En 2022 hubo 1049 muertes de niños y niñas de entre 0 y 14 años por encima de las habituales en la semana 47 de 2022, 1083 en la semana 46, 1057 en la 45. Más de mil en cada una de las tres últimas semanas y sigue la línea ascendente.
Todo ello, cuando la mortalidad de este grupo de edad, en 2020, en plena pandemia, iba disminuyendo. Se refleja así la evidencia: el riesgo de padecer Covid grave y, mucho menos de morir por él, de niños y jóvenes era y es prácticamente inexistente.
La mortalidad en los primeros meses de 2021 seguía situándose por debajo de los esperado, hasta la aprobación de emergencia de la vacuna Pfizer en mayo de 2021 para el grupo de edad de 12 a 15 años. A partir de entonces, en la semana 36, empieza a incrementarse la mortalidad por encima de lo habitual, para continuar aumentando.
Estos miles y miles de niños y niñas sanos, llenos de vida, fueron inoculados tras una asfixiante campaña en la que se les hacía responsables de contagiar a los más mayores, se les animaba a ser solidarios y “salvar” así a sus abuelos y abuelas. Una monumental mentira propagada por los gobiernos, por el personal sanitario, por el profesorado; y los niños fueron vacunados. Pfizer confirmó ante el Parlamento Europeo lo que ya sabían las autoridades sanitarias desde el primer momento a través de la información sobre sus ensayos clínicos proporcionada a las Agencias del Medicamento: no se había evaluado si las personas vacunadas dejaban de contagiar.
Desde entonces, miles de niños y niñas están muriendo dejando consternados a sus familias, a sus amigos y amigas. Y todo ello bajo una losa de silencio mediático orquestado por gobiernos, agencias y medios de comunicación que están sobornados o son propiedad de los Fondos de Inversión, accionistas mayoritarios de las multinacionales farmacéuticas, que a su vez financian la OMS.
Y siguen muriendo en la Unión Europea, cada semana, más de un millar de niños y niñas perfectamente sanos, sin que ningún gobierno decrete la paralización de la vacunación hasta tanto se investigue su relación o no con las muertes. Además, en el Estado español, el Gobierno y las CC.AA., por si fuera poco, van a incluir la vacuna Covid en el calendario de vacunación general de la infancia.
Cada vez más voces se alzan, pero el silencio cómplice, cómplice de asesinato, no se rompe. La ministra de Sanidad llegaba el cinismo de decir hace pocos días, contestando en el Parlamento a una pregunta acerca de la sobremortalidad, que “no entra en las prioridades del Gobierno tomar medida alguna al respecto”. Hace un año, cuando empezó a denunciarse el injustificable exceso de muertes por el Observatorio de Monitorización de la Mortalidad del Instituto de Salud Carlos III, la misma ministra decía “a mí también me gustaría saber por qué sucede”. Y lleva un año callada, sin inmutarse.
Ellos saben por qué callan, pero nosotros y nosotras no podemos seguir haciéndolo.
También hay un escalofriante exceso de mortalidad en todas las edades, más de 30.000[1] personas en el Estado español en lo que va de año 2022, excepto en el grupo de 0 a 4 años que, aún, no ha recibido la vacuna. Pero hoy quiero enviar el grito de rabia a través de estas palabras por las vidas segadas de los niños y niñas a manos del crimen organizado.
Ni olvido, ni perdón. Algún día pagarán por ello.
Para contactar con el grupo estatal “Sobremortalidad: rompe el silencio” contactar aquí. www.rompelsilencio.es
Diciembre 2022
[1]https://momo.isciii.es/panel_momo/