Acaso ser consecuente no esté de moda o infravalorado, tal vez cumplir con lo prometido se nos muestre a día de hoy como una superflua medalla dorada en una sociedad donde los héroes fueron a por tabaco y no volvieron por falta de alas.
Pepe Mujica se va, se fue, deja de manera definitiva la política y también deja constancia de que sí se puede ser consecuente en las más altas esferas. El expresidente uruguayo cruza el asfalto y va sembrando esperanzas nuevas pese a su punto y final en la política de su país. Mujica rodeado de gatos y perros en su austera vivienda observa el cielo a sus 80 años y ve pasar palomas que ansían paz; ahora que no es tendencia cumplir lo prometido Mujica asegura que sí se puede si se quiere.
Un hombre austero y pelo alborotado que mientras toma té sentencia: “la mayor parte de la gente que componen las Naciones no viven como viven los presidentes”, aclarando con esto que ser político debiera ser un ejemplo a seguir, con sobriedad, un político tiene el deber de estar al lado de la gente, en los boliches, en las calles, escuchando los problemas de la gente cara a cara, intentando mejorar la sociedad que le ha otorgado el poder.
Años antes de ser Presidente de Uruguay, Mujica estuvo encarcelado durante catorce años por haber luchado por lo que creía, por el bien social. Torturado durante años, menospreciado, abatido... Llegó el tiempo en que Pepe resurgió de sus cenizas y se hizo fuerte en sí mismo, en sus compromisos vitales. Como sucede con los grandes hombres de la Historia, no bajó en ningún momento la cabeza pese a los seis balazos que recibió en su momento.
Ahora Mujica se va. La política mundial queda huérfana de coherencia. Abandona por motivos de vejez y a causa de la pandemia (esta última circunstancia hace que él no pueda estar de allá para acá, a ras de calle, escuchando las preocupaciones de sus conciudadanos). Pero el legado de Mujica es el legado de un hombre que insistió en llevar a cabo lo que pensaba mediante actos sobrios, el mediante el ejemplo, la adherencia y la humildad.
Hace unos días se despidió de sus colegas con una firme declamación, palabras de un hombre que sufrió por sus ideas, ya sólo esto es memorable en los tiempos que corren. Manifestó cual testamento trascendental:
“En mi jardín hace décadas que no cultivo el odio, porque aprendí una dura lección que me impuso la vida: que el odio termina estupidizando”.