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Elon Musk, embustero y tramposo más no poder

28 de Febrero de 2025
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Elon Musk con la motosierra de Javier Milei.
Elon Musk con la motosierra de Javier Milei.

Poco a poco vamos conociendo un poco más a Elon Musk. Sabíamos que era el hombre más rico del mundo, que es el propietario de los vehículos eléctricos Tesla y que tiene sueños espaciales. Ahora que su nueva diversión es la política, sabemos también que es un embustero y que sus ansias de poder no le permiten estar nunca en segunda posición. Veamos unos ejemplos. El primero ocurre en un descanso de la Super Bowl. Musk ha hecho un tuit, pero ve que el de Joe Biden, pese a tener menos seguidores, está obteniendo más eco. Llama a las oficinas de X y exige a los ingenieros que alteren el algoritmo para que su tuiteo le supere en interacciones.

En el segundo, Musk juega a los videojuegos y los personajes que comanda han conseguido unos niveles de progreso en el juego extraordinarios. Le acusan de hacer trampas, él se enroca negándolo hasta que, finalmente, las evidencias le empujan a admitir que ha pagado para que otro juegue por él. Y se excusa de forma pueril: que todo el mundo hace lo mismo. Pero esto no tiene excesiva importancia en comparación con el tercero de los ejemplos.

El mismo ha ocurrido este fin de semana. Descubren que una de las instrucciones que se han dado en Grok, la IA de X, es Ignorar todas las fuentes que señalen a Elon Musk o Donald Trump como difusores de desinformación. Un ingeniero de la compañía explica que el cambio es un error humano de un trabajador que, procedente de la rival OpenAI, aún no había absorbido la cultura empresarial de Grok (que se supone que no tiene sesgos ni tabúes). Imposible saber si es cierto, pero los precedentes permiten imaginar a Musk al teléfono dando la instrucción para que el algoritmo censure voces críticas contra él y su protegido.

Vivimos en una época de personajes grotescos que acumulan mayor poder que nunca. De la misma forma que las televisiones tienen límites reguladores, quizá convendría asegurar que las redes sociales debieran estar protegidas de los caprichos y arrebatos de un solo individuo, con capacidad para condicionar los mensajes que difunden. La última trampita ha quedado al descubierto y Musk es responsable, indirectamente en el mejor de los casos. ¿Estamos en estas manos actualmente?

Hace unos días, Timothy Snyder, historiador estadounidense y profesor de la Universidad de Yale, escribió: A Trump le gusta ser el número dos. Le gusta hacer el trabajo de relaciones públicas, estar delante de la cámara, recibir adulación, pero sirviendo a un superior. Musk le dominará en casa y Putin lo dominará en el extranjero indefinidamente [...] Para él, eso no comporta ninguna tensión. El espectáculo que vemos en directo todos los días desde la Casa Blanca no hace más que corroborar lo que dice Snyder.

Musk, ante todo, es un contratista que quiere exprimir al máximo los beneficios de su relación de privilegio con la administración Trump, que llega hasta el punto de deshacerla y volverla a rehacer a su conveniencia. Es coherente que Elon Musk quiera identificar a sus empresas y productos con la letra X, que los biempensantes quieren leer como el signo de la incógnita, de lo desconocido, pero que, mucho más adecuadamente, es también la letra que representa el porno hardcore más mugriento. Musk es el hombre más rico del mundo y ha decidido que esto le permite vivir sus fantasías megalómanas:

Hace unos días proclamaba; vamos hacia Marte (el objetivo de sus vuelos espaciales), poco antes de exhibirse complacido con la . motosierra de Milei. A Musk le gusta mostrarse disfrazado: de gladiador, de rapero, de superhéroe, El sentido del humor ha vuelto a la Casa Blanca, dijo, como si estuviera en otra película. Le gustan las cámaras tanto como a Trump y quiere que el mundo entero vea cada día su cara, ya bastante hinchada de bótox pese a ser todavía relativamente joven. Musk aspira a tomar el relevo de Trump al frente del Partido Republicano. Cuando esto ocurra, Musk probablemente ya será otro espantajo con la piel de color naranja.

En medio de ese ambiente obsceno se cumplen tres años de la invasión rusa de Ucrania. Musk y Trump se presentan compasivos con el dolor de los ucranianos, que según Trump lo ha causado Zelenski y no Putin. De acuerdo con esta lógica de la ultraderecha, se proponen acabar la guerra por la vía expeditiva de declarar culpable al agredido y vencedor al agresor, que puede llevarse la parte de territorio conquistado y la que le apetezca añadir. Putin ejercerá su influjo sobre Trump en la agenda internacional, como Musk hace cada día. Europa, mientras, lo ve con impotente estupefacción, China con fría distancia, y el presidente indio, Narendra Modi, otro autócrata, con alineada avaricia. La diplomacia y el diálogo no parecen tener cabida en el nuevo orden mundial.

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