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Emanaciones del pueblo

01 de Julio de 2024
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Reza el Título VI de la Constitución del 78 que la justicia emana del pueblo y muchos sostienen que es el modo de que sea verdaderamente democrática. No se muy bien si el cambalache urdido entre el PSOE y el PP, partidos cuyos representantes en forma de diputados también emanan del pueblo, se puede calificar de democrático o más bien de chanchullo marrullero. Confieso que nunca he comprendido bien el concepto de "justicia democrática" y dudo mucho que ese ente abstracto y de variopintas inclinaciones dependiendo del gobernante de turno llamado "pueblo", sea justo y mucho menos sus emanaciones. Podrían preguntarle a la cabeza de uno de los más grandes químicos de la historia de la humanidad, Antoine Lavoisier, guillotinado por la justicia revolucionaria francesa en 1794 emanada sin duda del pueblo. O a cualquiera de los acusados en los juicios farsa organizados por Stalin en 1937 en un régimen que igualmente emanó del pueblo en 1917. Aristóteles conocía muy bien el modo en que algunos hombres, llamados desde entonces demagogos, provocaban las más tóxicas emanaciones populares, y entre ellas la peor de todas, la subordinación de la ley a sus caprichos y ocurrencias que eran inmediatamente atribuidas a un imperioso deseo del pueblo. Dicho de otro modo, las emanaciones del pueblo suelen ser las ideas de unos pocos y si son malas la justicia se constituye en uno de sus principales diques de contención. Por eso su dominio es esencial para los políticos (los malos políticos).

Decía Segismundo en "La vida es sueño" algo muy evidente y característico de los seres humanos: " A mí todo esto me causa enfado. Nada me parece justo en siendo contra mi gusto". En efecto y para completar el pensamiento es necesario añadir: " cuando falla a mi favor al juez aplaudo sin rubor". Las consecuencias de este modo de ser, tan humano, las sufrimos a diario a manos de una clase política como la actual que carece de cualquier escrúpulo para ejercer el cinismo y la hipocresía sin rubor alguno. Pedro Sánchez es únicamente el espécimen más elaborado de una casta política verdaderamente deplorable. Y no me refiero solo a la española. Es que no hay por donde mirar.

Tal vez el más pernicioso de todos los usos de ese  confuso concepto de pueblo lo ofreció el romanticismo alemán de la mano del filósofo Herder y que andando el tiempo produciría su propia emanación en forma de las tropelías y crímenes nazis. Hablo del inmutable espíritu de los pueblos, el " Volksgeist" ligado a la sangre y a la tierra y que al parecer daba lugar a una serie de manifestaciones culturales y a un destino específico en lo político que empaparon a casi todos los nacionalismos posteriores. Hitler, el mayor demagogo de todos los tiempos, salvando a Lenin, Pol Pot, Mussolini, Mao, Marat y un larguísimo etcétera, siempre hablaba en nombre de un pueblo al que en el fondo despreciaba por aborregado y sumiso. Aterrorizan los jueces nazis tan emanados ellos del pueblo.

A mí personalmente me ocurre algo similar a la reacción que tiene el suegro de Yuri Zhivago en la famosa película de David Lean. Cuando llegan a la finca de Varykino arranca la clausura donde dice algo así como" confiscado en nombre del pueblo"

mientras exclama iracundo: "yo también soy el pueblo". Si. Casi nunca estoy de acuerdo con los políticos que dicen hablar en el nombre del pueblo. Ello me lleva a temer que o no formo parte del pueblo y soy de origen extraterrestre cosa que considero poco probable o por el contrario me constituyo en una especie de marginado popular (no famoso sino de la tribu) Y no me olvido, no puedo hacerlo y mira que lo intento, de que fueron los jueces los que evitaron los intentos de ciertos líderes políticos que se proponían salvar al pueblo engañándolo, de imponer una vacunación obligatoria y declararon, demasiado tarde, el arbitrario confinamiento impuesto como ilegal. Pero más vale tarde que nunca. Extraordinarias todas las emanaciones populares que sufrimos en aquellos días.

No idealizo la justicia ni a los jueces. Son personas y por tanto corruptibles, falibles, generosos, malintencionados, compasivos o crueles. Tanto como cualquiera. Pero francamente me fío más de su preparación y su formación que de la de la mayor parte de los diputados que ocupan los escaños del Congreso elegidos por el pueblo y controlados por demagogos. Siento decirlo. Debe de ser que estoy en una edad muy mala. En cierto modo todas pueden serlo, pero la mía se caracteriza porque ya no te crees nada de nada pero no logras que todo te importe un comino. Por eso dicen mis hijos que gruño demasiado. Será así.

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