Joaquín Leguina llevaba ya mucho tiempo arrastrándose por las tertulias de la derecha mediática, que lo usaba de una manera miserable y descarada, a modo de ariete, contra el partido del que una vez fue dirigente, para que arremetiera contra él, y por extensión contra la izquierda en general. Una dura y laboriosa tarea que el viejo Leguina, con casi 83 años, realizó y seguirá realizando, porque esa es su naturaleza, de una manera impecable, con un rencor, una furia y un encono indesmayable, tan convincente y contundente, que hace que sus empleadores se revuelquen de gusto en su charca mediática siempre a rebosar de barro y mierda.
Si existiera algún premio para esto, algo así como el “Premio Mayte a la bravura tertuliana”, ya se lo habrían dado en más de una ocasión. Leguina es un valor seguro, un primer espada indiscutible para las tertulias de la caverna mediática, donde reparte palos a siniestro, nunca a diestro, porque si se atreviera a hacer la más leve crítica a la derecha, aunque fuera cariñosamente y de pasada, le sacarían a la calle sin contemplaciones, como se saca a un borracho metepatas de una discoteca. Pero Leguina es un profesional, un experimentado y peleón gallo del gallinero de derechas. Un gallinero formado, naturalmente, por gente de bien y de orden, donde el eximio prócer se luce en su gran especialidad, que consiste en ver la más minúscula paja en la izquierda y nunca la viga en la derecha. Por eso sus empleadores, que lo sacan muy a menudo en sus nauseabundos programas para que lo dé todo, lo valoran como un tertuliano fuera de serie por su casi insuperable tono agrio, despectivo, vejatorio, hiriente y denigrante hacia su antiguo partido; y el alto grado de inquina, de ojeriza, de ensañamiento contra la izquierda marca de la casa, que emplea habitualmente. Una izquierda de la que no deja de abjurar ni un momento, de renegar ásperamente, con la feroz convicción, con la ardiente fe del converso.
Y esa furia de encastado búfalo cafre arrancándose desde lejos contra la izquierda de la que proviene y a la que embiste con todas sus fuerzas, enardece a toda la devota audiencia de la derecha, que le aplaude y le jalea a rabiar, sacando los pañuelos en masa para pedir las orejas y el rabo de Pedro Sánchez, mientras suena un pasodoble triunfal.
Cuanto más insulte, más despotrique contra su antiguo partido, cuanto más lo denigre y critique, más estima le tendrán, más le pasarán la mano por el lomo y le ovacionaran los demás tertulianos, los dueños y apoderados de las cadenas de televisión, y los dirigentes del PP madrileño, con la gran libertadora Ayuso a la cabeza, le premiarán con una recompensa acorde con sus grandes méritos. Y por fin, ya iba siendo hora, sus grandes, sus ímprobos, signifique lo que signifique eso, servicios al PP en general, y al de la Comunidad de Madrid en particular, han sido premiados con su nombramiento como nuevo Presidente del Consejo de la Cámara de Cuentas Regional. Un alto cargo muy a su medida, no hubiera aceptado otro menos importante, cuyo mandato es de seis años, y por el que va a cobrar un sueldo anual, una cantidad simbólica como puede verse, de 101.059 euros. Qué menos que esta alta función para alguien de su categoría, de su valía, de su inquebrantable lealtad, dignidad y alcurnia.
Este cargo le reviste de una dignidad que no tenía, porque hasta ahora solo era un arrimado, un ajeno, un convidado forastero, algo orillado en la mesa corrida de la caverna mediática; cuya valía solo se basaba en su condición de ferviente apóstata, renegado, traidor y desertor del PSOE, el partido con el que fue, años ha, presidente de la Comunidad de Madrid, cuando dicha Comunidad todavía no era un cortijo escriturado a nombre de la derecha madrileña. Leguina se ha ganado el respeto y la consideración del PP madrileño por su capacidad, su talento, qué duda cabe, para poner a caldo, para abalanzarse navaja en mano contra su antiguo partido. Más de una vez he tenido ocasión de verlo sentado en la mesa de la sulfurosa tertulia, con los ojos deslumbrados, abrasados por la nueva fe conservadora, aunque es muy probable que, visto lo visto, no haya tenido en todo su vida otra clase de fe que ésa. Solo hay que verlo esperando atento, como un águila ratonera, a la menor indicación del presentador de la tertulia, para lanzarse en un escalofriante picado contra la yugular de Sánchez, o de cualquier miembro de su gobierno de coalición. O de quien sea menester, siempre que sea de izquierdas, claro está, porque lo mismo le da arrancar los menudillos con certeros picotazos a un dirigente del PSOE, que a uno de SUMAR o PODEMOS, aunque no oculta su predilección por Sánchez, al que no hace falta que le azuzen mucho para lanzarse de cabeza y con las garras abiertas contra él, a sacarle las asaduras.
