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Elogio de la soledad

21 de Abril de 2025
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La presencia de la ausencia. Soledad

La soledad no es inherente a la condición humana, aunque forme parte de la vida, cuando es escogida se disfruta porque es momentánea y temporal. Es cuestión de horas, días, todos la necesitamos en mayor o menor medida y suele ser productiva porque te conecta contigo mismo, con tus ilusiones, objetivos e ideales. La mente se resetea y se llena de energía. Además, hay momentos de nuestras vidas que merecen ser recordados en silencio para revivirlos con la debida intensidad, y esto es lo que nos hace ser profundamente humanos. La soledad impuesta, sin embargo, está lejos de ser natural porque las personas somos sociables por naturaleza, tampoco es bonita ni aporta nada más allá del sufrimiento y de la tristeza y lleva al que la padece a situaciones de aislamiento poco saludables, en especial a los más mayores.

La soledad “productiva”, por llamarla de alguna forma, es decir, la que te toca por estudios o por trabajo, sí que puede significar un gran crecimiento personal al encontrarte alejado de tu entorno habitual. Tus costumbres se ven transformadas al tiempo que tus amigos ya no son los de siempre, en consecuencia, las conversaciones cambian al mismo ritmo que tu pensamiento. La vida se ve desde otra perspectiva, una nueva que vas creando en base a tus nuevas vivencias y no a las de tu familia bajo cuyo prisma se conformó la primera aproximación a la vida. Y la soledad está más presente que nunca. Se echa de menos a la familia, a las mascotas, las ensoñaciones o añoranzas te hacen ver a tu gato rondándote o pasar corriendo delante de ti. Es entonces cuando haces llamadas telefónicas, estás al corriente de lo que sucede en tu país y recuerdas con gusto hasta lo que te disgustaba. Se magnifica aquello que has dejado atrás. Pero hay gente que está sola porque es mayor, tal vez muy mayor. Desde la perspectiva de la juventud y de la salud, la visión de la soledad es diferente porque en el horizonte se vislumbra un futuro lleno de color y música, viajes y familia, y un presente repleto de actividades que decides parar para poder reflexionar. Sí, hay que parar.

Si tienes la suerte de estar en una gran capital, la soledad se verá suavizada por esos templos que dan cobijo a las obras de los grandes maestros de la historia del arte: los museos. Vas un día, y otro, y al siguiente. Allí la compañía está asegurada desde la entrada. Te paseas por la tienda del museo, esas que se han convertido en auténticos comercios donde encontrar desde libros hasta vajillas o grabados. Pero lo mejor está en su interior, es un lujo poder ir cada día a observar un cuadro. Te sientas, lo analizas, ves a la gente pasar y te imaginas qué vida tendrán. Allí, sentada en cualquier sala, las diferentes lenguas se mezclan con las caras de admiración, sorpresa o indiferencia. Te fijas en la forma de vestir y hasta de mirar de los visitantes. Luego llega un guía que cuenta detalles y anécdotas. Observas al grupo, algunos están más interesados que otros. Se marchan y dan paso a otros que van solos o en pareja, algunos dan sus propias explicaciones al acompañante, es interesante compartir puntos de vista. Se acercan al lienzo o escultura hasta el límite permitido, y se van. Y llega más gente. Cada persona lleva su ritmo de visita. Al menos eso es lo deseable. En ocasiones hay grupos escolares, es una delicia ver cómo los más pequeños intentan descubrir lo que esconden las pinturas a través de los colores, paisajes y ropajes. A ellos hay que enseñarles lo más curioso y siempre intentar hacerles partícipes para que se sientan dentro de la escena.

El otro día leía que una señora mayor acudía cada día al museo porque es lo que hacía siempre con su marido, que ya no estaba. Era una forma de recordarlo, de tener su espíritu con ella. En los museos grandes nunca se está solo, por eso esta señora acudía allí. Y siempre se aprende algo nuevo, la curiosidad y las ganas de saber te mantienen vivo.

Para los que están de paso en esa ciudad, es una manera de tomarle el pulso al país que te acoge, ves el perfil del visitante, viajero, turista o local. Te tomas algo en el restaurante, algunos ofrecen incluso ciclos de música, puedo afirmar que  de todas las actividades solitarias, la más “social” es visitar un museo. Tampoco olvidemos que las grandes pinacotecas son inabarcables, hay que saborearlas a sorbitos como los buenos cócteles. Es una suerte poder acudir cada día a ver solo un cuadro.

Cuando uno está fuera del país, uno de los grandes placeres es también el de ir a desayunar fuera, a comprar la prensa y después darte una vuelta por un museo. Cualquier excusa es buena para iniciar un sábado solitario con el mejor ánimo. Con estas palabras he pretendido hacer un pequeño elogio de la soledad, que puede ser tan bella como la tristeza que a veces la acompaña. El recogimiento realizado de manera voluntaria es en esencia una forma de disfrutar de la vida. Visitemos museos y sigamos aprendiendo.

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