De este modo se pronuncia Kurt en El corazón de las tinieblas, de Joseph, Conrad. Las palabras no han perdido actualidad, ya que en cualquier momento podrían lanzarse de nuevo en diferentes países donde se mantiene todavía la dominación colonial. Lo característico de nuestro tiempo es que ya no es necesario que haya colonias físicas ni reales, ni tampoco que exista una dominación manifiesta.
Ahora, todo esto se oculta en mil subterfugios, ofreciendo noticias falsas por doquier para no reconocer los hechos, que están sucediendo. No hace falta hacer una lista de lugares y de personas para poner en evidencia las realidades que chorrean todavía sangre. Sigue triunfando lo peor de nosotros los humanos, sin que sea posible realzar cualidades hermosas, que también tenemos, pero lo que se impone es la maldad y el horror.
En este instante nos ocupa el premio a la mejor imagen del año, concedido a la fotógrafa Amber Bracken por su “Escuela Residencial Kamloops”. No hay personas en la fotografía, sino restos de doscientos quince niños indígenas en una fosa común, que se encontraron el año pasado. Murieron en la Escuela Residencial India Kamloops, en Canadá. Con esto pretendían destruir la cultura indígena para mirar solo al presente y al futuro. El pasado no interesa para nuestro foco. ¿Para qué remover el dominio colonial, cuyo recuerdo solo produce odios? Se podría pensar que es precisamente para repararlo en lo que sea posible a fin de que desaparezcan tan malos vientos, preservando la cultura indígena.
Lo valioso es lo que se ha hecho posteriormente. Esa institución canadiense ha facilitado la interrelación de los jóvenes indígenas para proporcionarles un futuro de perdón y vida normal en las perspectivas que deseen. Es una intención loable con tal de que no se haga para borrar la memoria de quienes las escuelas residencias murieron cuatro mil cien alumnos, que están documentados. No podemos dejar que caiga en el olvido. Los sufrimientos por los que tuvieron que pasar debieron ser horrorosos hasta producirles la muerte, se resultaría el descanso merecido.
¿Qué pasó realmente? En Vancouver, entre 1863 y 1996, ciento cincuenta mil niños indígenas fueron separados de sus familias para pasarlos a escuelas internados, donde serían ‘educados’. Los sometieron a abusos físicos y psíquicos aterradores y también a atropellos sexuales. Cayeron en enfermedades graves, principalmente la malnutrición, hasta que murieron. Lo que les esperaba después eran fosas comunes, que los acogieran.
Reflexionar sobre todo esto resulta hoy desgarrador. No nos encontramos en el siglo XVI, cuando llegaron los europeos (también españoles) para la conquista. Es que la situación duró hasta finales del siglo XX. Pánico produce pensarlo. Se trata de un sistema escolar católico, que proclama el amor a Dios y al prójimo. Había niños incluso menores de tres años. Uno de los capítulos más oscuros y vergonzosos del país, prácticamente un genocidio cultural. La escuela estaba dirigida por hermanas católicas, que actuaban con tal celo y rigidez para producir miedo, consiguiendo que no se le ocurriera moverse a nadie, sometiendo todo a normas estrictas con castigos contundentes. ¿Qué pasaba en el interior de las puertas cerradas? Ahora está saliendo a la luz.
¿Sólo ocurrió esto en Kamloops? No hay que ser muy perspicaz para deducir que también sucedería en otras muchas escuelas. El trauma generacional puede continuar todavía en los supervivientes. Mientras que entre nosotros hay muchos empeñados en eliminar la memoria histórica, por ser propaganda de izquierda, dicen. No vaya a ser que me pillen a mí o a cualquiera de mis familiares. En estas escuelas obligaban a los niños indígenas a conocer las tradiciones culturales de los colonialistas europeos para que las fueran asimilando forzosamente. Se trataba de establecer una cultura única, una religión única y un estilo de vida único. Así se lograría un país que no tuviera indígenas. Por eso había que erradicarlo todo de una sola vez.
Es necesario que la historia juzgue todo esto sin que haya grupos poderosos que lo impidan. No se puede pasar página ante semejantes barbaridades.
Los prejuicios tópicos de una civilización, que se cree la mejor, es capaz de borrar ideales religiosos con los que ha nacido. Sin duda creerían que castigar a los indígenas se hacía por su bien y los dirigentes estaban obligados a esto. La intolerancia es el peor enemigo de la humanidad. A quien le habían educado en estas perspectivas únicas, nadie le va a convencer de lo contrario. Esto es lo que hacía grandes a aquellas personas, que habían sido educadas en líneas de violencia para que después la aplicaran, igualmente, a los demás.
Qué mal entendieron aquellas palabras evangélicas: “No he venido a traer la paz, sino la espada”. Las interpretaron literalmente, empleando el recurso a la espada no en defensa propia, sino para imponerse a los demás. No eran pacíficos y por eso no merecen ser bienaventurados. Se comportaron como verdugos de víctimas frágiles, a las que domesticaban a base de latigazos de todo tipo. No necesitaban amar a sus enemigos, sino dominarlos, haciéndolos esclavos. Qué ejemplo para la posteridad. Los perseguidores fueron, además, seguidos por muchos. Una vergüenza.