Haymitos que no resisten el paso del tiempo, mitos construidos con el barro delpoder que se derrumban como un edificio sin cimientos.
En lanovela de Ramón J. Sender, “Carolux Rex”, se narra la historia de Carlos II el Hehizadoy cuando su falta descendencia precipita el fin de la rama española de losHasburgo, las grandes familias de la época discuten que casa real imponer enEspaña, que finalmente serían los Borbones. Más de trescientos años después losBorbones siguen en el poder y algunas de esas familias continúan siendopoderosas o privilegiadas.
LosBorbones siempre vuelven, parece ser una de las dicotomías de la historia deEspaña contemplando las sucesivas restauraciones borbónicas. A pesar de todoslos desastres, de que el apellido Borbón va unido a la decadencia española, deque las sucesivas testas coronadas han practicado desde la corrupción al crimende estado, de su unión y defensa de las élites privilegiadas, de un sistema devida palaciego, de la connivencia con el nazismo y el fascismo, ahí siguen.
Laúltima restauración borbónica en la figura de Juan Carlos no tenía buena pinta:designado por el dictador y sin ninguna legitimidad democrática, parecía quecualquier sociedad razonable, sin necesidad de ser revolucionaria, terminaríapor librarse de un sistema tan anacrónico. Y entonces se hizo el milagro, JuanCarlos, con el supuesto aval de la Constitución del 78, se convirtió no solo endemócrata, sino en el gran conseguidor de la democracia, ratificado con trajemilitar en el intento de golpe de estado del 23-F, suceso tapado en parte porla franquista ley de secretos oficiales. Para todo ello se inventó eljuancarlismo, un relato único y homogeneizador, donde durante un tiempo, sihabía que contar un chiste sobre la monarquía, debía hacerse sobre la reina deInglaterra. Así se creo un personaje por encima del bien y del mal,irreprochable, neutral, que evitaba luchas “fratricidas”, asimilable a las monarquías más “modernas”,comparable a un Haakon VII de Noruega, sino fuese porque este combatió elnazismo, mientras nuestro campechano nunca se desprendió del traje totalitario.Si no era culto a la personalidad se le parecía mucho. El juancarlismo sirviócomo banderín de enganche con frases tan absurdas como: yo soy republicano perojuancarlista. Demócratas, progresistas, izquierdistas, intelectuales varios yhasta comunistas, se apuntaban al juancarlismo sin ningún pudor; un espacio bajo el sol de la monarquíamerecía la pena para ellos. Si como dijo el recientemente fallecido JulioAnguita, la transición fue una estafa, el juancarlismo fue el truco del tocomocho.
La progresiva caída en desgracia del emérito, sus problemaspenales y sus prácticas palaciegas y corruptas, no son un hecho meramente individual,sino una marca de la institución y el régimen que lo sustenta. El bloquehistórico del poder se ha perpetuado con el apellido Borbón, privilegiando alas élites dominantes.
Si elcuñado se tuvo que comer un marrón para mostrar ejemplaridad, ahora es alpatriarca al que le toca hacerse el hara kiri; los regímenes autoritariossuelen perpetuarse en el poder sacrificando algunos elementos, dejar caer unaficha para que no se caiga el tablero. Pues lo que se pone en cuestión va másallá de unos meros delitos, son lamuestra de un marco jurídico-político enprofunda decadencia e involución.
Aún con los problemas que está teniendo en eltramo final de su vida, Juan Carlos Borbón estará orgulloso, pues ha hechohonor a su apellido: ha borboneado.