Le duele mucho la cabeza. Lleva días durmiendo a medio gas, entre desagradables pesadillas y un eterno duermevela que le produce la preocupación porque no deja de darle vueltas al asunto. Y luego el ruido. Ese ruido atronador de unas infernales obras que, echando la vista atrás, parece que no acaban nunca.
Todo cambia de la noche a la mañana. De repente toda tu vida desparece y te cae encima un angosto y oscuro laberinto que te deja desorientado, desvalido y noqueado. Hoy eres inmensamente feliz, haces planes de futuro, crees que la vida te sonríe y mañana no tienes futuro, ni presente y el ayer se aleja un siglo atrás en un minuto.
Recuerda como si hubieran pasado un par de lustros como Cotidio, su padre, le contaba, a la menor ocasión, esas repetidas historias que narraban las hazañas de unos pobres labriegos llagados al Madrid de chabolas, ratas y barro y de aquel trabajo en Fundiciones Madrileñas. De como el sindicato vertical les animaba a obedecer y a advertirles que la política llevaba directamente al despido, la lista negra y una plaza en una celda de Carabanchel. Todo ante la hartura y la impotencia de ver como sus compañeros morían abrasados por cientos de kilos incandescentes de aluminio, sin que la empresa aportara ninguna medida para garantizar su seguridad y ni siquiera respetaba los horarios pactados en el contrato de trabajo. De como, Cecilio y Abilio, compañeros y miembros del clandestino Partido Comunista, habían formado una comisión, subrepticia también, para informar a otros trabajadores de que esas condiciones de trabajo no podían perdurar y de cómo organizarse fuera del sindicato vertical que representaba al patrón en lugar de a los trabajadores, era esencial para forzar al empresario a tomar medidas. Estos otros, hablaban con otros y estos con otros hasta conseguir una mayoría que había finalizado en aquella huelga del 71, silenciada por el régimen. Como consecuencia, muchos palos por parte de la policía y la detención del algunos de los compañeros, entre ellos el propio Cotidio. Pero consiguieron que instalaran un puente sobre la caldera de forma que fuera imposible el vertido accidental del aluminio líquido sobre los que manejaban la cubeta.
Recuerda, con pena, que unos días antes de que todo se rompiera, Cotidio tomaba el tibio sol de diciembre en la galería, mientras disfrutaba con las eternas peleas acústicas de los operarios, y observaba plácidamente el radical cambio que estaba tomando el barrio.
Un barrio, remodelado a base de esfuerzo y gracias a esa ventana que se abrió en la legislatura en la que el PP pasó a ser oposición, con subvenciones del 90 % porque los vecinos no podían permitirse reparar unas viviendas que desde el primer día y como consecuencia de la especulación y del nulo control que las autoridades franquistas ejercían sobre los constructores, habían presentado problemas de cimentación y de grietas por el uso de materiales de mala calidad y el escaso cemento utilizado.
Y todo se truncó en una semana. Primero se fue su padre, de pronto y sin decir nada, mientras dormía. Y dos días después del entierro, su madre. Quizá los sesenta años juntos les había unido ta firmemente que no pudo seguir viviendo y se murió de pena. Tampoco había dado muestras, más allá de su eterno silencio después del ictus. Estaba bien por la mañana, y a media tarde se quedó dormida para siempre. Y entre el papeleo de la herencia, la pena por la muerte, y el disgusto de tener que pagar los cuatro mil euros del 10 % de las obras, Luzdivina que no tenía entonces trabajo, recién separada y sin otra preocupación que el cuidado de sus progenitores a los que había dedicado los últimos diez años de su vida, no supo que también el Ayuntamiento saca tajada de la desgracia y que, aunque en Madrid no existe impuesto de sucesiones porque así los que de verdad tienen dinero pueden evitar tener que pagar al fisco, si existe el impuesto de Incremento de Patrimonio, más conocido como plusvalía, que además de gravar la venta de un inmueble, carga la herencia del mismo, aplicando un porcentaje que el los tribunales han considerado abusivo e ilegal y que, quién no tiene medios, ni recursos para emprender acciones judiciales, acaba pagando y con más cuantía de lo que le corresponde.
