Escribía en una de sus novelas el gran Stephen King que los duelos son como esos amigos borrachos que cuando en una fiesta piensa uno que se han marchado, regresan para darte otro abrazo. Lo perecedero de todo lo relacionado con el género humano hace que nos estemos despidiendo con mayor o menor conciencia durante toda la vida, siendo el dolor sufrido tanto mayor cuanto más intenso ha sido el apego hacia lo perdido. Porque el duelo es, entre otras cosas, un modo de despedirse. Por tanto nuestra existencia termina convirtiéndose en una acumulación de duelos. Además que una de las características de los duelos es su molesta tendencia a encadenarse con otros previos e influirse mutuamente reactivando viejas heridas que se pensaban ya cicatrizadas. Lo dicho, el amigo beodo que no acaba de marcharse.
Asociamos el duelo a la muerte de un ser querido o a su alejamiento en el caso de que ya no ocupemos un lugar en su corazón. Si ese lugar ha sido ocupado por otro inquilino es todavía peor, porque la ira, sentimiento inevitable en todos los duelos, bloquea cualquier posibilidad de cicatrización de una herida que no deja de supurar. Pero el duelo no solo se asocia a la pérdida de parejas, amigos, hijos o padres, es decir, a personas físicas, sino también a estados mentales que de repente se derrumban ante nuestra consternación. Podemos perder la seguridad de nuestro atractivo e invulnerabilidad cuando dejamos de ser jóvenes, o la confianza en nuestra capacidad tras un fracaso profesional o experimentar la amenaza en un incierto futuro tras el diagnóstico de una enfermedad crónica y la consecuente despedida de la salud o podemos perder una imagen idealizada de nosotros mismos tras una transgresión de nuestros valores. En este último caso el duelo adquiere la forma de culpa y la ira se vuelve hacia nosotros mismos y nuestra debilidad. El duelo es diferente si la pérdida es repentina o por el contrario es esperada. No puede comparase el duelo ocasionado por el suicidio de un hijo lleno de perplejidad y culpa a la despedida tranquila de aquella persona enferma a la que a diario vemos sufrir y que comprendemos que desee dejar de hacerlo. En fin, no creo necesario extender más ejemplos de la innumerable variedad de posibilidades de sufrir un duelo con el que la vida nos obsequia. Simplemente imaginen los miles y miles de duelos que hoy en día arden en Gaza bajo las bombas probablemente todos teñidos de una expectativa de venganza. Y todavía peor, otra característica de los duelos es que modifican el conjunto de la percepción personal del mundo, como si perdiese color,, como si se modificase su cualidad y significado, todo es igual pero a la vez sutilmente distinto infiltrado por la ausencia de lo perdido.
Si. Los duelos son ubicuos en la vida. Pero, a la vez son muy distintos unos de otros. Me voy a centrar únicamente en aquellos duelos relacionados con la pérdida de una persona los cuales, aunque están emparentados con el resto por las manifestaciones emocionales reúnen características propias que tienen que ver con el significado e interpretación de la muerte. Su omnipresencia hace que la psicología industrial característica del mundo contemporáneo haya observado una oportunidad de negocio y haya movilizado la correspondiente propaganda para deslizar los duelos hacia el mundo de "los expertos". Para ello se definen una serie de caracteres de los duelos que se presuponen científicos en cuanto a intensidad y duración ( seis, doce meses, ha habido de todo) y que permiten determinar los que tienen que se tratados y los que no. Todo ello mientras simultáneamente se critican los ritos comunitarios muchos de origen religioso que antaño ayudaban y consolaban al doliente. Muy diversas técnicas, incluidas las farmacológicas se ofrecen hoy en día para ser positivos, asertivos y superar los duelos con el mínimo sufrimiento. Una versión pseudocientífica del viejo dicho "el muerto al hoyo y el vivo al bollo". Pero todo este montaje se hunde muchas veces frente a la imposibilidad de esquematizar los sentimientos como si estuviesen inscritos en un catálogo de supermercado.
Reconozco mis personales dificultades para pedir ayuda y mucho menos a un pretendido experto que nada sabe de mi vida fuera de las frías generalidades librescas. ¿Ese técnico me va a ofrecer el afecto necesario en mi personal duelo? Lo dudo. Tal vez hasta puede entorpecer la evolución de la pena en el tiempo. He acompañado a muchas personas en sus duelos a la vez que he padecido los míos propios. Pero únicamente cuando conocía de verdad su alma( me refiero a sus sentimientos, a su vida y a sus relaciones con el difunto) me he sentido de ayuda y no un mero impostor vestido de experto. Cierto que he tenido la inmensa suerte de trabajar casi un cuarto de siglo en el mismo lugar y por tanto conocer, creo, bastante bien a las personas que trato. Todo un lujo,
Y aquí viene la defensa de los duelos. Muchos no son sufrimientos gratuitos en absoluto. El final del duelo es la identificación con la persona querida que pasa a vivir dentro de nosotros mismos. Como diría la rabina judía Delphine Horvilleur vivimos con nuestros muertos que se manifiestan en nuestros rasgos de carácter, en nuestro físico, en nuestras opiniones y nuestros valores, que nos hablan en nuestra conciencia como voces que aconsejan y tranquilizan, imágenes que reaparecen en nuestros recuerdos y nuestros sueños. Son fantasmas benefactores (aunque cuidado si no hemos muerto en paz con ellos porque pueden volverse persecutorios y en esos casos si, en efecto, tal vez precisen de una tardía reconciliación en forma de tratamiento) El duelo es el tránsito necesario, el camino del encuentro con esos fantasmas amigos, un camino cuyo recorrido ofrece el tiempo necesario para el examen de errores y culpas, un sendero que, en definitiva, puede ayudarnos a la maduración. Madurez es lo que debería proporcionar la vejez donde tantos duelos se han acumulado para prepararnos y enfrentar el duelo final que es el único que implica el olvido eterno que a su vez generará nuevas identificaciones y recuerdos en aquellos que nos han querido. El duelo es un modo de ligar las generaciones y afianzar nuestras raíces. Los duelos son imprescindibles para no quedarnos suspendidos en el tiempo solos y sin identidad alguna. Defender nuestros duelos es defender a nuestros muertos. El duelo, pienso, es precisamente una de las grandes manifestaciones de la vida. Parece un contrasentido pero no lo es. Yo nunca hago demasiado caso a los negocios de la medicina y la psicología industrial. Solo traen desgracias. Se publican un sinnúmero de tratados y ensayos sobre el duelo. Está bien leer pero solo pueden ofrecer orientaciones muy generales entre las cuales pocos señalan lo que los duelos enseñan y menos todavía hablan de que muchas personas no desean bajo ningún concepto que alguien les arrebate su duelo porque lo vivirían como una traición a sus difuntos. No, no quieren abandonarlos. Y creo que eso está bien.