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En el fondo del cine está la vida

18 de Octubre de 2022
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Una mañana luminosa en Atenas Platón se levantó pleno de humanidad y decidió entrelazar una trama conceptual: verdad, belleza y bondad. Y la echó a volar como una cometa infantil al cielo celeste y bonito que ya habitaba Peter Pan. El amor se quedó como testigo excepcional mirando hacia arriba entre el desamparo y la valentía. Por abajo reptaba un llanto milenario, viscoso y sin forma uncido como una bestia a los latidos del miedo. Walt Disney repitió la misma operación con unos dibujos una mañana despejada en California y además le dio forma al llanto y lo aniñó y lo trasladó a la conciencia del espectador como espectáculo íntimo. Había creado el marketing y el negocio de la sentimentalidad para que llorar fuera una industria productiva. El lloro es una estética espontánea que se estiliza aún más delante de una cámara.

Hay un llanto universal que nos recorre la existencia en algún momento y del cual no podemos escapar. Cada uno lo interpreta como puede. Como le dejan. Como le permiten o nos permitimos. En el cine no es difícil reconocernos a través del llanto. El sentimiento trágico de la vida lo inventaron los griegos o quizá estaba aquí y sólo había que cultivarlo.

Hay un llanto Vivien Leigh de rabia y orgullo en Lo que el viento se llevó, que viene de la tierra y cae a la tierra porque es de tierra, entremezclado de niña consentida y mujer con toma de conciencia. Es el llanto telúrico de los desposeídos que clavados al suelo claman a la estrellas. Hay un llanto James Dean de orfandad, desgarro y locura Al este del Edén, cuando buscamos a la desesperada el afecto y no lo hallamos. Es el llanto de los cinco sentidos, el sollozo descarado del cuerpo porque el alma ha dejado de servirnos y está arrumbada en el rincón del desasosiego, donde nunca te llevan el primer día los amantes más apuestos. Hay un llanto Caín y un llanto Abel, tan diferentes, el uno circular, el otro con fin, que se hermanan en algún punto donde amanece el dolor antes de penetrar los corazones. Hay un llanto regio en Troya sostenido, contenido, como una melodía agridulce, encarnado en Peter O'Toole; llanto Príamo por el cuerpo roto del hijo frente al bello Brad Pitt, el temido enemigo Aquiles, que muestra su grandeza y su heroísmo no con una espada, sino con lágrimas también. Es el llanto por la dignidad y por la pérdida sagrada. La vida aun erguida yace para siempre. Los lamentos son polvo, nada, viento que pasa. El único ritual válido es no perpetuar el olvido. Hay un llanto Charlton Heston en Ben-Hur desafiante, depredador, insaciable, que mira cara a cara al poder y la ambición y que no aplaca la venganza. Es el llanto de los desesperados contra las injusticias. Hay un llanto Monica Bellucci en La Pasión de Cristo que es, simplemente, el llanto, un perro inmenso. Hay un llanto venerado inexplicablemente por la memoria, el más difícil de todos porque no tiene escapatoria corporal, ni por los ojos ni por la respiración. Sólo sale por los poros de la poesía. Cuando reina la vida todavía y no existe la muerte y llega el abandono. Es el llanto Natalie Wood en Esplendor en la hierba, contra el que no puede la desmemoriaycuyo eco silencioso se guarda en la caja fuerte del tiempo. Hay un llanto de niño cercano al aniquilamiento con JonVoight muerto en El campeón que golpea con fuerza a la bajeza del destino. Es el llanto del desconsuelo que demuestra que la vida no es una elección. Hay un llanto Canon de Pachelbel, cardiaco y pausado, que místicamente duele pero apacigua, que hiere pero limpia, que es el de Meryl Streep en Memorias de África.

Chaplin nos enseñó que para una existencia saludable el llanto -indefectible y necesario- debe anteceder a la risa y no al revés.

En el fondo el cine es un engaño crucial que se aproxima a la supuesta verdad, a la que casi siempre pilla llorado a solas.

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