Salvo Luzdivina, que como es lógico no conocía ese impuesto y cuando se enteró de que lo debía, los cuatro mil doscientos setenta euros de la plusvalía por la muerte de su padre y otros cuatro mil doscientos setenta por la de su madre, se habían convertido en cinco mil trescientos por cada uno.
Ahora, a pesar de haber intentado explicar en al menos tres recursos, que no puede pagar esa cantidad y que está dispuesta a dedicar unos 200 euros de los ochocientos que cobra para saldar la deuda, no duerme porque hace tres días, cuando volvió del trabajo, se encontró con una notificación de provisión de embargo del Ayuntamiento en la que le dicen que ya debe más de dieciséis mil euros (de los ocho mil del principio) y que de no pagarlos en un plazo de diez días desde la recepción de la notificación, le pueden embargar la casa.
Para esto, no estuvo mi padre tres meses en Carabanchel piensa Luzdivina. No es normal que los ricos se vayan de rositas y que tú, sin vender tu casa y siendo el único techo que tienes, tengas que pagar un aumento ficticio del valor.
Lo peor es que ni siquiera ve claridad al final de este túnel que le ha sobrevenido.
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“El país de Don Quijote, gracias a la monarquía de los Borbones, se ha convertido en el asno de Sancho Panza: glotón, cobarde, servil, incapaz de ninguna idea que exista más allá de los bordes de su pesebre” Vicente Blasco Ibáñez (29-1-1867 ·· 28-1-1928)
El topo
Leía la noticia de que, este lunes, deberían estar siendo juzgados el todopoderoso expresidente de Francia, Nicolás Sarkozi, su abogado Thierry Herzog y el antiguo abogado general ante el Tribunal del Supremo, Gilbert Azibert por los delitos de corrupción, pasiva y activa, y por tráfico de influencias. Mientras leía el artículo, lo enlazaba con esta otra noticia de que la UDEF ve una «relación directa» entre la caja “b” del PP y el caso Kitchen y me encabronaba pensando que aquí, ni M.Rajoy, ni “J.M.” (¿Aznar?), ni toda la banda de altos cargos peperos que figuraban en los papeles de Bárcenas, pasarán nunca por el banquillo del Supremo porque aquí, como en cualquier país bananero del África Tropical o de la América hispana los jueces no parecen estar por la labor constitucional de administrar esa justicia que emana del pueblo de una forma independiente y ecuánime, sino de forma interesada y parcial. Para muestra de los distintos raseros empleados por la justicia del país de los conejos, tenemos esta última aparecida la semana pasada en la que el Tribunal Supremo archivaba la querella contra el mangurrián del apellido inglés dirigente de la formación del Moco Verde por decir que las 13 Rosas “torturaban, asesinaban y violaban". Uno de los argumentos ha sido «la falta de legitimación activa de los querellantes a ejercer acción penal por estos delitos, pues esta se extingue con el fallecimiento del ofendido». Si embargo no hace mucho un Juzgado de Leganés condenaba a Echenique y a Del Olmo, ambos dirigentes de Podemos por un delito de ofensas contra una persona que ya había fallecido, a la que ambos ni siquiera habían nombrado, cuando habían recordado la acusación que su compañera de formación, candidata en el 2019 al Congreso por Ávila, había cargado contra su novio por violación en unos hechos sucedidos en 1985 en los que la candidata resultó condenada a 30 años por complicidad en la muerte de su pareja. El hecho de la violación no pudo ser probado durante el juicio.
La sensación que nos queda es que lo que hacen los fascistas nunca es delito, mientras que lo que hacen los “enemigos del régimen” si, aunque ni siquiera nombraran al muerto.
Y es que España nunca ha dejado de ser un país de instituciones absolutistas con una sociedad mojigata, falsa, cobarde y servil y un sentido chauvinista que para sí quisieran los franceses. Desde preferir a un mastuerzo como Fernando VII frente a un ilustrado como José Bonaparte, hasta loar con alabanzas las presuntas corruptelas del demérito a quién, a pesar de los escándalos económicos conocidos a través de la prensa extranjera, siguen justificando, como hacía el otro día el «descamisao» hermanísimo del listeras Juan Guerra, en Salvados, insistiendo y muy enfadado con Gonzo, cuando le decía “¡Pero es que usted está dando por hecho una cosa todavía en absoluto demostrada!”, cuando el periodista (con mayúsculas) le preguntaba si en los presuntos actos de corrupción del Emérito había fallado Juan Carlos o la monarquía. Y todo esto a pesar de las numerosas informaciones sobre pagos, comisiones y cacerías y de los precedentes del “gusto por lo ajeno” de Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII.
