El Rey está haciendo su aparición en el televisor para el mensaje de Navidad. Nadie hace ni puñetero caso de lo que dice, salvo el abuelo. El abuelo oye mal, así que acerca su silla hasta el televisor, tan cerca que, al sentarse, casi lo toca con la nariz.
No es que sea monárquico, el abuelo. Tampoco fue franquista, pero se acostumbró a escuchar los mensajes navideños y ahora, cuando ya le quedan pocos por oír, como él dice, no quiere perdérselo.
De la cocina sale un aroma agradable a ternasco cada vez que abren la puerta que comunica con el comedor y que él manda cerrar para que el griterío no le impida oír al Monarca.
- Papá te pones pesadito. Si no va a decir nada nuevo. Y, además, sólo va a decir lo que el gobierno le ha dicho que tiene que decir, que así funciona esto- dice el hijo.
- ¡”Chist”, silencio! Callaos de una vez- brama el abuelo que aún tiene fuelle en estas ocasiones y saca el genio de antaño.
El Rey mira a la cámara y el abuelo siente que le habla a él directamente como si se conocieran de toda la vida y fuera uno más de los invitados de esta Nochebuena. Tan metido está en la pantalla que acaba entablando conversación con él.
- Mamá, el abuelo está hablando con el Rey- dice Margarita, la nieta un poco acusica y marisabidilla.- y dice palabras feas, de esas que no dejas que repitamos ¿te las digo?
- Ni se te ocurra, tú a callar. Ya lo oigo. El abuelo es mayor y no entiende muy bien cómo funciona esto de la televisión. Si quiere hablar, que hable- contesta la mamá a la niña y luego, alzando la voz, desde la cocina- Papá no des esas voces que te van a oír los vecinos, por favor.
- Chist…Que me dejéis oír. Chitón- Repite el abuelo y sigue su conversación con el Monarca, sin hacer ni caso a su hija.
En la cocina su hijo está cortando jamón con cuidado, finísimo, como les gusta a todos, menos al abuelo, claro, que se enfada porque él quiere una buena “chulla” y no esas lonchitas para engañar el hambre, mariconadas. El yerno va dando vueltas y pica de todos los platos en lugar de hacer algo. Se acerca hasta el jamón y se pone a hablar de política mientras va cogiendo jamón a tal velocidad que deja el plato casi vacío. El cortador retira algo el plato para que no lo alcance.
- Que no hombre que no, que los de Podemos no van a hacer nada más que dar por saco, panda de pelmas arrogantes- dice el yerno gritando un poco y agarra otros dos trocitos de jamón en un descuido.
- ¿Es mejor la Susanita, no? O los de la Gestora que lo pactan todo con Rajoy, con nocturnidad, a escondidas. Un petardo en el trasero les ponía yo a todos – contesta el hijo indignado mientras le da una palmada en la mano a su cuñado para que deje ya de coger jamón, y, en un aparte, le dice a su hermana que controle a su marido o la van a tener.
- Venga a la mesa- dice con brío la hija y anfitriona decidida a que esta noche haya algo de paz, mientras lleva casi en volandas una gran fuente de langostinos porque los niños quieren agarrarlos antes de tiempo.
Abren la puerta de golpe y el abuelo vuelve a pedir silencio porque el Rey aún no ha terminado y él tampoco de decir improperios y tacos. En ese preciso momento lo estaba mandando a freír churros y nadie sabe por qué, porque nadie ha escuchado nada.
El bullicio que se forma es tremendo: los niños arrastran las sillas, el yerno va a coger un langostino y tira una copa que se hace añicos… La anfitriona, desencajada al ver mermada su mejor cristalería, se tiene que morder la lengua porque ha sido su maridito del alma, así que se limita a recoger los cristalitos mientras su cuñada, ya algo piripi, pone cara como de satisfacción mientras la ayuda.
El abuelo, ya fuera de sí porque el estrapalucio le está impidiendo oír bien la despedida, sube el volumen tanto que el Rey parece haber enloquecido al bramar en las cuatro lenguas dando las buenas noches…La hija se abalanza sobre el mando a distancia para bajar la voz, estira el mantel y acaba derramando la botella de vino tinto sobre la fuente de los langostinos. El guirigay es espectacular…
El abuelo, ajeno al desastre, se levanta, lleva la silla hasta la cabecera de la mesa y les informa:
- Nada, no os habéis perdido nada. Lo de todos los años. Todo va bien. En España siempre va todo bien. ¡A cenar!
Y así se hace.