Los americanos que van por delante en tantas cosas,disponen de “ Ross, el primer abogado robot que litiga usando la inteligenciaartificial” noticia que nos ha llegado en este mes de mayo del 2020, paraaliviar a los juristas de la pandemia social asfisiante que alcanza inevitablemente a toda laAdministración de Justicia. Voces autorizadas como la de Manuel Atienza, filósofo del derecho, reflexiona sobreel impacto de la tecnología y la inteligencia artificial en la aplicación delderecho entendiendo que el trabajo delos abogados y jueces está a punto decambiar. Ya está cambiando desde hace algún tiempo. Los que empezamos a ejercerhace medio siglo hemos sido testigos de una evolución no siempre positiva, peroevolución al fin, hacia nuevas formas de entender las profesiones forensesaprovechando los avances de la técnica puesta al servicio de derecho en generaly de los procesos judiciales en particular.
Pertenezcoal grupo de juristas que cuestionan algunos avances, porque estamos llegando ademandas y sentencias enlatadas, que inundan ya el panorama presente, contemores fundados sobre los peligros que encierra. Adoptar patrones mal llamadosinteligentes, porque no están en condiciones de razonar, ya está produciendoresultados nocivos.
Enuno de los asuntos judiciales en los que he intervenido, con sentencia de 2019,su único fundamento jurídico de dos páginas esta copiado íntegramente deinternet, y cuando se denunció el defecto en el oportuno recurso de apelación,la Sala entendió que no era grave y carecía de efectos procesales, aunque nofuera muy loable. Faltaría más. Pero precisamente no van por ahí lasnecesidades actuales de ese tan importante sector de nuestra sociedad.
Y ¡claro que está a punto de cambiar el trabajo de los abogados y jueces! y de losprocuradores, de los fiscales y de todo el personal judicial. Lo que tenemosque preguntarnos es si ese cambio irá parejo a la atención de las necesidadesde presente, que todos conocemos, dudándose por muchos, que sea la medicina queel momento requiere. Si pasamos por nuestra mente la película del ciudadano quepide Justicia, tratando con un ordenador que va a resolver su problema, lonormal es que transporte a un mundo ficción que no toca, ni quiere tocar. Los que tienen “sed de justicia” aunque alfinal se queden con ella, quiere tener su abogado revestido con su toga, queexpone sus razones ante un juez que escucha atentamente sus tribulaciones, y enel que tiene puestas sus esperanzas. El abogado y el juez realizan laimportante función social de atender sicológica y emocionalmente a los miles, alos millones de personas que precisan una razonable respuesta a sus conflictosy problemas que van progresivamente en aumento en esta complicada sociedad enla que nos ha tocado vivir.
Lasentencia, que etimológicamente procede de sentir, de pensar, de razonar quedaríadesnaturalizada en su raíz, porque allí nadie ha pensado ni razonado más alláde hacer una búsqueda en la red, que seguramente tiene bien enlatada yalmacenada, y que a lo mejor es la justa respuesta a una demanda formulario. Ysobre esos cimientos puede construirse un edificio incapaz de asumir lasexigencias sociales más elementales en materia de Administración de Justicia.
Yde cara al abogado no sabemos lo que pensará el cliente que quiere hablar de sucaso particular, de exponer sus razones y motivos, de hablar y ser atendidoprimariamente, buscando antes que nada una respuesta cercana a suentendimiento, cuando que se le ponga delante de un robot, que dará su fríarespuesta con un cero de atención.
Vamosa seguir atentos a los avances de la inteligencia artificial, y de sus robotsque pueden constituir un buen asistente del abogado, pero si se llega a pensarque lo puedan desplazar mínimamente, es lo peor que le podía pasar a una de lasmás antiguas y necesarias profesiones que la sociedad demanda.