No lo sabemos. No tenemos ni idea de los cambios que se producirán cuando los bits sean sustituidos por los cúbits. Sabemos que muchos de esos cambios tendrán efectos disruptivos sobre de formación, pero es más difícil saber qué cambios se producirán en materia de empleo.
Los observatorios de empleo nos avisan de las profundas transformaciones que se producirán cuando muchos empleos actuales sean sustituidos por trabajo de las máquinas. Otros nos anuncian que está llegando una sociedad automatizada, en la que muchas tareas actuales serán desempeñadas por máquinas dotadas de movilidad y capaces de tomar decisiones por sí mismas.
Aparentemente nos libraremos de bastantes tareas mecánicas, que consumen mucho tiempo y nos dicen también que avanzaremos hacia un desempleo masivo. Será entonces cuando las propuestas de una renta básica universal se abran camino para asegurar que quienes pierdan sus empleos puedan acceder a unos ingresos básicos para su subsistencia.
Sabemos que cada revolución productiva anterior hizo perder puestos de trabajo, pero terminaron por aparecer otros muchos nuevos. Es algo que puede volver a pasar, pero nadie nos lo asegura con certeza, a causa del alto nivel tecnológico que estamos alcanzando.
El propio Carlos Marx hizo referencia a estudios que hablaban, hace ya más de 150 años, de un futuro próximo con fábricas completamente automatizadas. Lo podemos comprobar ya, en nuestros días, en muchas factorías modernas donde la producción, el empaquetamiento, el almacenaje, o la distribución son procesos totalmente automatizados.
Paralelamente otros autores ponen en correspondencia la automatización con un supuesto fin del trabajo. En los últimos años los cambios se han acelerado, la automatización gana terreno y la preocupación por el futuro del empleo aumenta.
La población, entre otras muchas amenazas, percibe que las nuevas tecnologías se convierten en un peligro para el futuro de sus empleos. Cientos de profesiones pueden sufrir los efectos y podemos dar por bueno que, cuando menos, las tareas que tienen baja cualificación y son repetitivas podrán verse afectadas, pero nadie debería descartar que tareas de media y alta cualificación puedan ser desempeñadas por máquinas.
La denominada Cuarta Revolución Industrial, o la Industria 4.0, se ha convertido en un mantra de éxito, desde que fue formulada hace décadas. Tras la primera revolución del vapor, la segunda de la electricidad y la tercera de la informática, los grandes foros económicos como el de Davos comienzan a dar por buena esta nueva realidad y le dan nombre.
Lo cierto es que durante años hemos venido asistiendo a la sustitución de personas por máquinas en los procesos de producción fordistas. Las máquinas han tomado su lugar en las cadenas de fabricación. Pero últimamente podemos ver cómo muchas tareas no rutinarias son automatizables. Las máquinas realizan minería de datos, las máquinas aprenden y nuevas tareas, más complejas, pueden ser realizadas por máquinas.
La tarea ahora consiste en formar a las personas capaces de controlar, corregir, supervisar y dar el visto bueno, autorizar muchos de los procesos que pueden ser realizados por una máquina. Personas capaces de realizar las reparaciones, introducir cambios en los algoritmos, comercializar las máquinas.
Una máquina puede hoy en día diagnosticar una enfermedad y hasta realizar una operación, pero tiene que haber un médico que tenga siempre la última palabra. La máquina puede avanzar riesgos y recomendar actuaciones, pero la persona debe siempre supervisar y autorizar las actuaciones pertinentes.
Muchas tareas, algunos dicen que hasta la mitad, podrán ser automatizadas totalmente, pero casi todos los empleos se verán afectados de una o de otra manera por procesos de digitalización. Surgirán nuevos empleos que requerirán nuevas cualificaciones y nuevos procesos formativos.
Si la formación era ya necesaria a lo largo de toda la vida, lo será aún más a partir de ahora. Pero eso puede significar que las desigualdades entre países y dentro de cada país aumenten. Más desigualdad conlleva más pérdidas de derechos.
Hablamos mucho de sostenibilidad y de energías limpias, pero nadie suele contarnos que fabricando y utilizando nuevas tecnologías generamos decenas de millones de toneladas de basura electrónica, que tan sólo en materiales recuperables supondrían unos 80.000 millones de dólares.
Es una cantidad tal de aparatos electrónicos que equivaldrían a 5.000 torres Eiffel, o el peso de todos los aviones jamás construidos. Basta tomar en cuenta que cada habitante de los más de 8.000 con los que cuenta el planeta tocamos a 7´3 kg de desechos.
La obsolescencia programada, es decir esa perversa tentación de los fabricantes de inutilizar sus equipos para que tengamos que renovarlos cada cierto tiempo hace que la energía necesaria sea cada vez mayor, mientras que los materiales extraídos de la Tierra son cada vez más escasos.
El panorama no es nada halagüeño. Faltará trabajo, faltarán materiales y el sueño de las energías renovables no saciará la sed de energía. Formativamente nuestras competencias digitales se encontrarán permanentemente en transformación.
Hay quienes dicen que llegaremos a Marte, no todos, claro. Hay quien augura grandes periodos y procesos de dinamismo mundial, de descomposición y recomposición inmediata y constante de nuestras sociedades. Pero hasta esos optimistas nos avisan de que todo dependerá del uso que demos a las nuevas tecnologías.
Podemos ponerlas al servicio de la opresión, las rutinas y la descualificación, o al servicio de la mejora de nuestras vidas. Convertirnos en máquinas o en ciborgs no parece la respuesta adecuada. No tenemos respuestas. Algunos confían en que sean las propias máquinas las que las encuentren.