Pero esos duros y voluntariosos tiempos de meritorio del ex dirigente del PSOE, acogido como un hijo pródigo por la derecha, quedaron atrás. Don Joaquin ya ha mudado completamente la piel, y ahora es un alto representante, un dignatario, un preboste, un homologado señorón del PP con el correspondiente sello en la paletilla, y todos los certificados que lo acreditan como un laureado general dentro del partido. Un partido que se ha rendido a sus méritos, otorgándole el brillo, el lustre y el esplendor que no tenía, y que se ha ganado con creces. Sus tiempos de esforzado autoestopista poniendo el dedo al coche oficial de turno del PP para ganarse el favor del cargo que lo ocupaba, por la vía de echar pestes contra su propio partido; sus tiempos de meritorio, a tanto el insulto, a tanto la palada de mierda al partido del que todavía era militante, han pasado a la historia. Ahora es un excelentísimo señor, un alto cargo del PP de la Comunidad de Madrid con todas las de la ley. Para hacerle justicia, deberían llevarlo a presidir cada junta del Consejo de la Cámara de Cuentas en una silla gestatoria y, naturalmente, cada vez que apareciera en público, debería estar precedido de una breve pero contundente fanfarria.
Juan Lobato, secretario general del partido socialista de la Comunidad de Madrid, dice de él: “no sé si tiene las ganas, el ánimo, el conocimiento y la experiencia para encargarse de fiscalizar las cuentas” El mismo Leguina confiesa que no sabe lo que tendrá que hacer en su nuevo destino, aunque esa ignorancia no le ha impedido aceptar el cargo con su correspondiente sueldecillo. ¿Y qué más da todo eso?, tampoco la Ayuso tiene las ganas, ni el ánimo, sobra decir que su único afán es ser presidenta del gobierno de España, lo demás, la gestión eficiente y honrada, los servicios públicos, el bien común y todas esas milongas, le dan totalmente igual, ni, por supuesto, la Ayuso tiene el conocimiento ni la experiencia, ni la capacidad para encargarse de presidir la Comunidad de Madrid, ni siquiera estaría capacitada para presidir una comunidad de vecinos, pero ahí está. Como Leguina y como tantos otros, por otra parte.
En el 2022 se le suspendió de militancia a Leguina. Preguntado al interesado por esto, se limitó a decir: “Me la suda. El culpable de todo es Sánchez”. Unas sabias y elegantes, amén de acertadas y comedidas, palabras que indicaban su perfecta sintonía con las consignas de la derecha, de la que ya formaba, y forma, parte indisoluble, hasta que la muerte los separe. Naturalmente que el culpable de todo es Sánchez, ¿quién si no?. Es una frase básica, puro fondo de armario, de primero de antisanchismo.
Un año antes suspendieron de militancia a Nicolás Redondo, otro personaje aquejado de oreja a rabo por una febril querencia hacia la derecha, por pedir, como el patriota Leguina, encarecidamente el voto para la entonces candidata Isabel Díaz Ayuso, de la que dijeron, con un par, que era, entre otras cosas: “el pilar fundamental del desarrollo de la región”. De la región más bien no, pero que su cargo de presidenta ha sido el pilar fundamental para su propio progreso económico, de eso no hay ninguna duda. Un progreso meteórico que ha sido, sin duda alguna, fruto del trabajo duro, aptitud, actitud, esfuerzo y talento, pura meritocracia, ese valor que tanto reivindica. Y ese esfuerzo, y no digamos talento, ha sido recompensado con pisos de lujo, coches de lujo y alguna otra quincalla, chucherías, qué menos. A ver si aprenden los pobres, esos vagos que además son unos manirrotos, unos despilfarradores, y así pasa, que no levantan cabeza.
Desde su alto cargo del que, como decíamos antes, ha reconocido que no tiene ni idea, que no lo conoce ni por el forro, ni falta que le hace, el señor Leguina no desaprovechará su gran experiencia de azote de rojos al por mayor y al detall, de látigo de la izquierda, que ha ido acumulando a lo largo de tantos años. Y seguirá arremetiendo con su gran casta y su acreditada bravura contra la izquierda y en particular contra ese sanchismo que está hundiendo a España. Y dan fe de ese hundimiento total, de esa ruina absoluta, de ese desastre, de esa quiebra total, las cifras récord de personas trabajando, y las constantes subidas de los beneficios empresariales. Las continuas subidas de la Bolsa y otros síntomas inequívocos de que España está siendo devorada por la ruina, por culpa del tiránico gobierno socialcomunista, liberticida, bolivariano, chavista, terrorista, ahora también apoderado de Hamás...etc. presidido por el maligno Pedro Sánchez, oficial de primera anticristo, adjunto de otro Pedro, Pedro Botero, en las calderas del infierno.