Y eso que últimamente leo, asombrado, como algunos intelectuales de esa izquierda que siempre ha sido poco combativa y muy benévola con el Régimen, están empezando a dudar del principal causante de este franquismo 2.0 reconvertido en una democracia de pacotilla en la que hoy, como en 1975 siguen mandando los mismos, siguen haciendo negocios turbios los mismos y siguen librándose del peso de la ley los mismos. Y es que va siendo hora de que la gente se pare a pensar y deje de repetir los mismos mantras para idiotas que le dictan desde los medios, esos periodistas que en realidad son soldados de una guerra mediática y que no informan sino que intentan convencerte de que vives en el mejor estado del mundo con un nivel de vida envidiable y que si piensas por ti mismo van a venir los comunistas y te van a dejar sin nada.
La democracia no la trajo el demérito por la sencilla razón de que la situación de coyuntura mundial tras los combativos años 60 que habían confluido en aquel Mayo del 68, no era muy distinta en aquella España cerrada a cal y canto por el régimen criminal del general cobarde. Comisiones Obreras, había estado convocando huelgas que el régimen silenciaba y ocultaba desde principios de los sesenta (véase “El movimiento obrero durante el franquismo”). Incluso hubo una en Etxebarri (Vizcaya) que mantuvo el pulso con el estado franquista durante seis meses, entre el 30 de noviembre de 1966 y el 15 de mayo de 1967. Hay otro documento, “Evolución de la conflictividad laboral colectiva en el Franquismo y la Transición según los datos del Ministerio de Trabajo” en el que Francisco Gago Vaquero da un repaso aportando datos “oficiales” a los diferentes conflictos laborales, la mayor parte de ellos por motivos políticos desde el año 1962.
Por otra parte, la Primavera de Praga y la posterior invasión de la URSS sobre Checoslovaquia, habían incrementado las tensiones de la «Guerra Fría». Los Estados Unidos de América comenzaron a fraguar estrategias geopolíticas para parar a los rusos. Los malos resultados bélicos de la guerra del Vietnam, que como consecuencia del desgaste económico y de los miles de soldados muertos había convertido en pacifistas a una buena parte de la sociedad norteamericana, inclinaron la balanza hacia las estrategias sibilinas de los golpes de estado (como en Chile en 1973) o los complots políticos a través de la CIApara realizar cambios políticos favorables a sus intereses.
Con esta situación coyuntural, el Franquismo no podía perdurar tras la muerte del eunuco sátrapa. Los informes de la Agencia Central americana sabían que el Partido Comunista de España, en la clandestinidad, tenía mucha actividad y que en torno a esas siglas giraba la mayor parte de la resistencia al régimen franquista. El PSOE en 1970 sólo eran unas siglas. Un partido vacío. Los “históricos” que aún se consideraban miembros de las siglas, estaban controlados por la policía (que le pregunten a Octavio Granados cómo trataban a su padre, propietario de la Librería Granados en Burgos, cuando Paca la Culona visitaba esa ciudad). A quién temía el régimen era a los Comunistas, la mayor parte de ellos clandestinos. Por eso, no podían permitir que tras la muerte del dictador estallara una revolución que lleva pendiente en este país más de doscientos años. Y no podían permitírselo por miedo a que la URSS entrara de lleno en el conflicto y España acabara mostrándose contraria a la dominación USA que ya contaba con las bases que controlaban la entrada y salida del Mediterráneo. Así las cosas, y una vez resuelto el escollo de Carrero Blanco, sólo les quedaba introducir un topo dentro de ese partido descompuesto para que, una vez muerto el dictador, asegurara la influencia norteamericana y calmara los ánimos de revancha alimentados durante 40 años de tratos vejatorios, torturas, asesinatos, fusilamientos y encarcelamientos.
