De un tiempo hacia aquí, leo muchísimos post, artículos y presentaciones donde el liderazgo centrado en las personas se ha convertido en el hilo conductor.
Y me alegro de ello, después de años predicando en el desierto.
Personas como Xavier Marcet y Javier García, con sus conceptos del Management humanista o Jordi Alemany con sus píldoras sobre liderazgo y su libro Liderazgo Imperfecto se han convertido en referentes importantes que muchos empresarios, emprendedores, ejecutivos, directivos de todas las edades, de todos los sectores de la economía comparten, escuchan y leen. Pero por desgracia muchos de estos incondicionales seguidores se quedan a medio camino y solo hacen eso. Compartir, escuchar y leer.
Decía Peter Drucker que los planes tenían que convertirse en trabajo duro, o se quedarían en simples planes.
Y eso es lo que suele pasar en muchas empresas. Los hábitos, los conflictos internos, las envidias, los miedos y la propia cultura de la empresa son elementos que desalientan cualquier intento de implantar esos cambios que muchos empresarios leen en libros, en periódicos, en revistas o escuchan con avidez en conferencias. Si bien es cierto que el principal freno suele ser el propio gerente, también debo reconocer que algunos ejecutivos, directores y responsables de departamento no son los más interesados en promover esos cambios por miedo a perder el control y el poder del que han disfrutado.
Podíamos pensar que las nuevas generaciones de ejecutivos serían personas más preparadas, más abierta, más atrevidas a la hora de promover esos cambios.
Pero no. La mayoría no solo no lo hacen sino que están inmersos en una burbuja de teorías sin consistencia.
Las escuelas de negocios no fomentan la gestión humanista, ni las relaciones personales, ni los debates contradictorios, ni la discrepancia, ni la rebeldía, conceptos sobre los que he escrito últimamente.
Se está gestando una nueva generación de dirigentes incapaces de mantener una conversación de más de 15 min, sin que tenga que consultar su teléfono móvil. Una generación que tiene miedo a mirar a los ojos de su interlocutor. Una generación que no escucha para aprender, sino para contestar y defenderse. Una generación que se siente incomoda ante cualquier critica y que no entiende de empatía, más allá de sus propios egos, de sus propias ambiciones y de sus hojas de Excel.
De hecho, estamos creando empresas sin ánima, empresas excels.
Con cierta frecuencia descubro actitudes de “despotismo ilustrado” cuando me toca tratar con ejecutivos formados en esas altas escuelas de negocio. Unos jóvenes sobradamente preparados que viven con mucha incomodidad una critica o una opinión diferente que les obligaría a cuestionarse sus bases y salir de esas zonas de confort construidas a partir de los dogmas de la Business School de turno.
Nada, absolutamente nada les prepara para vivir la realidad humana de la empresa.
Con esta base es fácil entender porqué muchos de esos ejecutivos Excel que asumen puesto de responsabilidad acaban adquiriendo actitudes totalitarias.
Hace poco viví una experiencia desagradable, después de expresar una critica, constructiva sobre un tema publicado. La reacción de la nueva dirección, jóvenes ejecutivos vestidos de Armani, se asemejó más a un grupo de hooligans de un equipo de futbol que de responsables de empresa.
Preocupa ver como este prototipo de ejecutivo, acaba actuando de espaldas a todos aquellos modelos humanistas que aplauden con efusión, que comparten siguiendo la tendencia general, intentando obtener visibilidad cibernética aunque sean conscientes que nunca lo aplicarán.
Hay un aspecto que caracteriza estos ejecutivos Excel que viven en su burbuja. Cada día, acaban perdiendo el contacto con la realidad de un mercado formado por personas.
En ocasiones me encontré con directores comerciales que nunca habían visitado a los clientes, o directores de compras preferían recibir a sus proveedor en lugar de visitarlos.
Cuanto mayor es la empresa, menor es el contacto con la realidad. El Excel acaba aguantando todas las teorías, justificando todas las decisiones. Lo acaba aguanto todo, menos la realidad.
Los consejos de dirección suelen ser la hoguera de la vanidades, dónde cada uno barre para su casa, intentando justificar sus acciones y sus decisiones, buscando un culpable externo en lugar de exponerlas para compartir el análisis y aplicar las mejores soluciones. Se impone a menudo la ley del más fuerte.
Las guerras entre los diferentes departamentos no son más que la consecuencia directa de una mala comunicación interna. Con frecuencia, estos consejos se convierten en un intercambio de reproches entre esos departamentos. El corporativismo que se instala y acaba inevitablemente creando círculos de incompetencia que conducen al canibalismo empresarial.
Las decisiones ya no se toman pensando en como mejorar la empresa. Se toman para asegura el éxito del propio departamento dedicando horas a crear fantásticos Power Point para justificar sus cualidades en lugar de llevarlas a la practica.
Las empresas son el reflejo de sus dueño, de sus ceo’s y de la cultura que han sido capaces de implantar. Decía Drucker que la cultura se come la estrategia en el desayuno. Una cultura egocéntrica y toxica destruirá cualquier estrategia humanista que se pretenda implantar.
Las empresa son mucho más que frías cuentas de resultados. Las empresas nunca van a caber en un Excel, ni en un business plan.
Las empresas son personas que deben ser lideradas, motivadas, apasionadas para que saquen lo mejor de ellas mismas. Y eso no se enseña en ni en un libro ni en una conferencia ni en un seminario.
Eso se lleva dentro. O lo tienes o no lo tienes.