Leguina nunca reconocerá, faltaría más, la buena marcha de la economía y el empleo, la paz social que tenemos, logros éstos en gran parte, le guste o no, gracias a la gestión del gobierno de Sánchez. Pero aunque este país estuviera a la altura de Austria, de Suiza o Noruega, Leguina seguiría acudiendo a las tertulias con su gesto de estar oliendo permanentemente a mierda, y criticaría agriamente toda política, toda gestión, toda ideología que no sea la suya. No cambiaría un ápice de su gesto de hondo fastidio, de profundo disgusto; no cambiará nunca esa cara de hastío, como si le debiéramos algo, instalada con carácter permanente en su cara de encargado de tienda de ultramarinos o de revisor de la RENFE, de cuando los trenes iban a vapor.
Su fanatismo, su intolerancia, su extremismo le impedirá conceder una tregua al adversario político que, haga lo que haga, siempre lo hará mal, siempre se equivocará en todo. Leguina, como muchos otros políticos de la derecha está instalado en la permanente crispación, en la confrontación, en la provocación, en el insulto, en el altercado y el vocerío, en no dejar de atizar una permanente bronca de bar, como la que el PP está llevando a cabo en el parlamento. Leguina, como tantos otros de su cuerda, es una personificación de la degradación, de la miseria humana.
No tengo yo cabeza, si la tuviera podría optar al Nobel de Medicina, como Ramón y Cajal, “cualquiera de los dos”, que diría un amigo, para exponer de forma rigurosamente científica ese síndrome que aqueja a Leguina, Redondo, Corcuera, Felipe González y algunos y algunas más, que tiene algunas similitudes con el síndrome de Estocolmo. Un síndrome que también se caracteriza por una compleja reacción psicológica, con sentimientos de empatía, de rechazo o negación de sus defectos, comprensión e identificación hacia su otrora adversario político. Un sentimiento que pasa de la crítica, de la reprobación y la recriminación, al sincero afecto, a la amistad cuando no, como ha ocurrido en muchos casos, como éste que nos ocupa, al amor total, llegando a adoptar, a hacer suyos, todos y cada uno de los postulados, ideas, creencias y valores del antiguo adversario, que ya es su amigo del alma. Este síndrome, que no es otra cosa que el conjunto de síntomas característicos de una enfermedad, aqueja, como decimos, a muchos ex dirigentes del Partido Socialista Obrero Español, y también algunos del PCE, como el gran Ramón Tamames.
Por desgracia, de este muy interesante síndrome solo puedo aportar algunas intuiciones, vislumbres, atisbos, fogonazos. De él solo puedo decir que constituye una especie de gen que se activa en algún momento de las vidas de algunos viejos políticos, y no tan viejos, aunque lo más habitual es que se dé en individuos más bien entrados en años. Unos seres que el paso del tiempo les ha ido convenciendo de la necesidad de abandonar sus metas, sus sueños, sus ilusiones y esperanzas de progreso que alguna vez albergaron, y dejarse llevar por los cantos de sirenas de las derechas que les llamaban con sus seductoras voces a atracar en sus costas, y quedarse allí a vivir tan ricamente sentados en cómodos sillones de consejos de administración de grandes empresas, o lucirse en alguna presidencia de lo que sea, eso sí, siempre y cuando el sueldo anual supere las tres cifras. Qué menos que levantar cien mil euros al mes, y algunos sobresueldos más por acudir a tertulias, congresos, presentaciones y otros eventos.
En estos individuos que alguna vez se llamaron de izquierdas, como Tamames, Felipe González, Redondo, Corcuera, Rosa Díaz…. y otras calamidades que ha sufrido la sufrida izquierda, como el propio Leguina, que es el que ahora nos ocupa, en algún momento de su constante reproducción celular, hubo un gen que, obedeciendo las reglas de su ADN, dio la orden de abjurar de la izquierda a la que habían pertenecido hasta entonces, y cambiar Conciencia por Egoísmo, Bien Común por Bien Privado, Compartir por Atesorar, Cooperar por Competir, Respetar por Depredar, Equidad por Meritocracia, Igualdad por Jerarquía, Justicia por Orden, Apoyo al más débil por ley del más fuerte…. Y por ahí, todo seguido.