Una porción del desierto desprovista de los elementos más esenciales para la vida. Eso es lo que fue el Sáhara Español para muchas generaciones de españoles. Durante siglos, aquel terruño estuvo tan olvidado para la diosa Ceres y sus atributos, como lo es hoy para muchos españoles. Decía Martínez-Milán, estudioso de la historia del Sáhara Español, que a pesar de los centenarios vínculos entre España y el desierto sahariano, la colonización no se comenzó a llevar a cabo mínimo hasta 1945. Luego llegaron los fosfatos y con él los tiros y los muertos.
Es curioso como en África se da la irónica coincidencia de que la riqueza, lejos de ofrecer prosperidad y paz, trae la peor de las desdichas. Siguiendo esta maldición, aquellos fosfatos desencadenaron una inestabilidad política en la región, que sigue llenando nuestros periódicos. Aquella tierra, baldía y hostil, de la noche a la mañana se convirtió en un codiciado enclave, por el cual salivaban las fauces de todos aquellos que creyeron poder sacar tajada.
Si estaba claro que la Guerra Fría solo era fría en determinados sitios, como era de esperar, nunca fue fría en aquel rincón del desierto del Sáhara. Diferentes grupúsculos políticos pugnaron por defender los intereses de terceros países. Creado por las instituciones franquistas, estaba el PUNS, que abogaba por la creación de una república bajo influencia de Madrid. El POLISARIO era otro partido independentista saharaui, pero cuya sede se encontraba en Argelia, que a su vez estaba inserto en la órbita de la URSS. Finalmente, el FLU mantenía la incorporación en Marruecos.
La ONU mediante una Misión de reconocimiento emitió un informe final donde afirmaba que los saharauis no son una etnia como tal, sino “personas de raza mora o beduina” (sic), que comparten un dialecto del árabe (la hassania), que tampoco es exclusivo de la zona. De hecho, aquella Misión de la ONU intentó concretar la etnicidad saharaui basándose en la pertenencia a un complejo entramado de linajes, clanes y familias, cuya estructura es de origen bereber y, por lo tanto, también se reproduce por toda la zona del Magreb. Con todo esto, se desliza en el informe que el único marcador exclusivo y, por ende, generador de una identidad común para los saharauis es haber vivido en el territorio del Sáhara Español. En consecuencia, el informe reconoce implícitamente que la “etnia” saharaui está diseminada por Mauritania, Marruecos y Argelia.
Si bien, como cualquier demócrata podemos (y es nuestra obligación) acatar las resoluciones de las Naciones Unidas, debemos ser críticos y reflexionar sobre la vigencia y sus efectos colaterales. La Misión designada para arbitrar en el Sáhara estuvo compuesta por tres estados, que defendían los intereses de sus propios países. Uno de ellos era Cuba, que en su condición de satélite soviético, obviamente defendería al POLISARIO, que luchaba por una república socialista. Por otro lado, Costa de Marfil, presumiblemente pudiera haber defendido la libre determinación del Sáhara para impedir la anexión por parte de Marruecos y no fortalecer a una potencia rival dentro de la Unión Africana.
En cualquiera de los casos, ni el FLU, ni el PUNS fueron seleccionados como legítimos del “pueblo saharaui”, en cuyo detrimento se escogió al POLISARIO, una decisión que brilla por su parcialidad. El informe de la ONU muestra como sus conclusiones carecen de base objetiva. Para su sentencia no cuentan con un plebiscito ex profeso ni tampoco la población saharaui contaba con órganos electorales que pudieran servir como analogía para medir el apoyo social a ningún partido.
En la resolución de la ONU están ausentes, como vemos, todos los elementos que cuantificablemente pudieran valorar de forma objetiva el apoyo político a favor de una u otra propuesta política. Como dicta la resolución, los criterios para afianzar al POLISARIO como portavoz único y legítimo de los saharauis se centran en detalles tan nimios y carentes de rigor representativo como el número de manifestaciones vistas por la Misión, donde los redactores aseguran no se portan insignias partidistas.
No obstante, la resolución no llegó nunca a cumplirse, pues la CIA, utilizando al Reino de Marruecos, invadió durante la Marcha Verde el Sáhara Español para anexionárselo, con una presunta connivencia del Rey Emérito. Tras aquello, en virtud del apoyo de la ONU, el POLISARIO constituyó la República Saharaui (RASD) que mantiene el gobierno en el exilio (Tinduf, Argelia) con escaso reconocimiento internacional.
A pesar de la aún latente tensión territorial en el Magreb, Argelia no cuenta con el respaldo de una ya extinta URSS. Y la presión política en España ya no la ejerce una facción del ejército, empeñado en salvaguardar los rescoldos de un imperio en descomposición. Al contrario, la presión ahora la ejerce la opinión popular, que no sin razón, se posiciona a favor del abstracto pueblo saharaui frente a Marruecos, quien ha vulnerado en no pocas ocasiones los derechos humanos contra la población saharaui por mor de sus pretensiones imperialistas de crear el ‘Gran Marruecos’.
Nos puede parecer abominable, y coincido con ello, pero Marruecos es un socio de primer nivel en el África Occidental para los Estados Unidos. Es coherente que esta nueva Pax Americana tejida por Donald Trump incluya la pacificación entre sus aliados estratégicos, como lo son Marruecos e Israel. Éstos han normalizado sus relaciones políticas, mediante intercesión americana. El coste: Estados Unidos desoye la todavía vigente resolución de la ONU para un referéndum en el Sáhara, y reconoce la soberanía de Marruecos en el territorio. Eso sí, Marruecos según el presidente estadounidense, a cambio de la anexión del territorio, promete crear una especie de estatuto de autonomía.
Precisamente, la semana próxima se celebraba una cumbre entre España y Marruecos. Y hablamos en pasado, pues ésta se ha cancelado debido a que “no se garantizaban las medidas de seguridad sanitarias”, y han convenido aplazarla a febrero, para poder repensar sobre este nuevo escenario geopolítico. Bonito ejercicio eufemístico. No resulta extraño, pues los acuerdos entre ambos países siempre han sido una mutua cesión, donde la aceptación implícita por parte de España de la anexión marroquí del Sáhara era respondida por la ausencia de reclamación marroquí de Ceuta y Melilla.
En ausencia de respaldo internacional sólido, la batalla diplomática de la RASD está avocada al fracaso, pues ni EEUU ni la UE la respaldan. De hecho, la celebración del referéndum se hace casi imposible debido al ingente desplazamiento de población que Marruecos ha forzado hacia el territorio que reclama como suyo la RASD. Esto provoca que cada contendiente aporte un censo diferente sobre quien debería tener derecho al voto en el referéndum.
Defender causas perdidas es moralmente catártico. Sobre todo, desde el cómodo prisma español y europeo, carente de la inseguridad que propician las guerras. Es más complicado entender que el fin último debería ser que los saharauis vuelvan a su casa, gobernarse a sí mismos, prosperar y tejer un futuro común. Si un estatuto de autonomía les permite un autogobierno con las suficientes competencias como para edificar una sociedad saharaui plena y el Marruecos se compromete con la ONU a cumplir con los Derechos Humanos, es una absoluta falta de responsabilidad seguir estancados. Una actitud progresista para solucionar el conflicto, ante todo, debe buscar solucionar el conflicto. Por los desplazados en los campamentos de Tindouf y por toda la población saharaui en el exilio, es el momento de negociar la vuelta a casa. Se debe trabajar en este sentido, que es el del diálogo, el mutuo entendimiento y la pacificación entre la RASD y Rabat.