La última fumada del programador de videojuegos Hideo Kojima, Death Stranding, narra una historia postapocalíptica en la que la ciencia ha descubierto el más allá y se han producido una serie de explosiones o “vacíos” como consecuencia del choque de la materia de los vivos con la antimateria de los muertos. El resultado de este cataclismo: miles de “entes varados” con los que tu personaje no puede toparse porque, de lo contrario, se producirían más vacíos con sus correspondientes cráteres sobre un planeta Tierra ya devastado por el fenómeno denominado “Death Stranding”.
Sirva este primer párrafo introductorio para comenzar una suerte de analogía entre un videojuego y la realidad incómoda que enfrentan, hoy día, miles de comunistas en España. Ellos también son entes varados: varados en el siglo XX, del que no saben/pueden/quieren escapar.
Y aunque repitan incansablemente aquella cita de Lenin que venía a decir: “análisis concreto de la realidad concreta” no son capaces de articular un solo análisis o statement sin recurrir a manoseadas citas de las Sagradas Escrituras de la Iglesia del Marxismo de los Últimos Días. Como consecuencia de su insoportable seguidismo, no atinan a construir movimientos o partidos con un ascendente mínimo sobre la población trabajadora que pretenden abanderar. Y es que ¿quién les iba a decir que aplicar la metodología revolucionaria de siglos pretéritos y de países distintos no funcionaría en la España del siglo XXI? (Pretend to be shocked).
Les quitas su Biblia y van como pollos sin cabeza. Y no se te ocurra decirles que los suras de sus profetas están demodé, que te lapidan inmisericordemente.
Cierto es que la base del análisis marxista persiste en nuestro siglo y las contradicciones del capitalismo continúan para perjuicio de la mayoría trabajadora. Pero es que el contexto geopolítico es otro, completamente: a mediados del siglo XX, las burguesías nacionales comprendieron que no podían permitirse otra devastadora guerra mundial y comenzaron un proceso paulatino de cohesión y armonización de intereses a escala global. La conferencia de Bretton Woods de 1944, en la que se fundaron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, fue el pistoletazo de salida. La fase del capitalismo global -en pleno auge hoy día- superó la fase imperialista y las élites hegemónicas ya no necesitan del Estado-nación para perpetrar su opresión de clase, al contrario: los Estados nacionales con sus fronteras y legislaciones suponen un estorbo para su utopía neoliberal (libertad total de circulación de mano de obra, capitales y mercancías). Es por ello que nos encontramos inmersos en un proceso de disolución de dichos Estados-nación a escala mundial, siendo buena prueba de ello la soberanía cedida a un ente supranacional como la Unión Europea –tecnócrata y antidemocrática- por parte de nuestros “representantes” políticos desde 1986 y la propia Constitución de 1978, continuadora de la obra de la Constitución segundorrepublicana que ya hablaba de “naciones históricas”. Las autonomías van camino de convertirse en taifas, y éstas en regiones-estado integradas en los Estados Unidos de Europa.
Todo esto es percibido o intuido por una mayoría trabajadora que, aunque carente de conciencia de clase, rebosa conciencia nacional. Es esta conciencia nacional la que los contestatarios del siglo XXI deben utilizar en provecho propio, como argamasa para unir y cohesionar a la alienada y atomizada clase trabajadora española.
Y es que cada siglo tiene sus retos, vicisitudes, conflictos y soluciones. Y sus propios héroes y villanos. Y no podemos seguir empeñados en extrapolar estrategias de un mundo que ya no existe al mundo que nos ha tocado en suerte o en desgracia. Y si empecinados seguimos en tamaña estupidez, seremos a perpetuidad lo que ya somos: errabundas almas en pena, entes varados entre dos mundos.