Si uno lee sobre el Congreso de Suresnes en 1974 donde González se hace con el poder, le chirrían varias cosas. La primera es que los nuevos socialistas son los que convocan el Congreso con la oposición del Secretario General Rodolfo Llopis (en el Exilio). La segunda es que, para llegar a Francia, González y sus secuaces necesitaron el apoyo del Servicio Central de Presidencia del Gobierno (Arias Navarro) porque salen de España de forma legal y con pasaporte en regla (los más viejos recordarán que era casi imposible tener pasaporte en la España franquista). La tercera es que en la entrevista que Llopis mantiene en Suresnes con González, a Rodolfo le extraña sobremanera que ante la pregunta de cuál era su nombre de guerra, Felipe dijera que no tenía, que su nombre era real y ante la cara de incredulidad, fue Carmen Romero la que salió al quite diciendo “Isidoro, su nombre en la clandestinidad, es Isidoro”. Y por último, en el libro “La CIA en España” de Alfredo Grimaldos se cuenta como dos miembros del CESED (CNI) comienzan a establecer, en pleno franquismo, acercamientos con dirigentes “controlados” del PSOE en España y como en una de esas entrevistas González sacó un Cohíba y lo encendió. Los cohíbas sólo los fumaban los señoritos. Era algo que no les cuadraba. De esas entrevistas llegaron a la conclusión que el más combativo y líder ideológico era Pablo Castellano (que acabó luchando contra el topo) y el que mayor peso moral tenía era Nicolás Redondo. Sin embargo, el que se hizo con el poder fue González.
No hay que ser muy listo para llegar a la conclusión que la llamada transición sólo fue un pacto en el que González era un topo del franquismo. Un dirigente de laboratorio escogido para evitar que el PCE ganara las primeras elecciones del 78. Un tipo elegido para hacer ver que se hacía, sin que nada cambiara sustancialmente. Y esto lo ha demostrado con creces durante sus años de gobierno. Acabó con el marxismo dentro del PSOE, introdujo de lleno a España en la OTAN, reafirmó las alianzas con USA incrementando el poder americano para hacer dentro de las bases lo que quisieran, y sobre todo, como supuestamente confirma los papeles desclasificados de la CIA, continuó con la guerra sucia dentro del estado. Una guerra sucia que perpetuó las corruptelas y los grandes negocios públicos de los que ya los hacían con Franco.
Es fácil juzgar la historia más reciente desde la posteridad de los hechos. Los que vivimos la mal llamada transición nos lo creímos todo, porque teníamos necesidad de cambio y de libertad. Había mucho miedo. Por nuestra parte seguro, y por la parte del fascio franquista, también. Todas las agresiones con cadenas, todas las palizas y los, al menos 591 muertos provocados por el fascismo franquista, así lo demuestran. Lo que no debiéramos tolerar es que llegados a la situación actual sigan queriendo engañarnos con sus mentiras. Que salgan con esa superioridad que les da la pátina de impunidad, a decir que somos idiotas y que todo lo que tenemos es gracias a ellos. Y que nos callemos. No debiéramos tolerar que toda esta gente pase a la historia sin haber pagado por todo lo que nos han hecho. Desde los GAL, a los miles de millones en corrupción, desde una generación completa perdida por las drogas, a las puertas giratorias. Desde convertirnos en esclavos de la miseria laboral, hasta el latrocinio de las comisiones bancarias o del recibo eléctrico. Desde la liviandad del trato impositivo a las grandes fortunas, hasta la rotundidad con la que se trata al pobre e incauto ciudadano. Desde el golpe de estado ficticio del 81 a este “salvemos la corona” de ahora en la que pretenden volver a metérnosla doblada.
Claro que es fácil echarle la culpa a los políticos para quitarte presión propia sobre actitudes incívicas, insolidarias, serviles, cobardes y egoístas ejercidas todos los días porque “a mí nadie me dice lo que tengo o no tengo que hacer” o porque “mi pesebre, mi culo, mi ombligo, mi casa, mis derechos, mi, mi ,mi, mi, …”.
No hay mayor desgracia para una sociedad que los pecados de una sociedad descritos por un escritor como Blasco Ibáñez hace un siglo, sigan vigente en la actualidad.
Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.