejen uno de los pisos que poseen para poder emanciparse. Él, es uno esos españoles de bien que dicen querer a la patria, que están en contra del divorcio, del aborto y que, aunque no ha pisado nunca una iglesia ni por asomo, ni jamás asistió a una corrida de toros, cree que se deben mantener las subvenciones a estos eventos aunque, por principio, está en contra de los impuestos y de que el estado todo lo fiscalice. De jueves a domingo, vive con su novio en el piso que le dejaron sus padres y es muy habitual que cuando vuelven de farra, vengan perjudicados. Tiene un perro al que quiere mucho pero al que sólo saca a pasear tres minutos dos o tres veces al día. Sin horario establecido, a cualquier hora del día o de la noche, dependiendo de turnos o del estado de la farra. Su mayor sueño es heredar los cinco pisos del padre y con el traspaso de la carnicería comprar otro y vivir de las rentas. El lo llama vivir del mérito y el esfuerzo.
Ciro es compañero de trabajo de Tristán. Aunque él tiene el módulo superior de FP y por tanto, no tiene turnos, trabaja de lunes a viernes y vive con sus padres porque con los mil quinientos (en realidad ambos están contratados como administrativos) no puede pagarse el alquiler, que en su barrio, no baja de los ochocientos euros por pisos que se caen a cachos, ni mantener los gastos que conllevaría la independencia. Está ahorrando para poder dar una entrada pero, a sus veinticinco años, y al paso que va, tendrá casi cuarenta cuando lo logre. No le interesa la política. Se pasa su tiempo libre entre el gimnasio, el TikTok, YouTube (cada vez menos por los anuncios) y la lectura. Es afín a Netflix, Prime Video, Disney y Apple TV y no ve la tele generalista, ni de refilón.
Obdulio por su parte lleva trabajando toda su vida. Desde los dieciséis aprovecha los veranos para sacarse unos miles de euros con los que pagarse la matrícula. Acabó biología y ahora trabaja para una ONG. Igual anilla aves que se va a Altamar a poner balizas a las ballenas, que a la Antártida a contar pingüinos. Es un ecologista comprometido. Vive con su novia en una caravana en medio del bosque, aunque realmente, como viajan tanto, están siempre de aquí para allá. También saben lo que es el TikTok, Netflix o Prime Video aunque él es más de pasar el rato con los amigos. No se han planteado comprar piso porque sumando el salario de ambos no son capaces de llegar a los dos mil quinientos euros y ningún banco les financiaría la casa sin una entrada de la que no disponen. Se niegan a pagar mil euros de alquiler por una casa que apenas van a pisar.
Obdulio y su novia están preocupados tanto por el cambio climático, como por la situación internacional actual. Saben perfectamente que en caso de guerra ellos serán carne de cañón. A Ciro ni se le pasa por la cabeza que pueda haber una guerra porque siempre habrá “alguien” que en el último momento lo pare todo. Y a Tristán no sólo no le preocupa, sino que es de los que cree que hay que bombardear Rusia cuanto antes. ¿Ir a la guerra? Él ni se lo plantea, porque él es de los de arriba.
Pobrecito.
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El futuro no existe
«La juventud de hoy ama el lujo. Es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros».
Sócrates, año 359 A.C.
Parece que la «mala fama» de los jóvenes es atemporal y eterna. Este no quiere ser un artículo más contra una juventud que parece perdida porque, todos hemos sido jóvenes, todos nos hemos creído que nuestros mayores eran de otros tiempos y todos hemos acabado haciéndonos mayores y por tanto, asumiendo que los jóvenes de hoy en día andan perdidos.
Lo que es indudable es que hoy por hoy, los jóvenes tienen un camino por recorrer no sé si el más problemático de la historia, pero si un camino lleno de «monstruos». Hemos pasado de un salario «moda» en España en 1980 de 2.100 euros al año a los aproximadamente 14.400 del 2021 (fuente: ine.es), y de los 60 euros el m² de vivienda medio en España de 1980 a los 2.098 € m² de 2024. Esto supone que en 1980 tenías que dedicar el salario íntegro de 2,29 años para comprar una casa de 80 m². Y que hoy tengas que dejar la totalidad del salario durante 11,66 años (eso si eres hombre, porque el salario moda de las mujeres es cuatro mil euros inferior) para el mismo fin.
En un país dónde 6 de cada 10 viviendas se compran sin hipoteca (al contado), es decir, para especular, dónde el crédito bancario sólo se da a aquellos que pueden avalar con bienes en importe superior al que se pide y dónde el alquiler se ha vuelto prohibitivo porque este es un país que los romanos en lugar de «tierra de conejos» deberían haber llamado tierra de bandidos, y todo el mundo quiere hacerse rico en un día y prefiere alquilar por horas a borrachos ingleses que a paisanos que necesitan un hogar dónde residir, ser joven es como estar en una montaña rusa en la que no sólo no ves el fin, sino que además sabes que, al menos cinco de cada diez vagones, van a acabar estampados contra el suelo.
Así los datos de salud mental son escalofriantes entre nuestros jóvenes. Casi un 60 % afirma haber tenido algún tipo de problema mental (en 2017 no llegaba al 30 %). Uno de cada tres afirma haber consumido algún psicofármaco y la mitad de ellos confirman que es bajo prescripción médica. Y lo que es más aterrador, casi el 50 % ha pensado alguna vez en el suicidio como solución.
Sigamos llenando España de chiringuitos, de turistas de medio pelo. Sigamos educando y gastando dinero público en formar especialistas que tienen que irse a ganar la vida fuera del país porque como se ve, todo va fenomenal. A la mayoría de los chavales se la sopla todo porque no ven futuro. ¿Cómo van a luchar por la sanidad pública si ellos tienen una salud de hierro? ¿Cómo van a luchar por las pensiones si el tiempo más lejano que pueden plantearse es el concierto del mes que viene o el festival del verano? ¿Cómo van a luchar por los derechos laborales si el paro juvenil afecta a 1 de cada 3 jóvenes (el 28,36 % en 2023)?
Y para colmo, ahora todos los anormales que dirigen el mundo occidental están empeñados en arruinarles la vida con una guerra.
Aquella famosa frase de John Derek en la película «Llamad a cualquier puerta», dirigida por Nicholas Ray en 1949 de «Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver» se hace hoy más oportuna que nunca.
Salud, república y más escuelas.