Los resultados de las elecciones en Cataluña son un baño de realidad para los adalides de la ensoñación de la independencia,y una bofetada para la derecha españolista y su estrategia de calentar la confrontación estirando el chicle de su oposición radical, visceral, a las medidas de gracia impulsadas por el Gobierno. Los votos de la ciudadanía catalana confirman ambas cosas: el fin de la vía unilateral para obtener la independencia, el <<procés>>; y que los indultos y la amnistía han sido el antídoto necesario para que en Cataluña vuelva a reinar el principio de realidad. Realidad expresada en la necesidad de volver a hacer política centrada en los problemas que afectan a las personas (vivienda, transporte, sanidad, educación, sequía, trabajo, etc.), en lugar de seguir embarcados en un proceso ilusorio que ha reducido el peso económico de Cataluña, y ha supuesto la pérdida de la imagen de sociedad moderna y abierta al cambio y al diálogo con el diferente.
Eso no significa que el anhelo independentista haya dejado de existir para una parte de los catalanes —cada vez menor según los resultados de las sucesivas elecciones—; pero sí reflejan el hartazgo de la mayoría social con un proceso que ha abierto brechas de radicalidad desconocidas en la sociedad catalana, y ha enfrentado a amigos y familias como nunca se había visto. Una vez más es la ciudadanía la que reclama cordura a sus dirigentes políticos. Exigencia que ha descolocado a las formaciones independentistas que no esperaban la contundencia del varapalo que les deja, por primera vez,sin mayoría en el Parlamento catalán.
En ERC aún se preguntan el porqué de su fracaso que está en haber privilegiado la demanda obsesiva de un referéndum, pactado, frente a la gestión de los problemas cotidianos que padecen los catalanes. Al menos los republicanos han aceptado la derrota, y buscan reformular su proyecto y un líder que lo encarne. Reflexión que no ha hecho Puigdemont, líder mesiánico del conglomerado de la derecha catalana que es Junts, qué, cómo todo mesías, se siente capaz de voltear los resultados. Ilusión que se desvanecerá en cuanto se dé de bruces con la realidad de los números. Fracaso que dejará a su organización destartalada y sin líder, si Puigdemont cumple su palabra de dejar la política si no es Presidente. No hacerlo le convertiría en el hazmerreír de toda España, Europa y sus huestes.
También se ha quedado sin discurso el PP, a pesar del triunfo pírrico que suponen los quince diputados, que no alteran su papel de actor irrelevante en la política catalana. Y menos si Feijóo continúa con el mantra de que el <<procés>> no ha muerto, porque <<es Sánchez quién lo mantiene vivo>>, que completa con otro de aurora boreal: <<Pedro Sánchez hará a Puigdemont presidente de la Generalitat>>. Discurso que confirma lo perdido que anda al mantener inamovible su estrategia de enfrentamiento total, sin atender a lo expresado por los catalanes en las urnas. Así, Feijóo se instala, de hoz y coz, en la soledad melancólica del que ya nos sabe qué hacer ni qué decir para acabar con su némesis que, encima, sale reforzado por los resultados obtenidos por el PSOE en Cataluña.
Mientras ERCno resuelva si quiere girar su estrategia hacía políticas más de izquierda, más sociales; mientras Junts esté a expensas de que su mesías Puigdemont acepte la imposibilidad de ser Presidente; y con un PP que no pinta nada para la gobernabilidad de Cataluña, ninguno está en condiciones de ir a nuevas elecciones de las que, previsiblemente, saldría aún más reforzado el anhelo de moderación y el principio de realidad. Por eso, Illa tiene todas las papeletas para ser Presidente de la Generalitat, bien con un gobierno de coalición o con un pacto de legislatura con ERC y los Comunes. Es cuestión de tiempo.