Se ha hablado mucho por parte de los psicólogos, los filósofos, poetas y literatos, y otros estudiosos de la conducta humana del poder del amor, esa fuerza tan intensa, parecida a la gravedad, que nos une, pero más generosa, ya que quiere el bien para el objeto de su afecto, no solo unirse a él. Incluso en los casos más puros aunque ésta condición no se dé.
Es capaz de cosas tremendas ese poder, del autosacrificio incluso, traspasando los primeros condicionamientos que son la autopreservación y el egoísmo, o el amor propio de querer procurarse a si mismo lo mejor. Es sin duda la fuerza por excelencia que mantiene la vida y el universo en armonía y le hace evolucionar hacia un mayor perfeccionamiento en todos sus órdenes y sistemas. Portador de felicidad y de paz, es lo más cercano a la divinidad, y de ella fluye.
Pero además del poder del amor, que es humilde y altruista, solidario y compasivo, está su contrario que es el amor al poder. No porque sea negativo en sí mismo el afán de querer tener mejores capacidades de actuación, sino porque normalmente, convierte a los demás y a todo en un medio para conseguir sus fines.
El camino del poder, debe de ir acompañado de un afán de servir de la mejor manera que uno pueda, con sus mejores talentos, ya que de esta manera será más eficaz y brindará a los demás sus mejores frutos. No obstante, esto no siembre es posible y a veces, las circunstancias de la vida hacen que uno tenga que representar papeles que no le encajan del todo. Se viste de labrador, cuando debería ser pescador, y viceversa, pero eso no le quita el mérito a la labor si se hace con buena actitud y dedicación generosa.
Ocurre también que hay personas, y entre ellos encontramos a personajes muy eminentes que han intentado superar sus complejos proyectando una mejor imagen de si mismos al mundo, y esto no está mal siempre que se sea consciente y se controle a la parte en sombra que queda oculta por el brillo. El dicho: “Si quieres saber cómo es fulanillo, dale un carguillo” se concreta en que la persona cuando tiene poder comete todo tipo de abusos, tropelías y desconsideraciones. A veces se le echa la culpa al dinero de todos los males, cuando éste es un bien neutro, una fuerza, o una energía, y es más bien la falta de control, la ignorancia, la banalidad y la codicia del ser humano el que se corrompe por no saber que la paz y la seguridad que ansía, y a veces el placer, se consiguen de otra manera que no es comprándolos.
El amor al poder es tan antiguo como el hombre, y ha propiciado guerras y traiciones, pero en algunos momentos también progreso, ya que puede ser un factor de desarrollo y evolución bien controlado y canalizado.
Lo ideal sería que se unieran el poder del amor con el amor al poder, en una mágica alianza de deseo y altruismo, de querer para uno y para los demás. La sociedad está viviendo momentos de esperanza propiciado por la ciencia y la tecnología, pero también hay movimientos sociales e ideologías peligrosas. Ante el cierto caos creado por la libertad y el liberalismo, hay inclinaciones totalitarias que en algunas partes del mundo son más que eso, y se manifiestan como la forma de gobierno imperante que la gente que está sometida a ellas lamentablemente acepta, porque a veces como decía ese político francés: prefieren la injusticia al desorden, pero esto es trágico, parece mentira que no podamos mantener una estabilidad sin fanatismos.
El poder de amor lucha por abrirse paso, poco a poco, a veces también en grandes oleadas, aunque después venga el reflujo de esa fuerza. Hay que construir una bandera a esta emoción y actitud, a esta norma de vida, a este principio ético que ha de flamear en todo el mundo si queremos tener un futuro esperanzador y un presente feliz.